Por estos días se dará a conocer el índice de inflación de febrero. Ya se anuncia que sería de 1,9%; en enero había sido de 2,3%.
Estos números incluyen una importante cantidad de bienes y servicios que se ponderan y dan un índice que, en realidad, es un promedio. Y, como todo promedio estadístico, se incluyen precios que suben más y otros que suben menos. Y de allí el número final.
El mismo INDEC, que así se llama el organismo estatal que elabora el índice de inflación, reconoció que durante enero el rubro alimentos aumentó un 4,7%. Y en febrero se calcula que estaría en el 3% o más.
El gobierno, según los medios, dice estar preocupado y “no entender” por qué las empresas siguen subiendo precios cuando las tarifas de los servicios y el precio de los combustibles están congelados (podríamos decir que esto también es relativo, ya que el lunes pasado YPF aumentó entre 13 y 15 centavos el litro de combustible, arrastrando al resto de las petroleras). Volviendo a la falta de entendimiento del gobierno, pasamos a explicar por qué los alimentos siguen un alza constante.
La inflación, esencialmente, es un mecanismo por el cual la burguesía monopolista se apropia de la plusvalía que no logra apropiarse al momento de pagar salarios. Efectivamente, cuando la burguesía no logra bajar los salarios a los niveles que los desea bajar (en nuestro país ya han bajado, y mucho), aumenta los precios. Esos aumentos empiezan por los bienes que más consumen las familias trabajadoras, que son los alimentos y artículos de primera necesidad. El resto de los precios acompaña esos aumentos y así se genera la inflación.
Por lo tanto, las empresas monopolistas (que, por ser monopolios, precisamente, fijan los precios en “acuerdos” entre las mismas) utilizan el alza de los alimentos como una parte más de concentración de plusvalía. De allí que como hemos afirmado muchas veces, la inflación más que un asunto económico es un asunto político.
¿Por qué un asunto político? Porque para bajar salarios o aumentar productividad se necesita un grado de disciplinamiento de la fuerza laboral que la burguesía monopolista no logra en los centros productivos como lo necesitaría lograr. Entonces recurre a la inflación, al aumento generalizado de los precios. Y como lo que más consumen las familias trabajadoras son los productos de la canasta alimenticia, el porcentaje de aumento de los mismos es mayor al de los otros rubros.
Cuando el presidente Fernández afirmó que la “cláusula gatillo” de actualización salarial es indexatoria de la economía (traducido, hace aumentar la inflación) sabía de qué hablaba. Así que no es creíble, como tantas otras afirmaciones presidenciales, que no entienda por qué las empresas siguen subiendo los precios. Lo entiende, lo que ocurre es que el presidente convoca a la burguesía monopolista a “aportar” su granito de arena para que la inflación baje, lo que es lo mismo que pedirle a Drácula que no se alimente de sangre.
Allí radica la falsedad también del discurso oficialista. Que todos hagamos un esfuerzo para enfrentar la crisis. Está más que claro que la crisis, como toda crisis capitalista, la burguesía monopolista las descarga sobre las espaldas del pueblo trabajador; hasta hoy no han resignado un centavo de sus ganancias. Al contrario, su voracidad hace que sigan aumentando los precios y no hay llamado solidario que valga.
Todo llamado a la conciliación de clases y a esperar mejores momentos para reclamar busca desarmar política e ideológicamente al pueblo trabajador.
La única forma para ponerle un freno a la burguesía es con lucha y enfrentamiento.
No podemos confiar ni un poquito en que ellos abran la billetera. Para eso hay que obligarlos.