Las predicciones de cómo seguirá adelante el mundo luego de la pandemia son variadas. El denominador común de las visiones que expresan a los distintos sectores de la burguesía monopolista, coinciden en no reconocer la crisis estructural del modo de producción capitalista y, por ende, se enfocan en las consecuencias (que todos sí coinciden que serán gravosas) y en cómo paliarlas.
Entre esas coincidencias está que la crisis será prolongada y profunda; esto en sí mismo es un reconocimiento que la misma ya existía antes de la pandemia y que ésta sólo la mostró en toda su magnitud y la profundizó sensiblemente. Entonces las predicciones apuntan a adivinar cuánto se prolongará en el tiempo, qué grado de daños producirá en la economía; tantas preguntas como respuestas se ensayan.
El aceleramiento de la crisis capitalista mundial ha agravado las contradicciones y luchas interimperialistas en el plano económico, las que se reflejan consecuentemente en el plano político. Es así que cada gobernante tiene su receta, lo que no es más que la confirmación de que cada gobernante vela por los intereses de su facción de clase y así se enfrenta con las otras facciones.
El capitalismo mundial está atravesado por una crisis cuya magnitud es inmensa. Tras dos días de “recuperación” hoy ha vuelto a caer el merado de acciones en el mundo. Las predicciones de una profunda recesión mundial ya no pueden esconderse; el punto está en qué magnitud tendrá. El paso de los días y las semanas n harán más que confirmar esto que más que una tendencia ya es una realidad palpable en el planeta.
En medio de este desbarajuste mundial, decíamos que la burguesía centra su propaganda en cómo hará para revertir las consecuencias. Los revolucionarios debemos pararnos desde un análisis de clase y desde allí aportar a que las verdaderas causas y consecuencias de la crisis ayuden a las masas a una comprensión cabal del fenómeno.
Uno de los aspectos que por estos días se ponen sobre el tapete es el papel de los Estados.
Se vuelve a afirmar que la crisis ha demostrado la necesidad de un Estado que intervenga en la economía, contraponiendo una supuesta orientación neoliberal con una supuesta orientación social.
Se deja así de lado que fueron los Estados monopolistas los que destruyeron los sistemas de salud en el mundo; se deja así de lado que fueron los Estado monopolistas los que salieron y salen al rescate de los bancos y las empresas cuando se anuncian “inyecciones” multimillonarias de capital para intentar el rescate del capital trasnacional; se deja de lado así que son los Estado monopolistas los que no pueden ponerse de acuerdo en una estrategia común para afrontar la situación, precisamente porque esos Estados responden a facciones capitalistas que ya no velan por el interés de las naciones, ni siquiera por el interés de la burguesía en su conjunto, sino por el interés del sector monopolista que logra desplazar a otros sectores competidores; se deja de lado así que los Estados monopolistas utilizan la pandemia como una vía para la destrucción de fuerzas productivas a nivel mundial, y que pasada la misma ese proceso no se detendrá sino que se agravará dado que es condición indispensable para que el capitalismo afronte la crisis de superproducción actual; se deja de lado así que los Estados monopolistas, cualquiera sea el gobierno de turno, interviene en la economía siempre, nunca ha dejado de hacerlo ni lo hará porque en la fase imperialista del capitalismo son los monopolios los dueños y señores el aparato estatal.
En nuestro país ese discurso del Estado fuerte y presente vuelve a la carga desde los sectores reformistas y populistas. Vuelve para intentar convencer que las consecuencias de la crisis serán atendidas y se pone como ejemplo las medidas económicas que el gobierno está tomando. Se olvidan de decir que mientras rige el aislamiento obligatorio, los sectores productivos no esenciales sino estratégicos para la producción capitalista, no se han detenido, obligando a la clase obrera a trabajar porque primero está la plusvalía y luego la pandemia; así se confirma que el Estado responde a los intereses de los monopolios.
Por otra parte, esas medidas económicas terminarán profundizando la crisis recesiva e inflacionaria.
El dinero que hoy se emite para solventar las medidas implicará mayor inflación, que es la que paga el pueblo trabajador; las quiebras y quebrantos que ya se están produciendo no tendrán vuelta atrás, profundizando el proceso de centralización y concentración de capitales; ya en medio de la crisis sanitaria se aprovecha para el recorte de derechos laborales traducido en baja salarial, agravamiento de las condiciones de trabajo, mayor productividad. Todas medidas que el capital monopolista adopta para atravesar y alivianar su crisis.
La respuesta del capital monopolista mundial a la situación tiene solamente una coincidencia: descargar el peso de la crisis del sistema sobre los pueblos. Y para ello utilizarán las herramientas estatales bajo su dominio, como lo vinieron haciendo hasta aquí.
La crisis capitalista mundial no es una oportunidad para volver atrás los procesos de concentración y centralización monopolista, algo absolutamente imposible.
La crisis capitalista mundial, pasado el aislamiento, será implacable con los pueblos y la única posibilidad es enfrentar con lucha y organización obrera y popular sus efectos. Y al mismo tiempo que ese proceso sirva para desarrollar la lucha contra el sistema capitalista para su destrucción.