La vuelta al trabajo y a la actividad son una trinchera más de lucha para garantizar nuestros derechos

Por estas horas parecería ser que las clases en pugna van corriendo el velo del verdadero enfrentamiento. Los intereses entre uno y otro contendiente se están dirimiendo hora tras hora. La aceleración de la crisis del sistema y su profundidad provocan diversas reacciones a tomar en cuenta.

La burguesía monopolista no está dispuesta a sacar de sus bolsillos ni un solo peso para paliar la crisis. Es una decisión tomada y es una decisión de clase. El proletariado y el pueblo que ya están recibiendo aceleradamente los embates de estas decisiones han comenzado también aceleradamente a reaccionar con diversidad de respuestas.

El gobierno ya ha decidido que hay que volver a producir. Lo diga o no lo diga esa es una decisión tomada y en ello su conducta de clase es clara: primero los negocios y después vemos la salud. Mienten, ocultan y distorsionan “su verdad”.

Pero los hechos, hechos son. Las industrias no están preparadas para un despliegue de producción protegiendo al obrero, y cuando hablamos de ello no solo lo planteamos dentro del establecimiento sino de todo lo que implica por ejemplo en cómo el llegar al mismo, entre otras cuestiones. La burguesía tiene muy claro que hay que producir y la vuelta al trabajo de una u otra manera y en las condiciones que sea ya son “ley”.

Pero entre decisión y aplicación (por parte de la clase dominante y con el Estado a su favor) existe la lucha de clases y es en ese sentido que la clase obrera presenta batalla. Un sinnúmero de expresiones advierte que la situación por abajo es muy mala, que la vida se está haciendo insoportable y la tensión van creciendo. Esto está ocurriendo con los trabajadores metalúrgicos, siderúrgicos, alimenticias, limpieza e higiene, en neumáticos, en los frigoríficos como Penta y otros, repartidos, trabajadores de comida rápida, recientemente en la fábrica BedTime, y ni que hablar en los trabajadores de la salud y muchísimos hospitales.

Si bien el gobierno ha ganado un cierto oxígeno político, la crisis política que lleva consigo no ha desaparecido. Las disputas interburguesas por las medidas que se toman y las que no, se van agudizando al ritmo de la situación del abajo.

El Estado no resuelve ni resolverá hacerse cargo de la solución de los problemas sin hacer recaer el peso de la crisis sobre las espaldas del pueblo. Los paliativos en marcha acompañados de ocultamientos y mentiras son “inversiones” de migajas comparadas con las ganancias de la burguesía monopolista. Solo a modo de ejemplo: Banco Galicia declaró ganancias por $42.515 millones, Macro por $40.800 millones, Patagonia $18.211millones, Santander Río $62.007 millones, el BBVA $ 63.703 millones etc. El capital industrial y el capital bancario (oligarquía financiera) vienen capitalizando durante décadas fortunas inauditas y el año 2019 no solo no le fue en zaga, sino que las ganancias treparon a cifras fabulosas.

La burguesía no duerme. Su estrategia está basada en la baja de salarios, despidos y suspensiones. La clase obrera presenta resistencia, a veces consciente y organizada, otras espontáneas e intuitivas. Pero el aire que se respira tiende a profundizar su decisión de no dejarse atropellar y es en esa conducta de clase, embrionaria, en crecimiento, que produce vacilación y división política a la burguesía y al gobierno de cómo pararse frente al hoy.

La política es el eslabón débil de la clase dominante. Por arriba todo está atado con “alfileres”. No se ponen de acuerdo con el pago de la deuda, unos apoyan la propuesta (de hecho, vigente) que es el default y otros operan en contra. No se ponen de acuerdo en cómo volver al trabajo, de qué sectores son o no “esenciales”. Se abre un debate de semanas también en la Corte Suprema sobre el mentiroso “impuesto a las fortunas”. O sobre la lentitud de los bancos a plasmar las políticas emanadas de los decretos presidenciales. Todo es disputa en el gabinete y fuera de él. Está muy claro que el proceso de concentración y centralización de capitales no será pacífico y mucho menos cuando no hay una sólida centralización política del poder burgués.

De este lado de la barricada está la cruda realidad. La mentira y el ocultamiento salen a luz aceleradamente. El gobierno, como parte fundamental del Estado de los monopolios, no ha hecho ni está dispuesto a hacer lo que debe para evitar los efectos de la pandemia. No lo hace en la salud pública ni lo hace para frenar el empeoramiento de las condiciones de vida todo el pueblo.

Este gobierno solo actuará bajo el peso de la acción que se irá extendiendo por abajo y que ya llega a los oídos de una burocracia estatal que a la que no le importa el dolor existente en las grandes mayorías.

Entendemos que en el devenir inmediato no habrá un punto de inflexión en cuanto al sistema de dominación de clase. Pero sí se producirá una aceleración en la lucha de clases y las posturas serán más pronunciadas. Es en esta aceleración en donde hay que apuntalar todas las propuestas de salida revolucionaria ya planteadas en la nota de ayer de nuestra página.

Resistir y erosionar cualquier decisión que apunte a hacer recaer sobre los trabajadores y el pueblo las crisis provocadas por el sistema.

La plata está y hay que exigir que la pongan.

La vuelta al trabajo y a la actividad es una trinchera más de lucha para garantizar nuestros derechos.

Acelerar todos los planos de unidad del pueblo en donde la clase obrera debe jugar un papel destacado. Acelerar la construcción de las más diversas organizaciones políticas y profundizar la democracia directa para enfrentar lo que la burguesía está dispuesta a defender.

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