No es ninguna novedad que el control del llamado “dinero sucio” o “fondos ilícitos” está en manos del capital financiero transnacional, extensamente ramificado en el régimen capitalista y que no es un producto subalterno que proviene únicamente del narcotráfico, de las operaciones con armamentos o del terrorismo, como profusamente se lo difunde para disimular la trama de grandes intereses monopolistas detrás de ellos.
Su suciedad y abundancia es producto de los robos a gran escala, como por ejemplo con el petróleo en medio oriente o producto del saqueo inescrupuloso de minerales y de hasta del agua en vastas regiones de nuestro planeta. Es producto también de las “no declaraciones” patrimoniales de ganancias que los monopolios obtienen de sus negocios. Como así también es producto de los fraudes y estafas financieras y de las deudas, de los sobornos, de la compra de funcionarios del Estado en varios países (como lo puso en evidencia el escándalo del caso Oderbrech). Es producto de préstamos y transferencias fantasmas de un lugar a otro del mundo y otras tantas actividades que entran dentro del mundo monopolista.
Este “dinero sucio” se concentra en grandes bancos o corporaciones financieras globales que disponen del mismo para sus operaciones, lo que implica participar de hecho en los negocios que generan estos dineros. Con lo cual el límite entre “dinero sucio” o “fondos ilícitos” esta prácticamente borrado respecto de las operaciones o los dineros -digámoslo así-, “en blanco”.
A todo este conjunto de operaciones a gran escala -que requiere de una ingeniería financiera importante- se le llama en la jerga periodística “lavado de dinero”, que viene hacer algo así como encubrir con un manto de legalidad financiera esos “fondos ilícitos”.
Según estimaciones de Naciones Unidas las autoridades apenas detectan menos del 1% del “dinero sucio”. Con los cual queda más que evidenciado no sólo el peso de estas entidades sino la subordinación de las autoridades a estas entidades. Siendo ese 1% apenas la punta del iceberg, la ONDUC (oficina de Naciones Unidas sobre droga y crimen) estima que este porcentaje representa 2,4 billones de dólares de fondos ilícitos que son lavados cada año. Cifra que según sus propias estadísticas equivalen al 2,7% de todost los productos y servicios que se producen cada año en el mundo.
Comentario aparte merece el hecho que, si éstos son apenas los volúmenes de dinero ilícito sobre droga y crimen, son inimaginables los correspondientes a toda la suma de operaciones ilícitas mencionadas más arriba y -por qué no decirlo también- inimaginables los volúmenes de ganancias de las operaciones lícitas que sin dudas provienen de la explotación del trabajo asalariado a escala planetaria.
En fin, el asunto es que toda esta masa de dinero va a parar a las arcas del capital financiero y que las diversas corporaciones se disputan su predominio mundial en el marco de la competencia interimperialista, utilizando también el “dinero sucio” como palanca para avanzar en su concentración. Es decir que en este escenario no hay armas vedadas, sino que se utilizan todas.
Hace pocos días se hizo pública una denuncia del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (CIPI) que exponía las operaciones de lavado de grandes corporaciones bancarias. En ella sobresalen los gigantes corporativos como JP Morgan, HSBC, Banco de New York Mellón, Deutsche Bank y unos cuantos renombrados más. De inmediato las acciones de estas entidades se desplomaron en las principales bolsas del mundo precipitando nuevos desenlaces en un desenfrenado proceso de concentración que viene azotando a algunos de estos gigantes y es por dónde viene el tiro.
A mediados de julio de este año el gobierno chino dictaminó una normativa donde se anuncia que se eliminan los límites de propiedad extranjera en la mayor parte del sector financiero. Sector que está valorado, según sus estimaciones, “en alrededor en alrededor de 45 billones de dólares”. Este sector incluye desde ya, las operaciones sucias y no sucias. “Según la nueva regla, los inversores extranjeros, incluido el HSBC con sede en Londres, pueden poseer en su totalidad negocios financieros”.
HSBC es el segundo accionista más grande de uno de los bancos más grandes de China, Bank of Communications, con una participación de alrededor del 19 %”. (Global Times julio del 2020). Las inversiones a las que se refiere tienen que ver con la producción de nuevas tecnologías digitales de la mano de corporaciones finlandesas y que el HSBC financia.
Unos días después que sale a la luz esta normativa, un informe del propio HSBC anuncia que en el término de un año sus ganancias netas cayeron casi un 70% y que en el mediano plazo inicia un recorte de 35.000 puestos de trabajo y congelará todas las contrataciones (de personal) extranjeras.
Hay que anotar la denuncia del lavado de dinero sucio que involucra también la utilización de cuentas del Banco de Hong Kong por parte del HSBC y que precipita aún más su estado financiero abaratando su paquete accionario en las bolsas de Shanghái y Hong Kong. A raíz de ello la corporación Ping An Insauranse Group (una de las empresas de servicio financieros más grandes del mundo con sede en China), compro tantas acciones del HSBC como para aumentar de forma significativa su participación en el directorio del banco y en el paquete accionario. De esta forma asegurarse no sólo los contratos tecnológicos con la firma Intel de tecnología digital de origen finlandés sino, además también de las operaciones que el HSBC desenvuelve en su “variados” horizontes de negocios globales. No podemos dejar de decir que también el HSBC es uno de los pilares en el ataque contra la corporación Huawei que impulsó Donald Trump.
En este escenario de crisis, negocios vertiginosos y concentración en las disputas por las ganancias, todos los gatos son pardos pero, aclarando, que todos están dentro de la misma bolsa.