En medio de la brutal crisis mundial de superproducción, apareció la pandemia del covid19. Entonces la oligarquía financiera creyó ver que los planetas se alineaban a su favor pues la necesidad de una enorme destrucción de fuerzas productivas que el capitalismo requiere para salir de la crisis y volver a hacer rodar la maquinaria mundial de superexplotación, se encontraba con la casualidad del virus que podía utilizarse como el generador y único culpable de dicha crisis producida en realidad por el propio funcionamiento del sistema capitalista.
Bastó que algunos gobiernos tomaran la iniciativa de la cuarentena social para que otros (todos al servicio de la oligarquía financiera), los imitaran y, entre todos, utilizaran las instituciones mundiales para adoptar la misma metodología con la que se intentaría disciplinar a la clase obrera y los pueblos, ordenando medidas que obraran como freno a la previsible resistencia que estos podrían practicar contra las resoluciones extremas que debían tomarse.
La manera más eficaz que encontraron fue establecer una situación de pánico mundial para que la cuarentena social (inédita en la historia de la humanidad), fuera efectiva para sus fines. Verdades a media encubiertas en la supuesta protección de la salud para esconder un brutal proceso de concentración de capitales.
Pero como todo en este mundo dividido en clases sociales, el “salir de la crisis” no tiene el mismo significado para todas las personas. Para la burguesía monopolista significa aprovechar sus espaldas anchas fortificadas en el capital acumulado producto de la superexplotación, intensificar ésta, eliminar adversarios de su propia clase para ganar mayores mercados, absorber empresas, ganar territorios, etc. En una palabra, arrebatar lo máximo posible en ese caos de excesos de recursos inmóviles destinados a destruirse, acelerando el proceso de concentración de capitales a fin de sacar la hojarasca y limpiar el enramado que perjudican el libre tránsito entre los caminos abiertos en el bosque de los mercados y profundizar el destino de la recaudación estatal a favor de los monopolios que van quedando en pie.
Para la clase obrera y el pueblo, esa “salida de la crisis” se convierte en profundización de la crisis, pues significa mayor empobrecimiento que se realiza a través del achatamiento de salarios y condiciones de vida (menos recursos para educación, jubilaciones, viviendas, salud, mayores impuestos masivos, etc., para ser transferidos a subsidios empresariales), expulsión de trabajadores que engrosan el ejército de desocupados y absorción de nuevos trabajadores más jóvenes dispuestos a trabajar, por necesidad de subsistencia, sujetos a salarios más bajos y peores condiciones.
Sin embargo, a pesar de todo, la clase obrera y los pueblos, luego de transitar el primer impacto que provocó el pánico sembrado (y aunque éste subsiste en parte por lo que significa el virus en sí), viendo que las medidas (supuestamente sanitarias) se aplicaban sobre el control social (haciendo realidad el famoso apotegma peronista: “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”) y no en las “elegidas” fábricas y empresas monopolistas que seguían funcionando e incrementaban su producción, en donde se burlaban y burlan todas las medidas sanitarias a caballo de las cuales se había decidido la cuarentena, comenzaron a hacer sentir sus reclamos.
Es así, que la situación de resistencia comenzó a pasar paulatinamente a una situación de resistencia activa que va dirigiéndose hacia un horizonte de mayor actividad y generalización paulatina de lucha en donde destaca la clase obrera. Y esto tiene su razón material en el propio papel que cumple dicha clase en la producción, sobre todo en las empresas monopolistas que la obligaban a hacerse presente para producir, dejando muy claramente expuesto el cinismo y la falsedad del andamiaje de mentiras y exageraciones sembrados por gobierno y burgueses monopolistas, poniendo blanco sobre negro que la salud de los trabajadores y sus familias no les importa y que todo se subordina a las ganancias.
Pero otros sectores populares se han sumado hoy reclamando, movilizándose y luchando a tal punto que, en muchos casos, las tres instancias gubernamentales (nacional, provinciales y municipales-comunales) van acomodando las resoluciones de liberación del aislamiento social, a lo que, de hecho, hacen las poblaciones. Todo el circo se cae estrepitosamente.
El gobierno de nuestro país, fue uno de los abanderados mundiales en la propagación de la falsedad sobre la protección de la salud, mientras durante ocho meses no puso ningún recurso a favor del pueblo, por el contrario, los retaceó y restó para transferirlo a los monopolios.
Cuando la situación se pone insostenible apela a la represión como lo ha hecho en Guernica, en Villa Mascardi, y ayer en La Serenísima Danone y en Cresta Roja. Pero ese recurso, acumula odio y empuja el enfrentamiento a un pueblo y una clase obrera que ha comenzado a transitar, en sus sectores más avanzados, el camino independiente de toda tutela como el único posible para lograr mejorar su condición de vida y aspirar así a la liberación definitiva del yugo del trabajo asalariado para el solo beneficio de la burguesía monopolista.
La imposibilidad de la burguesía y su gobierno de turno de disciplinar en forma duradera a la clase obrera y sectores populares, los sumerge en una profunda crisis política. Por eso no aciertan a una unidad que les permita actuar como un solo hombre frente al peligro de las explosiones sociales que más temprano que tarde se avecinan.
Cada grupo monopolista atiende a su juego tratando de sacar mejores tajadas y tironea al gobierno para sacar ventaja sobre otros grupos competidores. La debilidad del gobierno radica en la contradicción de su servilismo a los monopolios en medio de la disputa entre los mismos y en la dificultad de satisfacer a cada uno ya que esa competencia es a muerte. Cuando un monopolio mete un negocio que lo beneficia utilizando recursos estatales, el resto lo ve como una disminución de recursos para sí mismo, y como no hay uno que se imponga sobre otros disciplinándolo a sus voluntades, la disputa se vuelve más cruel, por eso el sostenimiento del gobierno de parte de ciertos grupos monopolistas es frágil, y puede durar meses, semanas y horas. Todo es cambiante de acuerdo al posicionamiento que cada uno vaya logrando en la competencia por la concentración de capitales y, entonces, las alineaciones van mutando.
Y todo este cúmulo de debilidad política e imposibilidad de unidad para elaborar un proyecto de estabilidad capitalista que les permita fructíferas ganancias a largo y mediano plazo se reduce a planes cortoplacistas para la obtención de ganancias inmediatas. Es como en el juego de la perinola en el que los participantes esperan que al final de sus giros la ficha caiga con la cara que dice “toma todo”. Claro que eso significa enfrentarse a los intereses del resto, lo cual implica, por un lado, que la unidad de la burguesía monopolista entre sí es imposible a esta altura de la fase imperialista que transitamos. Y por el otro, que la exacerbación de la lucha de clases es el camino que se transitará.
Es por esto último que la clase obrera, la clase productora de todos los recursos materiales existentes, debe trabajar en la unidad como clase y con el pueblo y en la organización de esa lucha de clases, transitando un camino independiente de toda tutela política extraña a sus intereses y de toda institucionalidad que le limite su movilización, deliberación, toma de decisiones en asambleas con democracia directa y ejecución de lo votado en forma soberana.
Cada lucha, cada conquista, cada esfuerzo por lograr la unidad, cada medida de autodefensa contra la prepotencia policial y estatal, por más pequeña que parezca, constituirá, un avance extraordinario en esa construcción independiente en la que nuestro Partido y demás destacamentos revolucionarios iremos mostrando el camino revolucionario, ampliando y fortaleciendo a las referencias políticas colectivas surgidas de la misma lucha.