En ocasiones, cuando una lucha por ejemplo no generó el resultado esperado escuchamos la siguiente expresión: «falta conciencia«. Lo que suena al oído como una “profunda” reflexión, puede significar un profundo error que expresa una visión idealista de la realidad y subestima la acción transformadora de las masas.
Esta concepción muchas veces esgrimida por sectores del activismo de izquierda o el llamado progresismo, desprecia el movimiento y la acción transformadora de las luchas, otorgándoles un significado secundario. Esta forma de ver las cosas nos dice: «todo es en vano, no vale la pena luchar pues ellos (la burguesía) siguen teniendo el poder y no se los puede voltear». La conclusión a la que se llega bajo este concepto es que nada ha cambiado y todo sigue igual. El destino de toda lucha sería el fracaso ya que mientras “no se tome conciencia” los cambios no se producirán. Estos profetas del continuismo ponen las cosas de cabeza: para ellos primero es la conciencia y luego la práctica.
Nuestra forma de ver las cosas es totalmente opuesta. La historia de las luchas de clases ha demostrado que la acción es la fuente de toda conciencia. Desde sus primeras formulaciones el marxismo puso como base de todo conocimiento y, por lo tanto, de toda conciencia humana, la práctica. Y planteó que los revolucionarios no podemos limitarnos a interpretar la realidad, sino que debemos luchar por transformarla.
A partir de allí, cuando hablamos de ideología revolucionaria estamos refiriéndonos a una fusión indestructible entre la idea y la práctica como dos aspectos inseparables que encuentran su síntesis en la acción política. Nuestro Partido viene avanzando a pasos decididos en ganar influencia en el proletariado a partir de su inserción en frentes fabriles estratégicos. La acción de sus militantes y cuadros se centra en esa visión transformadora.
La experiencia histórica ha demostrado que la conciencia revolucionaria de las masas se adquiere mediante una estrecha relación entre la acción práctica y la ideología revolucionarias.
Hoy más que nunca, debemos entender que la falta de uno de esos dos aspectos inseparables atenta contra el avance hacia el objetivo revolucionario. Hemos protagonizado luchas en las que la acción de masas contra los monopolios, su gobierno y sus sindicatos ha plantado bandera y los ha hecho retroceder, lográndose arrancar concesiones importantes y conquistas reivindicativas y políticas que ponen en mejor situación al movimiento para seguir enfrentando las futuras luchas.
Pero no es suficiente contentarse con esos resultados. El proyecto revolucionario tiene que estar presente en la mayor cantidad de luchas, pues es lo que permitirá desatar el torrente incontenible que abrirá de par en par las puertas del proceso que conducirá a la crisis revolucionaria.
Y cuando decimos «el proyecto revolucionario», no sólo hablamos de la agitación y propagandización de las ideas revolucionarias. Por supuesto que esto es importantísimo y podríamos decir que sin agitación y propaganda de las ideas revolucionarias no podemos ni siquiera comenzar a caminar. Pero instalar el proyecto revolucionario en la clase obrera y las masas es una labor que combina la idea con la acción en un solo acto.
Por ello, al frente de las luchas debemos plantear nuestra visión crítica al sistema capitalista, de la lucha de clases, el papel de la clase obrera como vanguardia del pueblo, la lucha por el poder, la revolución socialista, las aspiraciones de todo lo que la clase obrera y el pueblo son capaces de hacer teniendo en sus manos los recursos de la producción y distribución de los productos, la decisión y ejecución de los planes de desarrollo de la sociedad.
No plantear la necesidad de la organización para llevar a cabo ese plan desde hoy en adelante, no presentar al Partido Revolucionario capaz de dirigir las fuerzas y ponerse al frente del proyecto revolucionario, es no contribuir a la conciencia revolucionaria del movimiento de masas y dejarlo huérfano de plan para alcanzar su objetivo histórico.
De la misma forma, agitar y propagandizar las ideas revolucionarias, la crítica al sistema capitalista, etc., y no estar al frente de las luchas y la organización del movimiento de masas, comprometiéndose en la vida cotidiana y solución de los problemas concretos (reivindicativos, políticos e ideológicos) del proletariado y el pueblo, generando con el ejemplo en la acción y desplegando con energía toda la capacidad y los recursos inagotables que el movimiento de masas puede brindar generoso en cada enfrentamiento diario con el enemigo de clase, es vaciar de contenido al Partido y poner la idea antes que la realidad material.
Es subestimar la acción transformadora, es minimizar el papel de la organización de los revolucionarios y condenarla a una tarea pedagógica y pedante. Es, en definitiva, transformarse en un activista “de izquierda” que sólo logrará distanciarse del pueblo.
Claro que no subestimamos las influencias de la ideología burguesa en el proletariado y el pueblo. Frente a ello, es necesario generar las herramientas colectivas que nos permitan pulsar los distintos puntos de vista de la mayor cantidad de compañeros y discutir colectivamente para tomar las decisiones que, luego, como un solo hombre pondremos en práctica.
La práctica revolucionaria pasa hoy por llevar adelante con decisión el proyecto revolucionario que destape y potencia las energías contenidas en la clase obrera y movimiento de masas para ir pasando de una resistencia activa a acciones más ofensivas.