Las sociedades capitalistas tienden a la reacción.
Los Estados se militarizan, los partidos de «centro-derecha» se vuelvan al «neoliberalismo» y la «derecha clásica», se vuelca al fascismo. Mientras un sector político abiertamente ataca los derechos de las mayorías laboriosas, el otro implementa políticas para hacer de cuenta que defienden a los trabajadores, pero sin resolver los problemas de fondo que nos han llevado a tamaña crisis de la cual no podremos salir; al mismo tiempo los medios de comunicación corporativos despliegan campañas de propaganda que atentan directamente contra la conciencia de clase de las masas para seguir aplastando los derechos democráticos de la mayoría.
Las razones para señalar que entramos en una etapa de crisis social, cultural, política y económica están a la vista: la crisis climática, la crisis de superproducción, la degradación de las instituciones «democráticas» (que nunca lo fueron realmente), la corrupción generalizada, la decadencia de la moral espiritual de la sociedad, la desintegración de los vínculos sociales, y todo un cúmulo de problemas sin resolver que se exacerban a medida que avanzan los días, semanas, meses, años.
La movilización masiva en Chile, y también ahora en Perú y gran parte de medio oriente y Europa, señalan con el dedo el camino para recuperar los derechos democráticos, ante las instituciones que responden sólo por las corporaciones transnacionales, pero no para resolver, aún, los problemas de fondo de la sociedad.
El interés del capital transnacional ahora es desmovilizar, confundir y romper las organizaciones independientes, las asambleas autoconvocadas de trabajadores y pueblo, corromper los sindicatos (que ya hace años han dejado de responder realmente por la clase trabajadora, convirtiéndose en verdaderas empresas sindicales), y sobre todo, mantener a raya al sector de la clase obrera industrial, que es la parte de la clase que realmente puede poner sobre la mesa un proyecto socialista y revolucionario que cambie de cuajo el panorama hacia el futuro.
Los ecos del fascismo comenzaron a resonar con la pandemia, la expresión del miedo profundo de la burguesía ante tamaña crisis estructural, es el grito ahogado de terror de un sector que pierde en la lucha interburguesa por jugosos negocios, mientras otros, trepan hasta la cumbre con millonarias ganancias, fruto de la explotación. Un buen ejemplo de esto son las empresas de telecomunicaciones o de ventas online que han multiplicado sus ganancias durante la pandemia, mientras las mayorías laboriosas vemos nuestras condiciones de vida en decadencia.
Las contradicciones caminan y ya no hay quién pueda mirar a un costado, la degradación pega en lo profundo de la psiquis de la juventud que comienza a preguntarse ¿Qué futuro?
La respuesta a esto es sin lugar a dudas una sola: en el capitalismo no hay futuro. Porque es una sociedad que prima la ganancia por sobre todos los aspectos de la vida, es el capital que sólo se salva a sí mismo y la proyección subjetiva de éste en la sociedad, es decir, la exacerbación del individualismo y la consiguiente desintegración de los vínculos sociales.
Pero en respuesta a tan enorme dilema, surge de la moral de aquellos y aquellas que en la rebeldía encuentran sosiego, un poco de luz entre tanta oscuridad. De pronto rebelarse ya no es sólo una cuestión de dignidad, sino que ya es la única salida posible que nos dejan las políticas de los Estados capitalistas en profunda descomposición, y en ese camino, se va construyendo una alternativa que siente las bases de la nueva democracia, una que realmente responda a los intereses de las mayorías.
Marx dijo una vez que de la podredumbre nace la vida.