Este 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de las violencias contra las mujeres. En esa fecha, del año 1960, fueron asesinadas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal (conocidas como “Las mariposas”) por decisión del dictador Rafael Trujillo (República Dominicana). Estas tres mujeres, junto con otras y otros, luchaban contra la dictadura en el marco de un convencimiento político e ideológico, formando parte activa de un amplio movimiento revolucionario.
Históricamente, dentro de las esferas de las prácticas machistas, ser mujer implica ser menospreciadas, violentadas, degradadas, tratadas como un objeto. Hoy sabemos que para cambiar eso de raíz, hay que lograr romper esas esferas, poniendo como norte la emancipación y liberación que echen por tierra todo sistema que pretenda crecer a costa de la explotación de nuestras vidas, de nuestros cuerpos. Por eso decimos: hay que revolucionarlo todo.
Las violencias hacia las mujeres (así, en plural, porque abarcan una infinidad de formas: física, psicológica, sexual, económica, etc.) están a la orden del día en nuestra vida cotidiana. Esto se da bajo los ojos de un sistema que avala e indulta las actitudes violentas, porque la esencia del capitalismo es radicalmente violenta, ejerciendo la explotación de una clase sobre otra.
Frente a esta realidad tan doliente, nos vamos haciendo fuertes en el encuentro colectivo, desde allí fuimos ganando las calles y gritamos que frente a la violencia ya no nos callamos más. Pero aún tenemos que amplificar ese grito a millones y millones de hermanas y hermanos de nuestra clase. En este camino vamos viendo que necesitamos construir por abajo, en cada espacio que habitamos, las herramientas que nos permitan dar las respuestas que este sistema no nos da, ni nos dará. Esas respuestas las generamos con organización. Cuando una vecina, una compañera de estudio o laburo nos cuenta alguna de estas situaciones, cuando nos encontramos entre varias charlando, reflexionando, descubriendo las tantas violencias que cargamos.
Y que como parte de esas violencias está también la de las instituciones que supuestamente “deberían” dar respuestas, pero claramente no están para erradicar el problema. Por eso decimos y alentamos a no depositar ninguna confianza en ellas. Sólo en nuestras manos, colectivamente, está la posibilidad de cambiar esta realidad. Por eso ante la violencia machista tenemos que empezar a plantearnos y debatir por un lado la necesidad de organizar en los barrios y en los territorios lugares que nos permitan “escapar” de esa violencia, y por otro lado la necesidad de organizar la autodefensa. Claramente estos dos planteos van de la mano de construir por abajo lazos y fuerzas que sean la base material que permitan quebrar esa situación de violencia. Y es ahí donde el Proyecto Revolucionario y el desarrollo de un Poder Obrero y Popular cobra sentido para transformar nuestras vidas.
Por eso decimos que, frente a la lucha contra las violencias hacia las mujeres, nuestro posicionamiento es de clase y revolucionario. En las luchas y planteos que como mujeres venimos construyendo está la necesidad ineludible de revolucionarlo todo para conquistar la vida digna que necesitamos y queremos. Para conquistar esa vida digna debemos terminar con la explotación y toda opresión. Y para ello tendremos que estar nosotras a la cabeza de esa lucha junto a nuestras hermanas y hermanos de clase.
Como dijo Rosa Luxemburgo: luchamos “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.”