¿Qué hay detrás del retorno a la presencialidad?

Durante los últimos días ha comenzado un retorno total a la actividad presencial, tanto en el Estado como en el sector privado, para aquellas tareas que venían realizándose bajo la modalidad de teletrabajo. La primer gran ola tiene que ver con el regreso a clases, pero detrás se está convocando a trabajadores de oficina y a un retorno informal, pero masivo, en el empleo estatal.

Desde el punto de vista sanitario, poco podemos agregar: antes había que esperar la vacuna, porque el “tío Alberto nos cuida”, ahora resulta que sin vacuna podemos saturar el transporte público que no pasa nada. Contradicciones a toneladas. Eso sí, de construir hospitales ni hablemos.

Pero hoy no queremos referirnos a la justeza o no de un retorno prematuro a la presencialidad, sobre todo en actividades de oficina, sino más bien describir porqué ese retorno se da justamente ahora.

Según el Observatorio PyME, durante el último trimestre del año pasado la producción repuntó, y la situación actual es una oferta de mercancías por debajo del nivel de demanda. Las “PyME” manufactureras, según esta fuente, tienen una insuficiencia productiva del 38% respecto a la demanda. En criollo, todo lo que producen lo tienen vendido. Otras fuentes de grandes empresas apuntan en el mismo sentido. Podríamos citar, por ejemplo, a Madanes Quintanilla, principal accionista de Fate y Aluar “existe un problema de oferta, no de demanda, en el mundo”[1]. El Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Avellaneda también se muestra optimista, afirmando que las condiciones para cumplir la meta de crecimiento del 5,5 fijada por el Presupuesto 2021 están dadas, y los números del índice de Producción Industrial del INDEC también se muestran optimistas para la mayoría de los sectores productivos, siendo maquinaria, automotores y minería quienes más se recuperaron respecto a enero del 2020 (es decir, previo a la cuarentena en Argentina).

¿Esto quiere decir que la crisis de superproducción llegó a su fin?

Argentina viene de una recesión de tres años, donde, de nuevo según el Observatorio PyME, las pequeñas empresas (menos de 50 empleados para su clasificación) no han logrado recuperarse, mientras que las grandes empresas (más de 250 trabajadores, de nuevo, según su criterio, que desde nuestro punto de vista, no es correcto)[2] son las que mejor se han “adaptado” a las nuevas condiciones.[3] A la recesión económica previa se le suma que la cuarentena trajo serias dificultades para las pequeñas y microempresas que no están ligadas a los negocios del gran capital trasnacional. El gran capital, con el Estado a su servicio, logró decretar como esencial cualquier tipo de producción que nada tiene que ver con las necesidades de la población, tales como la producción de neumáticos, automóviles, o plásticos. De esa manera, estas grandes empresas, junto con sus “PyME’s” satélites, pudieron sostener la producción, mientras que la pequeña industria, los pequeños comercios y los trabajadores y trabajadoras autónomos, se vieron impedidos. De esa manera, los pequeños van a la quiebra y los grandes absorben la brecha de mercado que queda al disminuir la competencia capitalista. Así, hay un elemento objetivo que disminuye la oferta de mercancías. Eso forma parte del proceso de destrucción de fuerzas productivas que acontece con cada crisis de superproducción, como la iniciada a fines de 2017 y que reventó a nivel mundial durante 2019. La pandemia aparece en ese preciso momento, como un elemento que “suplanta” el crack financiero que se avecinaba, y que todavía está latente.

Si nos detenemos en el informe del Observatorio PyME, veremos que no todo son rosas: la mitad de las empresas encuestadas por ellos declaran tener retrasos de pagos, caída de ventas y 38% con dificultades de financiamiento. En cuanto a las medidas que tomarán las empresas manufactureras durante 2021, el informe señala que éstas se focalizarán en reducir el endeudamiento, disminuir actividades no principales, y tercerización de actividades “no centrales”.

Como vemos, la crisis sigue su curso. El mejoramiento de la producción puede ser momentáneo, atado a las convulsiones sanitarias y económicas que atraviesen al mundo y al país, pero en ese contexto los grandes capitales que han salido ganando, necesitan aumentar su capacidad productiva para cubrir el bache abierto por la quiebra de sus competidores. Ante ello, la iniciativa es una reactivación total de la economía, una apertura total de actividades en todos los sectores de la sociedad que sirva como excusa para una “nueva normalidad” en la que, a pesar de la pandemia, los mayores de 60 años y el personal de riesgo puedan reintegrarse a sus puestos de trabajo, y a su vez se habiliten los despidos masivos –justamente para “sacarse de encima” a este tipo de personal, ante la incertidumbre de una segunda ola-.

Y esto no lo decimos nosotros, lo dicen los propios burgueses: ver por ejemplo la nota citada a Madanes Quintanilla, o la situación que, aunque no se publique en los medios de comunicación, están viviendo actualmente diversos sectores del Estado.

Ésta es la “nueva normalidad” que quieren imponer, que contagiarse de COVID19 sea lo más normal del mundo, mientras que la “nueva normalidad” de hace unos meses, consistía en un aislamiento total para todo trabajador o trabajadora que no sea empleado por grandes empresas monopolistas, o pequeñas empresas asociadas a éstas.

Lo cierto es que la lucha de clases cruje, y van estallando las contradicciones de un sistema que no da respuesta ni ante la pandemia ni ante los problemas económicos, y acomoda su discurso acorde a la necesidad del gran capital. En definitiva, no podemos hacer de “gurúes” de la economía y pronosticar si habrá un nuevo parate total en la producción mundial, una lenta reactivación cuasi recesiva, o una recesión abierta a largo plazo –nos inclinamos por esta última-. Lo que si debemos anticipar es que los sectores ganadores, o sea, las grandes empresas y sus PyME satélite, antes lloraban por la caída de la producción y ahora lloran porque no dan abasto, mientras del otro lado del río, el poder adquisitivo de la clase obrera está por el suelo, con una inflación que no cesa, y unas paritarias miserables. Si antes la burguesía lloraba por el parate productivo, ahora llora porque necesitan producir más, y pretenden hacerlo, además, bajando más los salarios, porque un aumento salarial del 30%, con una inflación que ronda el 50% anual, implica de hecho una reducción del poder adquisitivo del -20%.

Los problemas del pueblo son que el 40% de los trabajadores perciben ingresos por debajo de la línea de pobreza. Los problemas de los empresarios son que los mayores de 60 y el personal de riesgo, no puede ir a trabajar. Eso sí, de tomar gente ni hablemos, a ver si viene la segunda ola todavía…


[1] https://www.cronista.com/apertura-negocio/empresas/madanes-quintanilla-me-preocupa-mas-2021-de-lo-que-estuve-en-2020/

[2] Sobre las metodologías para determinar el tamaño de las empresas, y nuestra caracterización al respecto, ver nuestro libro “Argentina ¿un país industrial?”

Disponible en: https://prtarg.com.ar/wp-content/uploads/2021/01/Argentina.-Un-pa%C3%ADs-industrial.-Concentraci%C3%B3n-econ%C3%B3mica-y-capital-monopolista-1.pdf

También puede ser adquirido en papel contactándose a través de nuestras redes.

[3] https://www.observatoriopyme.org.ar/newsite/wp-content/uploads/2020/12/Informe-Coyuntural-III-2020_FOP.pdf

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