¿Desde dónde ganar las calles?

La situación económica del pueblo trabajador empeora día a día, batiendo records históricos. Inclusive los fríos y manipulados números de la estadística oficial reflejan esta calamitosa situación.

  • El segundo semestre del 2020 arrojó valores de pobreza del 42,0% a nivel nacional y 51,0% para el Gran Buenos Aires, donde también se observa la peor tasa de indigencia (15,2%). Si comparamos estos datos con las peores crisis económicas de nuestra historia reciente los números son todavía más estremecedores. Durante la hiperinflación en octubre de 1989 la pobreza llegó al 47% en Buenos Aires[1]; para octubre del 2001 era del 38,3% según el INDEC, bajo la vieja metodología de medición, y del 45% según la Universidad Nacional de La Plata, quien recalculó los valores de acuerdo a la metodología actual; para la misma fuente la pobreza trepó al 60% durante el año 2002.
  • La desocupación de abril llegó al 11,0% contra un 18% en diciembre del 2001 y un pico del 25,5% en el peor momento del 2002. Hay que considerar que entonces no existían tantos artilugios para ocultar la pobreza: por ejemplo, los planes sociales cuentan como población ocupada y han aumentado desde el 2001 a la fecha.
  • El consumo de carne cae estrepitosamente desde 2015: para 1910, primer registro histórico, se consumían 56 kg per cápita de carne vacuna; en la post guerra, momento de caída de las exportaciones y auge del mercado interno, el consumo trepó a los 96 kg para 1923; en el 2001 se consumían 60,3 kg de carne y en el 2002 58,1 kg. Luego se vivió un nuevo incremento hasta la crisis actual. Durante el 2020 se consumieron solo 49,7 kg ¡O sea que hoy se consume menos carne que hace 110 años!

La inflación creciente (4,1% en abril), el atraso salarial, los crecientes ritmos de explotación, la cantidad de horas trabajadas, todo hace a un combo extremadamente explosivo. En el medio de esta situación histórica que, repetimos, solo desde un concepto econométrico, estadístico, resulta única y catastrófica en la historia nacional; en medio de esto, la burguesía pretende imponer su dominación con los jueguitos de las internas judiciales, que solo profundizan su crisis institucional y, los medios oficialistas, pretenden hacernos creer que somos un “modelo” por las metodologías empleadas para afrontar la pandemia.

La realidad es que la crisis social abarca todas las esferas: educación, salud, economía, derechos políticos ¡Todo está mal!

Crisis social ¿estallidos políticos?

Los estallidos políticos son insurrecciones espontáneas producto de una lucha de clases que se vuelve incontenible cuando las masas ya no pueden sostener siquiera su subsistencia, como sucedió durante el 2001. Actualmente hay dos elementos que contienen una explosión. El primero es netamente subjetivo: la idea de que esta crisis económica es producto de la pandemia y no de una crisis de superproducción capitalista, visto desde ahí, cuando “se acabe la pandemia” la economía doméstica volvería a estabilizarse. Ese es el espíritu que la burguesía nos vende al decirnos que la crisis es por la pandemia, crear una ficticia lucecita al final del túnel, cosa que contrasta con las fabulosas ganancias de los grandes grupos económicos. El otro elemento es objetivo: las restricciones a la circulación y el problema de la pandemia limitan la disposición a las movilizaciones de masas, lo que impide que se vayan desarrollando procesos de organización y movilización donde el pueblo trabajador gane las calles. A esto hay que agregarle el papel de las organizaciones sociales que en nuestro país se hallan totalmente controladas como instituciones del Estado para contener la protesta social de los sectores más postergados del proletariado. Si los sindicatos contienen la movilización de la clase obrera industrial, los movimientos sociales contienen la movilización de sectores desocupados.

Por lo tanto, los fríos números nos dicen que la cosa no da para más, pero existen elementos de contención que, muy rudimentariamente, la burguesía todavía está aprovechando.

La situación de la clase obrera

Hay otro elemento que contiene la movilización, el más importante, y es la ausencia de organización del proletariado. No importan aquí los motivos de esta dificultad, lo objetivo es que la clase obrera está dando pasos muy serios hacia la ruptura con las burocracias sindicales, tanto de derecha como de izquierda. Experiencias como la de Algodonera Avellaneda, vitivinícolas autoconvocados, trabajadores de sanidad en Neuquén, choferes autoconvocados, trabajadores y trabajadoras del limón en Tucumán (Citrus) y hasta las masivas asambleas autoconvocadas que se dieron en distintas instancias de conflictos educativos (Salta, Chaco y hasta CABA) van marcando una tendencia hacia una seria ruptura con las burocracias y su democracia representativa, a la par que van ejerciendo verdaderas metodologías de democracia obrera en asambleas y medidas de acción directa que apuntan a confrontar con el capital. La clase ha iniciado ese camino, pero todavía hay que transitarlo, profundizarlo y generalizarlo.

Lejos de tratarse de una labor espontanea, como pretenden instalar los partidos del sistema, todos estos movimientos autoconvocados son la resultante de una experiencia de derrotas y opresión de parte de las distintas burocracias sindicales que van llevando a las y los trabajadores a estas rupturas. Allí está la tarea fundamental para estos tiempos: impulsar organizaciones de base que ejerzan la democracia directa desde cada sector de trabajo, hacer de la asamblea y la acción directa una práctica generalizada en la clase obrera y, muy importante también, transformarlo en una práctica conciente.

Preparar la revuelta para ganar las calles

¿Cómo podemos aportar desde nuestros modestos lugares de trabajo para romper este ajuste contra el pueblo? ¿Acaso la unidad que necesitamos es una convocatoria superestructural de organizaciones, con manifestaciones al microcentro y discursos en el Congreso o en las comisiones parlamentarias?

Para nada. La salida política de esta crisis, para la burguesía, es más represión y superexplotación; para el pueblo trabajador, consiste en ganar las calles, como quedó expresado en Colombia y Chile. Es la única forma de hacerlos retroceder en sus ajustes sobre el pueblo. Pero salir a ganar las calles no implica convocar, así, a boca de jarro, a movilizaciones. Hoy para ganar las calles lo primero que tenemos que hacer es ganar libertades políticas en la empresa, instalar las asambleas como forma de organización permanente de la clase (con o sin sindicato); y constituir agrupaciones que organicen esta lucha desde cada sector de trabajo. Desde ahí vamos a construir la unidad en la fábrica, y desde esa unidad en la práctica se teje la unidad con el resto de las empresas de la zona o de diversos sectores sociales en lucha. Lo que hagamos hoy en cada puesto de trabajo es lo que va a determinar el desenlace de la crisis social que vivimos.

Por eso decimos, la forma de parar el ajuste es ganar las calles; y la forma de ganar las calles es ganar primero cada sector de laburo. Esa es la verdadera construcción hacia una revuelta. Después, si en el medio de ese proceso aparecen estallidos políticos porque la situación de hambre y miseria de nuestro pueblo es insostenible, estas tareas políticas se van a acelerar, pero no solo son impostergables, sino también indelegables.

¡El ajuste lo frenamos ganando las calles!

¡Las calles las ganamos organizando el sector de trabajo!


[1] Fuente INDEC, con la vieja metodología.

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