Problemas candentes del actual proceso revolucionario

Hay un condicionamiento objetivo que dificulta las tareas revolucionarias.

La pandemia no es un obstáculo menor, pero sería una ingenuidad pensar -si quisiéramos “ser buenos”- atribuir a las dificultades que impone la pandemia el hecho de avanzar en la transformación de esta realidad.

Reiteradamente hemos planteado la crisis política que atraviesa la clase dominante.  Gobierno y oposición de todo signo deambulan a ciegas en un sistema que da muestras de agotamiento. El oxígeno que aún tienen es la débil presencia de una propuesta alternativa que cree expectativas en el seno de la clase obrera y el pueblo.

En esta situación de crisis de superproducción, hay grandes perdedores y grandes ganadores mirándolo en el plano de las disputas intermonopolistas que se expresan en quiebras, “fusiones” o “absorciones” en una etapa inicial de las consecuencias directas de tamaña crisis.

Sin embargo, el proceso de concentración económica no solo no se detiene, sino que -por el contrario- adquiere una velocidad inusitada. El “rescate” de los Estados monopolistas como el nuestro a esas empresas de todo tipo no se detiene, es un agujero negro de inagotables recursos y riquezas generadas por nuestra clase obrera y nuestro pueblo.

Ellos necesitan centralización política. Ni el gobierno avanza en ello ni la oposición da muestras de lo mismo.

Del otro lado de la barricada, por el contrario, crece el espíritu de resistencia a todo lo que viene de “arriba”. Por abajo se expande un sentido y extendido espíritu democrático como nunca alcanzado por nuestro pueblo, que abarca a las grandes mayorías explotadas y oprimidas.

¿Cómo se expresa? De muchas formas métodos y maneras, pero la tendencia es a generalizar la idea de la autoconvocatoria. Ese común denominador que ya no puede faltar en todo acontecimiento político que literalmente está instalado en la sociedad.

Sin embargo, ese piso alcanzado que no es poco, intenta ser “copado” o usado por las fuerzas políticas del sistema democrático “representativo”. Su método de razonamiento es: “si no puedes destruir a tu enemigo súmate a él”.

Y la clase dominante y sus partidos políticos tienen suma experiencia en desviar las aspiraciones que vienen de muy abajo. Son expertos en el engaño, la mentira, la manipulación, confunden, dividen, intentan agotar las experiencias de participación y decisión en las luchas entabladas.

Cuando hablamos de partidos políticos del sistema “representativo” hacemos también referencia a las nuevas burocracias de izquierda que se caracterizan por ser “revolucionarias” en el parlamento (y hasta allí nomás) y reformistas y populistas en la lucha entablada o a entablar.

Reformistas o populistas porque de una u otra manera defienden el sistema actual de dominación y tienen como objetivo desconocer el protagonismo de nuestro pueblo como ejes rectores de los cambios revolucionarios que se necesitan.

De este lado de la barricada el piso alcanzado de autoconvocatoria con un recorrido pos dictadura que viene del 93 se fue desplegando masivamente a lo largo de estos 28 años y ha traído muchas cosas a favor. Entre ellas las experiencias adquiridas tanto lo bueno como lo malo.

Entre las cuestiones que rescatamos es que esa experiencia le pertenece a nuestro pueblo, no hubo un laboratorio en marcha para definir esas conductas masivas. Pero a decir verdad, por un largo período histórico, la autoconvocatoria tuvo un peso de la lucha espontánea. Aún si la lucha autoconvocada conseguía o no su objetivo lo que predominaba era que se diluía en el tiempo, aunque quedara la experiencia.

Predominaba no quiere decir que detrás de esos acontecimientos, pequeños o grandes, por abajo, el debate de su continuidad fuera adquiriendo peso. Lo que comenzó a rondar en esas propias experiencias era la necesidad de la organización y de las metodologías a seguir, abundar en los objetivos políticos de cada expresión de luchas.

Es allí en donde aparece la política revolucionaria, una política que no se plantea suplantar el papel y la experiencia adquirida por nuestro pueblo, sino que -por el contrario- partiendo desde allí, elevar el grado de la conciencia política de lo alcanzado y el por qué y el para qué profundizar en la autoconvocatoria.

Aparece entonces el pensamiento revolucionario de lo que significa la democracia obrera, la democracia directa, enfrentada antagónicamente con la democracia “representativa”.

Se va introduciendo en ese pensamiento político, se va vertebrando una serie de propuestas metodológicas en donde la asamblea en los marcos planteados adquiere el peso de nueva institución en manos del pueblo.

Sin embargo, esta situación del presente es aún embrionaria. Tanto por la debilidad de las fuerzas revolucionarias para llevar a un cause revolucionario lo que se lucha y acumula por abajo y la aún débil fuerza revolucionaria en la lucha política e ideológica abierta cuando la burguesía y sus fuerzas políticas parlamentaristas de todo cuño intentan desmantelar cualquier grado de organización independiente que comienza a caminar. Actúan con el engaño y lo intentan con la fuerza de sus instituciones represivas.

De allí que se hace necesario por una etapa consolidar el abajo, fortalecer el papel de la clase obrera en la autoconvocatoria con acciones que embrionariamente se vienen realizando en sendos conflictos obreros que hemos difundido en nuestra propaganda.

Es una etapa de resistencia activa en donde nos tenemos que aferrar al terreno sea la fábrica, el barrio, la escuela, la facultad, etc. Golpear para poner piedras en el zapato al ajuste abierto o silencioso que estamos padeciendo y con rigurosidad ejercer la democracia directa, democracia obrera, la asamblea, para que la autoconvocatoria no pierda su base genuina.

En este plano, la unidad de la clase obrera y el pueblo va adquiriendo forma, aún difusa, pero ciertas experiencias nos muestran el valor de ese criterio unitario hacia la revolución.

La clase obrera de forma embrionaria ha experimentado en estos últimos tiempos ese alcance cuando tiene las políticas justas para incorporar los intereses de la población.

No descartamos ningún camino unitario y sabemos de los múltiples intentos que están en marcha. Pero desde nuestra caracterización de las tareas revolucionarias, el eslabón fundamental de la unidad pasa hoy por lo profundo de la experiencia que va haciendo nuestra clase obrera en cada lugar concreto. Aferrarse al terreno y aferrar al terreno al enemigo de clase en donde más débil se encuentra.

Ese concepto de unidad adquiere relevancia cuando ese peso de clase se hace presente y ya hay pasos alentadores en ese sentido. Pero hay que persistir una y otra vez en esas labores.

Allí radica la fuerza y -a la vez- la gran preocupación de los revolucionarios para salir de una etapa incipiente y embrionaria para saltar a una etapa de cambios cualitativos de la actual correlación de fuerzas entre revolución y contrarrevolución.

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