Hoy, 3 de junio, se cumplen 6 años de aquella primera movilización del NI Una Menos que se hizo en nuestro país tras el femicidio de la adolescente Chiara Paez y que condensaba miles de otros reclamos por violencia de género. Una expresión de lucha nacida desde lo más profundo de nuestro pueblo que nació en Argentina y se extendió al mundo.
Los 127 femicidios que hemos sufrido en lo que va del año 2021 son una lamentable muestra y verdadera magnitud de por qué aquel grito surgido desde las entrañas sigue latente en cada rincón del país, en cada lugar de trabajo, de estudio o de vida.
Esas expresiones, esas iniciativas autoconvocadas fueron verdaderamente estremecedoras porque las marcó el protagonismo multitudinario de la población. Y han instalado esta fecha como “obligatoria” para seguir repudiando lo que vivimos y expresar nuestra bronca.
También para dejar al descubierto que, con cada año que pasa, las promesas de quienes tienen la responsabilidad de gobernar (antes, durante y ahora), legislar y hacer cumplir las leyes se esfuman como parte de las tantas mentiras de los que gobiernan este sistema.
El Ni Una menos nació como expresión masiva del límite social a la violencia machista. Un BASTA a lo más extremo de la opresión hacia las mujeres, a su expresión más descarnada pero no la única, construido en las calles y desde la propia organización, confiando cada vez más en nuestras propias fuerzas. Como respuesta a un Estado de los monopolios al que nuestras vidas no le importan, sólo les interesa sojuzgarnos y explotarnos. Con trabajadoras y trabajadores que somos usados y descartados, porque para la clase burguesa, vale más la preservación de la propiedad del capitalista que la propia vida humana.
Ese gigantesco movimiento conformado principalmente por mujeres de todas las edades y generaciones se dispuso a vencer el miedo y la dominación con esa herramienta que nuestro pueblo conoce y sabe que tiene a mano: ganar las calles y gritar que libres y vivas nos queremos.
Expresión además como parte de un todo, de esa libertad que debemos seguir conquistando en todos los terrenos: económicos, políticos y sociales, forjada al calor de la lucha para terminar con el capitalismo que nos aplasta la vida.
Esta lucha, como tantas otras encabezada por el movimiento de mujeres, forzó a que se llevara a cabo una discusión a fondo sobre la legalización del aborto (aprobado en el Congreso en diciembre pasado que, más allá de las diferencias con el proyecto original, fue un golpe directo al corazón de este sistema). Logró visibilizar y entablar una lucha diaria contra los femicidios, los abusos y todo tipo de violencias, desde las bases, cuando en los barrios las mujeres y sus familias se autorganizan no sólo para protegerse sino para enfrentar y detener a los asesinos.
Además (más allá de las diferentes concepciones desde donde se parte, que no desconocemos porque expresan también una posición de clase) supo poner en el debate cotidiano en nuestras casas, en nuestras familias, el cuestionamiento concreto a una interminable lista de prácticas sociales que se arrastran “de toda la vida” y que no son otra cosa que expresiones de machismo que debemos desterrar.
Todo esto como parte de un verdadero combate en contra de la hipocresía de un sistema que se vende como “la única salida posible para la humanidad” pero oculta todas sus violencias, todos sus sojuzgamientos, todas sus opresiones, toda su explotación.
Porque en una parte importante de todo este movimiento que ha gestado nuestro pueblo también crece la semilla que nos va a permitir terminar de una vez y para siempre con este sistema injusto e inhumano.