A esta altura de los acontecimientos, el bochorno que significa la discusión entre el gobierno y “oposición” en torno al tema vacunas, no deja margen de duda de hasta dónde la lucha intermonopolista entre las corporaciones farmacéuticas agrava la crisis política de la burguesía en la Argentina.
Las acusaciones entre ambas facciones de la clase dominante muestran hasta qué grado ha llegado la disputa por el control de las decisiones estatales por parte de los monopolios. Ya ni las formas se guardan; todo es una ratificación del papel que juegan las fuerzas políticas del sistema a favor de uno u otro bando de la oligarquía financiera mundial.
Cuando en agosto del año pasado el presidente Fernández y Hugo Sigman (cara visible de la multinacional Mabxcience) anunciaron la fabricación de la vacuna de Astrazeneca en nuestro país, con la participación de uno de los exponentes más encumbrados de la oligarquía financiera mundial, el mexicano Carlos Slim, quedó claro qué sector monopolista había tomado la delantera. Pero sería una ilusión que creyéramos que allí se terminaba la disputa. Pfizer había quedado afuera. Y otros laboratorios tan importantes como ese, también.
Luego se agregaron las vacunas provenientes de Rusia y de China (valga aclarar, capitales tan imperialistas como el resto), cuando el gobierno argentino cayó en la cuenta que el anuncio hecho con bombos y platillos sobre la producción de Astrazeneca en nuestro país se deshacía como una burbuja. Producto de que las decisiones de provisión no estaban en manos del empresario Sigman. Y mucho menos del gobierno.
La oposición tomó entonces la bandera de Pfizer como si fuera una causa nacional que traería la solución al problema.
Unos y otros se tiran por la cabeza declaraciones, acusaciones y todo tipo de griterío que ocultan la verdadera disputa.
El multimillonario negocio de las vacunas tiene hoy al mundo como un terreno de disputa en el que los que deciden no son los políticos, ni los gobiernos, ni los Estados. Son los grandes conglomerados farmacéuticos que actúan como el mascarón de proa del capital más concentrado de la economía mundial.
Valga como ejemplo de lo que decimos el amague que intentó el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, declarando un día que era necesario liberar las patentes. Al otro día el CEO mundial de Pfizer declaró estar en oposición a tal medida; nunca más se habló del tema. Y que el capital más concentrado está detrás de los laboratorios lo confirma tanto que Astrazeneca como Pfizer tienen como accionistas a fondos de inversión como Vanguard y Blackrock, por citar solamente a los dos laboratorios que se nombran por estos días.
Por lo tanto, todas las declaraciones que afirman que unos y otros están defendiendo la salud de la población son una cínica mentira, tan inmensa como el tamaño del negocio multimillonario mundial que hoy representa la vacuna contra el Covid-19.
Toda la discusión, que aturde hasta hacer doler los oídos y que se da en nuestro país, no es más que la manifestación de cómo la lucha interburguesa por los negocios se expresa en la política de la clase dominante. Y siempre es así, no es esta la excepción.
El denigrante espectáculo que ofrecen ante un pueblo agobiado y asfixiado por una crisis económica y social profundísima, agravada por la amenaza de la enfermedad, no hace más que sumar descrédito y desconfianza a la columna del debe de la burguesía. Cuestión que minimizan producto de su profunda subestimación y desprecio a las masas que, mientras ellos defienden a tal o cual sector del capital concentrado, cada día debe afrontar condiciones de vida que se vuelven intolerables.
Y si de tolerar hablamos, nuestro pueblo demostrará (como en tantas otras ocasiones de la historia) que cuando la misma se acaba no hará diferenciación entre uno y otro bando burgués.