Cuando hace año y medio el virus del COVID19 se esparcía por el mundo, y se convertía en pandemia, la burguesía rápidamente atinó a advertir la catástrofe económica que esto traería. Ya en ese entonces señalábamos que, independientemente de la existencia de la pandemia, lo que estábamos viviendo era una crisis de superproducción capitalista ¿Qué quiere decir esto? Que la capacidad productiva instalada rebaza la capacidad de consumo del sistema, y lo hace en tal medida, que se detiene la producción y disminuye el crecimiento económico.
Las crisis pueden estallar por diferentes motivos: un crack financiero como en 1929 y 2008; fraudes financieros que generen cesamiento en la cadena de pagos, como la crisis de las puntocom a fines del 2001; fenómenos políticos como las guerras mundiales, las guerras comerciales (crisis del petróleo de 1973 y 1979), etc. El fenómeno del estallido de la crisis puede variar, lo que no cambia son los elementos de fondo que la generan (superproducción de capitales) ni sus consecuencias inmediatas (destrucción de fuerzas productivas).
La actual crisis que vivimos ya se preveía desde fines del 2017, cuando el Banco Central Europeo sale a comprar deuda privada para rescatar a 200 grandes empresas europeas, pateando para adelante algunas quiebras y apalancando el mercado de capitales.
Resumimos, muy brevemente, algunos de los principales elementos que anunciaban y manifestaban la crisis de superproducción:
Guerra comercial “China-EEUU”: En marzo del 2018 comenzó una “guerra comercial” entre Estados Unidos y China ¿En qué consistió? En gravar con impuestos extraordinarios las importaciones chinas a Estados Unidos, donde las mercancías de telecomunicaciones fueron las más afectadas y, viceversa, en que China conteste gravando de impuestos extraordinarios a las exportaciones estadounidenses. Esta guerra arancelaria se extendió a otros países: la Unión Europea gravitó mayores impuestos a importaciones estadounidenses, al igual que Turquía y Canadá. En general el estallido de la guerra comercial afectó todo el intercambio mundial, y tiene su origen en una disputa entre los grandes capitales por apoderarse de los mercados donde no domina. La superproducción de capitales genera un excedente productivo para los mercados controlados por determinados grupos económicos. Ante esta superproducción salen a la caza de nuevos mercados. Pero como el mundo ya está “repartido”, para ganar nuevos mercados hay que arrebatárselos a la competencia, es decir, a otros grupos económicos que están instalados predominantemente en otras partes del mundo, o en otros mercados de capital. Así, la guerra comercial es el fenómeno político y arancelario de una crisis de superproducción ya existente.
Crisis de las materias primas: agravada por la guerra comercial algunas materias primas vieron descender sus precios abruptamente en el mercado mundial. Para el caso de los productos agropecuarios esta disminución no fue tan aguda. Es cierto que se venía de una tendencia a la baja desde el 2012, pero no hubo ningún tipo de crack. Diferente fue el caso de materias primas metálicas, involucradas en la disputa por la reconversión tecnológica hacia nuevas energías. El precio del cobalto entre marso del 2018 y julio del 2019 cayó un 72,3%. Esto llevo, por ejemplo, a que Glencore cierre la mina de cobalto más grande del mundo en 2019 (Mutanda, Repúbica Democrática del Congo) para forzar un alza de los precios. Iniciativa que, ahora que los precios se han recuperado de manera moderada, vuelve a intentar recuperar. Situación similar vivio el cobre, cuyos precios máximos alcanzó el año 2011[1], y experimentó una fuerte caída desde noviembre del 2017 hasta marso del 2020 (-44%). Inclusive el hierro (mineral 62%) que venía de una tendencia alcista, manifestó una caída del 31% entre julio del 2019 y abril del 2020.
Crisis del petróleo: Si bien se engloba dentro de la crisis de las materias primas, adquirió sus propias particularidades tras presentar una caída donde el barril de petróleo llegó a precios negativos los últimos días de diciembre del 2019. Esto fue tras el fracaso de las negociaciones entre las grandes empresas petroleras para repartirse el mercado del crudo y limitar así la oferta para elevar los precios. Como no hubo acuerdo político, la crisis estalló. Mientras esto sucedía, el COVID19 recién estaba siendo informado por las autoridades chinas al mundo, es decir que la caída de precios del petróleo, no tuvo relación alguna con “el bicho”.
Aumento de la deuda mundial: una característica central de esta crisis es el alto endeudamiento mundial. Es que para superar la crisis de superproducción del 2008 la burguesía utilizó el apalancamiento estatal para hacer “crecer” la economía. Esto significa que estatizó deuda privada a través de distintos mecanismos; rescató empresas; otorgó créditos a tasas de interés bajísimas para incentivar la inversión productiva, lo que terminó retroalimentando la especulación financiera; emitió bonos para transferir recursos del Estado al capital financiero trasnacional inyectando liquidez al mercado, etc. Los mecanismos de endeudamiento son variados, no nos vamos a detener en ello. Baste tan solo recordar el negocio de las LEBAC y las LELIQ durante el gobierno de Macri, o cómo los créditos otorgados a Vicentin por el Banco Nación en realidad eran destinados a financiar la deuda de la empresa. Bueno, imaginemos eso, pero a escala global y con una tonelada de empresas cuyo desfalco no adquirió la publicidad de Vicentin.
Por ejemplo, en el año 2009, peor momento de la crisis de Wall Street, la deuda privada en Estados Unidos alcanzó el 224,52% de PBI. Descendió al 208,97% en 2013, y luego volvió a crecer sostenidamente, siendo del 219,20% para el 2019 y pasando al 235,50% durante 2020. Esto es el mayor pico histórico de endeudamiento privado en ese país. La deuda pública pasó del 64,65% del PBI en el año 2007 a una escalada continua, que todavía no cesó, llegando al 108,68% en 2019[2] y al 133,6%[3] en lo que va del 2021.
No pretendemos ahondar en este tema aquí, baste para el lector considerar que el aumento creciente de la deuda pública se repite para las mayores economías, al menos, aquellas de las que se cuentan datos: Portugal, México, Italia, Francia, Reino Unido, España, Brasil, Alemania, Australia, Chile, y la lista podría seguir un rato largo más. Algunas de ellas con deudas públicas que superan un PBI entero, como Francia, Italia o Reino Unido, otras como Chile, con menores niveles de endeudamiento, pero todas las mencionadas (y muchas más) con una fuerte tendencia alcista histórica y agudizada en el último ciclo económico (2008-2019).
Hemos mencionado solo algunos elementos que dejan en claro que lo que vivimos es una crisis de superproducción de capitales, independientemente de la pandemia. Como en toda gran crisis capitalista la burguesía descarga sus pérdidas sobre el pueblo trabajador: incrementa ritmos laborales, disminuye el gasto estatal destinado a cubrir aspectos como la salud, la educación, la desocupación, etc., mientras aumenta los subsidios y las prebendas al gran capital.
¿Por qué señalar estas cuestiones? ¿Qué me importa a mi si esto es una crisis de superproducción o una pandemia maldita?
Esta es la pregunta básica que nos hacemos quienes queremos transformar la realidad y destruir este sistema. Es importante conocer aunque sea superficialmente este panorama porque nos indica que la crisis va a continuar, con o sin vacunas. Si bien varios precios internacionales de materias primas ya han repuntado, y presentan nuevos máximos históricos, también hay que considerar que el merado todavía está restringido: tanto por los resabios de la guerra comercial, que todavía no ha terminado (aunque la cruzada política internacional esté de tregua, las trabas arancelarias siguen y no hay desenlace final todavía), como por las dificultades productivas que acarrea el coronavirus, donde muchas fábricas se ven forzadas a parar en algunas partes del mundo, por momentos hay desabastecimiento de materias primas y la especulación, como el lector imaginará, está a la orden del día.
No podemos anticipar cuándo y cómo se reactivara la economía mundial, no somos “gurúes” ni nada por el estilo. Lo que sí queda claro es que no depende simplemente de que se acabe la pandemia, sino de que se destruyan la suficiente cantidad de fuerzas productivas con su consecuente concentración de capitales. Lo que sí podemos afirmar es que la burguesía no cuenta con la principal herramienta de apalancamiento que utilizó para superar la crisis del 2008: el gasto público. La deuda pública asciende a valores máximos históricos, y la capacidad de los Estados de endeudarse para salir a rescatar empresas es muy pobre. El margen de acción de la burguesía se ve limitado. Matemáticamente solo puede recurrir a un ajuste mayor y directo a los pueblos del mundo, es decir, sin utilizar el mecanismo de la deuda pública, sino acentuando la baja salarial que ya vienen implementando.
A todos estos problemas, producto del propio sistema, que enfrenta la burguesía, hay que agregarle una lucha de clases en etapa ascendente, con estallidos políticos en algunos casos, y con una persistente resistencia obrera a nivel mundial que, en parte, también es hija de la crisis del 2008, como lo fueron las huelgas automotrices en China, Estados Unidos, Corea del Sur, las maquiladoras en México y las masivas huelgas de India. Las crisis capitalistas no son una fórmula abstracta que se repite, y que se puede predecir únicamente con modelos matemáticos: la lucha de clases está a la orden del día, y ahí es donde las y los revolucionarios debemos intervenir para torcer el futuro.
[1] El cobre osciló un poco más que el cobalto, tuvo una fuerte caída durante el 2015, una nueva recuperación hasta noviembre del 2017 y una nueva caída, que coincide con la crisis en curso. Actualmente el precio del cobre se ha recuperado a los niveles de hace 10 años atrás.
[2] Hasta aquí, todas las referencias son del FMI.