Días pasados, se escuchaba en una radio de Rosario el diálogo entre un periodista radial y el directivo de una Cámara de Inquilinos, tratando el problema que representa, para las familias, el costo de los alquileres que, según decía el supuesto representante de cientos de miles de habitantes que desconocen la existencia de dicha Cámara, absorben un salario entero de uno de los sostenedores (padre o madre) de una familia tipo.
La irrepresentatividad del entrevistado no estaba dada por sus afirmaciones, que eran certeras, sino por la entidad fantasma que respalda el cargo que ostenta. La conversación se desarrollaba a través de quejas y reclamos y se conducía hacia la “solución” que proponía para superar el viejo problema de la permanente elevación de los costos de los inmuebles que repercute en los precios de los alquileres.
Proponía, en consecuencia, que el precio de los inmuebles debía pesificarse porque están dolarizados y, por tal motivo, decía, el aumento de la moneda norteamericana hace que los inmuebles aumenten y, con ello, los alquileres.
Lo absurdo de su planteo queda en evidencia, cuando se compara la estabilidad del dólar en medio de la creciente inflación ocurrida en los últimos meses, en donde el resto de los precios le ganaron al dólar.
Querer “resolver” determinados índices de precios atándolos al peso para desprenderlos de las fluctuaciones del dólar, es desconocer que toda la economía capitalista se mueve con precios relativos entre sí. Pues la tasa de ganancia media surge del promedio de las ganancias particulares de cada uno de los bienes que se ofrecen en el mercado y, en virtud de la propiedad privada inmobiliaria, la renta de la tierra se mueve al compás de música que impone dicho promedio.
El mismo efecto inútil se produce cuando, desde el gobierno de turno, se pretende establecer control de precios para determinados bienes.
El razonamiento burgués (incluye a funcionarios del gobierno, economistas y propaladores de los medios masivos de difusión) consiste en mandar al sacrificio -exceptuando el propio, por supuesto- a una determinada rama o sector económico a fin de no tocar los porcentajes de ganancia generalizados alcanzados hasta ese momento.
El problema con el que choca esa medida es que la tasa de ganancia media es un promedio, y el sector afectado termina influyendo en el resto del mercado haciendo bajar el promedio de la ganancia general. Entonces los demás capitalistas, sin pensarlo, ven disminuida sus ganancias y, en consecuencia, vuelven a apretar sobre la baja de los salarios para “compensar”, que es lo mismo que aumentar los precios de los bienes, porque precios (o porcentajes de ganancias sobre estos) y salarios, salen de la misma fuente que los genera: el trabajo del obrero. Si uno de los términos sube, el otro baja y a la inversa.
Podría pensarse, desde un razonamiento simplista, que una solución al problema de los aumentos de precios de los alquileres o de los demás bienes sería dolarizar los salarios, al igual que están dolarizados los precios. Con ello, supuestamente, no sólo se terminaría con la suba permanente de los inmuebles y de las locaciones sino también de las demás mercancías cualesquiera fueran sus características. También se terminaría con la inflación, ya que, si todos los bienes aumentan y con ellos el salario, en realidad no habría aumento de nada. Si el río crece, la canoa se eleva con las aguas… De tal manera se podría alcanzar la estabilidad en los ingresos de los asalariados.
Esta forma de plantear las cosas, es decir, la promesa (de burgueses) o el sueño (reformista) de la elevación de los salarios para estabilizar el sistema, es muy frecuente y se utiliza como punta de lanza para generar expectativas en las masas laboriosas. Pero es tan absurda como una pelota cúbica.
Ya Menem, (sólo por nombrar uno de todos los presidentes entreguistas) protagonizó esa maniobra cuando prometió que los docentes ganarían 100 dólares. De hecho, alcanzaron, en su momento, según la paridad del 1 a 1, dicha suma que, sin embargo, poco valió para un buen pasar, por el contrario quedó por debajo de las necesidades mínimas (recordemos las movilizaciones de los maestros de aquella época). Hoy, los docentes ganan un sueldo mínimo inicial de cerca de $ 30.000 y eso equivale a 176 dólares y no alcanza para nada.
Los salarios están en relación inversa con la ganancia, y ambos términos salen del tiempo de trabajo de los obreros, el planteo de una estabilidad salarial resulta ridículo habiendo desocupación que presiona a la baja sobre los salarios y debido, además y fundamentalmente, a que el sistema capitalista se rige por la búsqueda y tendencia permanente al estímulo de la obtención de mayores ganancias.
¿Quiere decir entonces que es inútil luchar por la baja de precios o, lo que es lo mismo, el aumento de salarios?
¡No! Muy lejos estamos de plantear tal cosa. Lo que afirmamos es que los aumentos de salarios sólo son momentáneos (pudiendo durar más o menos tiempo según la potencia de la lucha de los trabajadores) y que el mecanismo del sistema por sí mismo tenderá a bajarlos permanentemente. Por tal razón, la lucha por aumento salarial, mejores condiciones de trabajo y de vida, al igual que la lucha por nuestros derechos, por tener acceso a la vivienda, la educación, la salud, etc. no sólo debe librarse contra el patrón de la empresa sino contra toda la clase de los capitalistas y sus gobiernos de turno. Por esa razón es una lucha política general, nacional en su contenido, aunque tenga forma de lucha parcial, local.
Comienza en la fábrica y debe proyectarse al resto de la sociedad. Es una lucha de clases y contra la propiedad privada capitalista.
Toda conquista parcial, si bien no resuelve el problema de fondo, proporciona energías, experiencia, involucra organización, compromete la participación de las masas obreras y populares, fomenta la unidad de clase y con el pueblo. Por eso, desde lo local a lo nacional, desde lo pequeño a lo grande, desde lo parcial a lo general, desde lo momentáneo a lo permanente, desde el nivel de escalones hasta alcanzar un nuevo piso social en la historia, debemos abrirnos pasos y abordar cada batalla en el marco de una lucha de clases.
Así como el problema de los alquileres no lo resuelve ninguna cámara de inquilinos fantasma, el problema de nuestras vidas presentes y futuras, lo resolveremos los trabajadores y sectores populares oprimidos por nuestra cuenta y prepotencia de dignidad.