La humanidad padece un etapa muy dolorosa y compleja, quizás la de mayor envergadura que se halla conocido en toda su historia.
Sobrevivimos en un sistema que toca a las puertas de su colapso total, cruel y despiadado: el capitalismo monopolista de Estado trasnacionalizado ha generado un sinnúmero de contradicciones que estallan geométricamente cada día, cada hora, cada minuto, trastocándolo todo, creando una relación del ser humano con la naturaleza que frena e imposibilita que se realice en su razón de ser, que -en última instancia- es una vida digna, en la permanente e infinita búsqueda por desarrollarnos, mejorar, investigar, avanzar en nuestra relación armónica con la naturaleza por lo que nos da y por lo que le devolvemos.
¿Te preguntaste alguna vez qué es la libertad del ser humano, la libertad en serio?
La actual etapa del capitalismo exacerbó a tal punto la explotación e hizo de la ganancia de unos pocos el más preciado de sus dogmas, que colocó a la humanidad a milímetros del abismo.
El resto lo debe hacer la Revolución. Esa es la gran tarea de los pueblos.
En este mar de contradicciones, el primer deber de los revolucionarios es tener bien en claro la caracterización de los tiempos que vivimos, contemplando una premisa fundamental y principal: la lucha de clases, y en ella la lucha por el poder, parados contra viento y marea desde la clase obrera.
Si partimos de estos principios sabremos apuntar certeramente en la lucha política del día a día sin dejarnos obnubilar por esos millones de contradicciones que desde una mirada superficial terminaríamos colocándolas todas en un mismo plano.
Todo está en permanente movimiento. No necesariamente lo que era ayer de una manera hoy siga siendo así- En donde hay que plantarse es en ser verdaderamente libres, independientes y seguros en nuestro pensamiento, sobre todo, en la lucha por el poder.
Lo peor que podría hacerse es transformar la ideología en un principismo, “una religión”, cuando lo primero que nos enseña el pensamiento científico es que nos sirve para analizar la realidad, para transformarla y no para gritar desaforados frente a un gran muro.
Para derribar a este sistema hacen falta más que histéricas declamaciones, incapaces de mover tan solo un granito de arena de semejante pared. La lucha revolucionaria, la política revolucionaria, sí le genera a la burguesía contradicciones que la desesperan, la atemorizan, la pierden. Y como van a contrapelo de la historia no les queda otra salida que caer constantemente en el dogmatismo, y en las consecuencias que esto genera a favor de la profundización de la lucha de clases y el debilitamiento del enemigo.
Seguiremos sosteniendo que el partido revolucionario es una organización política cuyo papel central es el de organizador de la lucha través de su política en la clase obrera y el pueblo.
No concebimos una organización revolucionaria como un partido ideológico. Estamos asentados en una ideología que, a través de la acción, que es la política, y la conducta política de un partido, nuestra ideología se ve plasmada constantemente.
Pero el objetivo central de la política es marcar el camino constantemente que lleve con éxito al triunfo de la revolución, a la destrucción del Estado de los monopolios, a la desaparición, como objetivo final, de la explotación del hombre por el hombre.
Pero para hacer la política hay que comprometerse en cada posición que beneficie y elimine caminos innecesarios y que sea capaz de conducir a la revolución triunfante.
Como no están pensando en esto, los que se disfrazan de revolucionarios desvirtúan la relación entre ideología y política, haciendo de cada situación o contradicción, la batalla final, el gran ruido que a nadie sorprende.
Tapando los verdaderos problemas de nuestro país, pulula por todos lados cierta izquierda del sistema, tan ideologistas ellos que -frente a toda organización genuina del pueblo- su primer intento como acto reflejo es meterse y romper todo. Porque -según ellos- las masas están enajenadas y hay que educarlas…
En vez de alentar lo avanzado para que avance más, ponen trabas y sermones, supuestamente profundos, que lo único que hacen es alejar y confundir a las masas y desprestigiar a la revolución.
Los revolucionarios debemos meternos en los problemas, embarrarnos en política, que lleve a una acumulación de fuerzas en beneficio de la clase obrera, no poniendo el carro delante del caballo.
Ahí es en donde se encuentra la ideología materializada, es decir, en la política.
Cuanto más confiamos en la política y la llevamos a la práctica, más nos alejamos del dogmatismo y comprenderemos a fondo la capacidad inagotable del movimiento de masas.