Hace tiempo ya que el desencanto y el hartazgo a la institucionalidad burguesa ha calado en el proletariado, en sectores asalariados de los más variados y en vastos sectores de nuestro pueblo.
El descreimiento político al empresariado, a las estructuras sindicales, a las instituciones burguesas, a los gobernantes y hasta los partidos políticos -sean del color que sean- pasan por el tamiz de la desconfianza generalizada.
Y a medida que la situación se agrava y el empobrecimiento se generaliza al compás del enriquecimiento de una clase social parasitaria que vive a costa de la explotación, la pobreza, la hambruna y la miseria extendida en millones de trabajadores, más se agrava dicha desconfianza. La desconfianza generalizada a toda la superestructura del Estado, de la clase dominante es un hecho político. Lo mismo pasa en las fábricas y en empresas y barridas.
Los ajustes, la inflación, las reducciones de salarios, los aprietes, las amenazas, las extorsiones, las persecuciones, los despidos que acompañan todo ello, más la falta de libertades políticas y el pronunciado fascismo que gobierna en las fábricas y en los lugares de trabajo, son la coacción de las estructuras sindicales, del Estado y del empresariado monopolista, es decir de la clase burguesa, para sostener el régimen de explotación actual.
Son en su conjunto la política de opresión que la burguesía implementa para sostener su dominación y apropiarse de las ganancias producto de la explotación asalariada.
En este escenario la lucha del proletariado no puede dirimirse al margen de su propia acción política independiente. Es decir, no puede esperar que las mismas estructuras parasitarias que le chupan la sangre implementen políticas en favor suyo.
La historia de los últimos años lo pone con harta evidencia. Las migajas salariales otorgadas a modo de aumentos son un claro ejemplo de todo ello. Porcentajes que parecen ampulosos y glorificantes apenas representan una miseria en dinero real y, por si fuera poco, además, el ajuste y el sistema inflacionario implementados por la clase burguesa los desintegran en un abrir y cerrar de ojos. Por lo tanto, se reitera un escenario que para un lado acumula más y más condiciones de oprobio y para otra más concentración de ganancias.
La acción política del proletariado abarca la necesaria lucha por aumentos de salarios, por libertades políticas, por reivindicaciones generales, por formas de organización de base que superen este marco dictatorial predominante en el sindicalismo de nuestro país.
Pero no solo en función de una conquista concreta sino, en función de avanzar en la multiplicación de fuerzas de lucha capaces de potenciar su alcance de lucha. Es decir, extendiendo su enfrentamiento a más contingentes de trabajadores.
Por lo tanto, no puede acotarse únicamente al plano económico o al plano reivindicativo o a la lucha por copar las estructuras sindicales compitiendo electoralmente desde aparatos partidarios que terminan llevando la lucha a callejones sin salida (como lo han hecho en múltiples ocasiones los partidos de izquierda). Debe incorporarse la lucha y el enfrentamiento contra todo este conjunto de condiciones.
La lucha del proletariado no puede ser solo una lucha política a secas porque, siendo a secas carecería de objetivos claros y definidos, con lo cual caería en lo que ha venido pasando hasta ahora, nada cambia y todo termina subsumido al marco de las premisas burguesas.
Por lo tanto, tiene que ser una lucha política revolucionaria para barrer la clase social que sostiene este régimen y las condiciones de opresión imperantes.
La historia de los últimos años ha puesto en evidencia esta verdad ante los ojos, la bronca y el espanto de miles de trabajadores y trabajadoras. Más de una vez ante las injusticias se expresan con nitidez: ¡¡Estos son unos HDP!! ¡¡Habría que barrerlos a todos!! ¡¡Nos haría falta un paredón!! y tantas cosas más.
Más de una vez contingentes proletarios que se vieron vilipendiados, engañados por la política a secas han sentido la ausencia de un planteamiento político revolucionario que exprese sus necesidades. De lo que trata entonces es de hacer realidad esta aspiración por medios revolucionarios. Sin política revolucionaria y sin partido revolucionario no hay lucha revolucionaria por el poder.
El régimen capitalista, el régimen actual montado en este marco de explotación pobreza y miseria defiende a muerte estas condiciones que son las que le permiten acumular más y más ganancias.
Por lo tanto, la lucha contra estas condiciones no implica únicamente la oposición a las mismas sino, barrer estas condiciones económicas, políticas, por medio de la lucha revolucionaria es decir de una lucha de clases abierta contra este régimen.
Desde ya ello implica la organización independiente, de base, la lucha auto convocada y la masividad: es decir, las propias herramientas de lucha creadas al calor de la propia experiencia que despunta producto del hartazgo y que son superadoras de la institucionalidad burguesa.
Al despuntar el carácter revolucionario que contienen estas herramientas despunta también el carácter político de su enfrenamiento superando lo atrasado perimido y oscuro del propio régimen en relación a las formas de organización obreras.
De no ser así, de circunscribirse sólo al plano de la oposición, la lucha del proletariado queda librada a las propias condiciones institucionales de la llamada democracia burguesa, que, con todo su aparato de engaños y mentiras, todo su parlamentarismo, todo su oportunismo, llevan y desvirtúan todo el contenido trasformador que anida en ellas.
Al referirnos al carácter revolucionario de la lucha proletaria también está implícito necesariamente el carácter político de la organización proletaria. Por lo tanto y del mismo modo que la burguesía en su lucha por sostener este régimen está dotada de partidos políticos burgueses de los más variados colores, que defienden a ultranza el capitalismo y su régimen de opresión, y del mismo modo que la crisis y la descomposición de los sectores medios hace aparecer partidos reformistas cuyo último fin es la lucha parlamentaria, pero sin cambiar el régimen capitalista, también el proletariado debe dotarse de su partido revolucionario y de la ideología que le es propia como clase productora de todo lo existente, como clase social que no necesita de los patrones, ni de un régimen de esclavización asalariada para producir y vivir plenamente.
Los partidos burgueses se han encargado de sostener que la clase capitalista es necesaria, los partidos reformistas que puede haber un capitalismo bueno con lo cual sostienen lo mismo que los grandes burgueses, ambas premisas son mentiras de cabo a rabo.
La historia lo demuestra a diario. Las fábricas no pueden funcionar sin obreros. Y tan absoluta como esta verdad es el hecho que pueden funcionar sin Ceos, sin magnates, sin gerentes.
Las estructuras sindicales enquistadas en las empresas son el aparato de contención y de sofocación, vienen a ser los antiguos capataces de las patronales. Sin ellos la producción estaría de parabienes, la propia organización productiva no los necesita. Los necesita el régimen explotador montado sobre el trabajo asalariado. Por lo tanto, el proletariado organizado en un partido revolucionario implica la lucha organizada contra toda esta putrefacción en función de liberarse de las cadenas de opresión del capitalismo. Implica la lucha desde el protagonismo de los trabajadores
La burguesía ha disparado a lo largo de varias décadas mucha munición falaz y mentirosa contra la ideología del proletariado: el marxismo leninismo. Se ha esforzado por negar la necesidad que el proletariado tenga y se organice para la lucha en un partido propio e independiente a tal punto que su prédica se hizo eco azuzando la desconfianza en la necesidad de una revolución social y por ende en los partidos revolucionarios que expresan los intereses de los trabajadores.
Sin embargo, la realidad golpea las puertas una y otra vez llamando la atención sobre esta cuestión ineludible que atañe al propio proletariado, que atañe a sus propios intereses de clase productora y super explotada, marginada de toda posibilidad de progreso, que atañe a su necesidad de una vida digna, que atañe al propio pueblo, que atañe a la humanidad. Porque ninguna de estas cuestiones han sido resueltas en su beneficio dentro del régimen capitalista, por el contrario se han agravado exponencialmente.
Lejos de toda premisa burguesa y del mismo modo que desde las luchas obreras despuntan formas de lucha infinitamente más democráticas, más protagonistas, más directas, más ejecutivas y resolutivas, más intransigentes con las burocracias, es decir superadoras de lo viejo- despunta también la necesidad de la seguir construyendo el partido revolucionario de los trabajadores.
Las premisas históricas incorporadas como un sello indeleble en la lucha por el poder y el socialismo enraizadas con lo nuevo que la propia lucha de clases y las saludables, pequeñas o grandes experiencias prácticas del proletariado crean deben integrarse en función del objetivo de robustecer con fuerzas reales al partido revolucionario y dotar a la clase obrera y el pueblo de su propio partido para romper con el ostracismo al que la burguesía pretende condenar la lucha revolucionaria y la lucha por el poder y el socialismo.
Para responder de forma concreta la demanda de la historia es necesario profundizar esta construcción, para acabar con lo viejo hay que avanzar con lo nuevo.