No sin dificultades la vanguardia obrera viene desarrollando experiencias de lucha, en su mayoría de carácter reivindicativo.
En ese camino hay conquistas y derrotas, pero todas -independiente de su magnitud- son una especie de cantera que aumenta el ritmo de la compresión de la explotación y la injusticia a la que es sometida la clase trabajadora, y la impunidad reinante en las fábricas, verdaderos enclaves autoritarios del capitalismo (modelo que se extiende a toda la sociedad).
Esto se pone blanco sobre negro en aquellas experiencias donde la lucha del proletariado empieza a tomar un rasgo político que trae el germen de lo nuevo, de lo revolucionario, poniendo en el centro de su accionar la dignidad, rompiendo con la historia de sufrimientos y falta de perspectivas que genera remar todos los días por mejores salarios.
En ese enfrentamiento, las vanguardias necesitan de un proyecto político donde acumular fuerza y darles una proyección y salida a esos esfuerzos de la lucha diaria.
Cuando esto ocurre, todos los agentes de la burguesía balbucean y antes de lo previsto y no sin contradicciones lucha pasa a un peldaño superior y deben confrontar directamente contra sus enemigos de clase: las y los trabajadores.
Para ello apelan a la “santa alianza” (patrones, corporaciones sindicales, gobierno). Y allí se caen todas las caretas y los formalismos institucionales, poniendo en marcha un plan conjunto y articulado, dirigido a liquidar cualquier intento de organización político-reivindicativa que este fuera de su control. Lo que busca es escarmentar a la clase y garantizar la continuidad de sus planes, basados en una mayor explotación para que obtengan más ganancias.
Alguna vez leímos que la concepción leninista de la revolución se basa en la búsqueda permanente de atajos que acerquen, al proletariado y el pueblo, lo más rápidamente a la toma del poder.
Esto quiere decir que cualquier esfuerzo en ese camino será menor al número de calamidades que nos depara en la actualidad y en el futuro. el capitalismo.
Hoy esos atajos están en poner el proyecto revolucionario, la cuestión del poder y la construcción del partido revolucionario a disposición de las nuevas vanguardias, que están en la lucha, pero desconocen su correlación de fuerzas como clase.
En una búsqueda que unifique y golpee de forma unitaria en un plan que englobe todos esos esfuerzos hacia la salida revolucionaria.
El primer acto del enfrentamiento de clases es la propaganda revolucionaria en los centros de producción, los parques industriales y las fábricas, más allá del estado de ánimo o la disponibilidad de trabajadoras y trabajadores del lugar y qué organización previa pudiera haber.
Es aquí donde cualquier iniciativa consciente se agiganta. Las y los militantes revolucionarios redoblamos esfuerzos y recurrimos a la creatividad propia y de las masas para garantizar esta urgente tarea.
Esa decisión es trascendental para lograr que la clase obrera ocupe su lugar en la lucha política y así desequilibrar la balanza a favor de todo el pueblo, para que cuente con un proyecto liberador clasista que sea soporte y futuro para la solución de sus reivindicaciones.
Hay que dimensionar correctamente la extensión y magnitud de las vanguardias obreras y su organización, así como alta capacidad de fuego político de la clase cuando se moviliza masivamente. Esto nos permitirá llegar al espíritu de la clase.
Hacer la revolución todos los días es ganarse el corazón de la vanguardia para la revolución, con acción política, impulsar las fuerzas y las herramientas políticas organizativas, construyendo organización desde las bases materiales revolucionarias.
Poner todo ese poder condensado, toda esa experiencia (que no le pertenece al partido sino a la clase obrera) en manos de la vanguardia, es la única manera de acercarnos a las puertas de la revolución.
Sin la planificación y puesta en práctica de esta tarea el partido revolucionario no tiene razón de existencia. Sin este acto de enfrentamiento clasista, sin la presencia del Partido, sin el planteo de la revolución, la vanguardia queda a expensas de todo el diversionsimo que -en última instancia- terminará en la conciliación de clases y en una frustración.