Hablando de imperialismo…

Cuando recibimos por estos días noticias como las de Afganistán, quizás una de las preguntas que nos hacemos es ¿cómo funciona el mundo hoy? O, mejor dicho, cómo NO funciona para los pueblos.

Allá por los inicios del siglo XX cuando Lenin (revolucionario bolchevique ruso) comenzó a estudiar el imperialismo, este término pasó de ser una definición puramente económica o política para transformarse en una categoría científica. Lo que hizo Lenin fue desentrañar el proceso por el cual el capitalismo pasó de su fase de libre competencia a una fase monopolista, en la que la creación de grandes conglomerados comenzó a dominar ramas enteras de la producción, a partir de la fusión del capital industrial y el capital bancario.

Otro gran estudioso de este fenómeno fue el Che Guevara (revolucionario argentino) quien, parándose desde esa concepción, indagó en las formas y características que fue adoptando hasta la época en la que a él le tocó actuar.

Tanto uno como el otro definieron al imperialismo como una fase superior del desarrollo capitalista, su última fase, por lo que eran intransigentes a la hora de polemizar y demostrar la falsedad de las teorías reformistas que intentaron (e intentan) mostrar que se puede volver atrás la rueda de la Historia y volver al capitalismo de la libre concurrencia.

Con la existencia de los monopolios dirigiendo ramas enteras de la producción y avanzando, como han avanzado, a disputar y dominar ya no sólo mercados sino, con ese fin, dominando gobiernos, Estados y recursos naturales en el mundo entero, sentaron las bases para que revolucionarias y revolucionarios hoy tengamos dónde ir a las fuentes y entender los procesos que nos toca enfrentar en el camino de la lucha por el socialismo.

Por las dudas cabe aclarar que cuando se menciona la decadencia de la libre competencia para dar paso a la época de los monopolios, ni Lenin ni el Che afirmaron que allí se acababa la competencia intermonopolista. Por el contrario, esa competencia por la plusvalía mundial sería (y así lo es) mucho más feroz e inescrupulosa que en la etapa del librecambio. Se trata de una guerra constante.

Los monopolios son producto de la libre competencia y “no la eliminan, sino que existen por encima de ella y al lado de ella, engendrando así contradicciones, fricciones y conflictos muy agudos e intensos” (1).

Basta ver las dos guerras mundiales y las innumerables guerras regionales e invasiones a países por parte de las potencias imperialistas defendiendo los intereses de los monopolios capitalistas, para entender lo que decimos.

Así, en la época imperialista la concentración económica y la centralización de capitales adquiere ritmos inéditos. Y esa concentración conlleva la destrucción y absorción de las empresas que no logran “engancharse” en la rueda de los monopolios o que son arbitrariamente desplazadas.

Se agudiza una agresividad que obliga a la absorción y/o destrucción de los capitales más débiles por parte de los más fuertes. Como podrá imaginar quién lee esto, este proceso económico produce inevitables consecuencias políticas al poner de la vereda de enfrente de las políticas monopolistas a la inmensa mayoría de la sociedad; incluso aquellos sectores que durante otros procesos fueron beneficiados por esas políticas y que hoy ya están desplazados por el ritmo de la concentración.

Al ser los monopolios los actores centrales del modo de producción, resulta cuanto menos una ilusión pensar que se puede luchar contra los monopolios sin luchar contra el sistema mismo.

Es como querer convencer que hay que derrotar al más grande de la cuadra para aliarnos con otro más chico que nos tendrá en cuenta, sin advertir que el que nos espera a la vuelta de la esquina es el doble de grande del que “derrotamos”.

Un ejemplo claro: las grandes cumbres que se realizan para “solucionar” la fenomenal crisis que el sistema atraviesa no pasan de ser meras reuniones para la foto, en las que no sólo no se da una respuesta al padecimiento de los pueblos (cosa que desde ya no es el fin de tales citas), sino que además queda en claro que ni siquiera las contradicciones monopolistas pueden atenuarse dado el descalabro económico y político en el planeta.

Como ya está dicho, esas contradicciones interimperialistas se ven potenciadas, además, por la influencia directa de la lucha de clases que marca el ritmo de las decisiones.

Porque las contradicciones y la desigualdad en la etapa imperialista se acentúan más allá de la voluntad de los individuos. Es un proceso objetivo y singular de la etapa.

Por eso no ahorramos esfuerzos en marcar una divisoria de aguas entre los que “pretenden” reformar la base económica del imperialismo en el imposible intento de atenuar sus contradicciones o si hay que avanzar sobre esas contradicciones para ahondarlas y agudizarlas a favor de la revolución social.

Un proyecto revolucionario es lo único que puede apuntalar la lucha de los pueblos.

Ese proyecto no es contemplativo de las contradicciones interimperialistas, porque sabe que estas se mueven sobre la contradicción principal que sigue siendo entre el capital y el trabajo. Lo que sí hace es definir en cada momento el golpe certero, para profundizar la lucha y para avanzar en una salida revolucionaria a esta crisis capitalista.


(1) V.I.Lenin; El imperialismo, etapa superior del capitalismo.

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