El concepto de resistencia que sostenemos es muy amplio. No se limita a una expresión de lucha determinada sino a las diversas formas que la misma adquiere como vía para manifestar el descontento de las masas. No se mide solamente en cantidad de huelgas, paros o medidas de acción directa en una empresa; o por la cantidad de cortes de calles o rutas; o por la cantidad de manifestaciones masivas como movilizaciones, reclamos al poder político, etc. Nos referimos también a una vasta conjunción de medidas pequeñas, la mayor de las veces aisladas, hasta individuales y no organizadas. Particularmente en la producción y sectores de servicios las claras expresiones del trabajo a desgano, o los altos porcentajes de ausentismo, o el rechazo efectivo a soportar los niveles de productividad que las patronales impulsan, revelan la bronca y el hartazgo contra las condiciones de trabajo y de vida que se nos imponen y que constituyen una pesada losa que se vuelve insoportable.
Estas vivencias cotidianas constituyen también elementos que suman a la caracterización de la resistencia; son un condimento más de cómo se expresa el estado de ánimo de las masas obreras y populares. En la vida de millones de compatriotas se alimenta un rechazo al camino que la burguesía monopolista determina para nuestra existencia. Podríamos graficarlo como un camino que la clase dominante tiene demarcado para que transitemos por él en función de sus intereses y, a pesar que todavía no podemos optar por otro camino, al mismo tiempo se trata de desviarse de él, de poner obstáculos, de decir en determinado momento vamos por ese camino porque aun no tenemos otro, pero no a los ritmos y en las condiciones que nos quieren imponer.
La intención de hilar lo más fino posible por la etapa en la que está transitando el movimiento de masas apunta a que veamos que las manifestaciones en la superficie no expresan en su totalidad lo que se mueve cotidianamente en la profundidad. Y que en esa profundidad se está macerando una resistencia que debemos sostener, alimentar y hacer crecer.
En primer lugar, haciéndola consciente. Es decir, llevando al seno de la clase y del pueblo la síntesis elaborada de lo que está sucediendo, de que con estas innumerables acciones (como decíamos, hasta individuales y no organizadas) estamos socavando la “paz social” a la que los monopolios aspiran para seguir profundizando sus planes de explotación y opresión.
Esta tarea indispensable es responsabilidad indelegable de los destacamentos revolucionarios para que la etapa que estamos recorriendo sume en mayor acumulación de fuerzas para el enfrentamiento clasista. Desde esa premisa, y simultáneamente, es necesario impulsar iniciativas políticas concretas que apunten a la expresión organizada de esa resistencia. Acciones de lucha, que aun pequeñas, nucleen a lo más avanzado de la clase obrera para ganar en organización y más consciencia que redunden en nuevos pasos organizativos. En definitiva se trata de hacer efectivo el papel organizador de esa resistencia dispersa y desorganizada desde acciones concretas que incentiven la expresión de la misma con un objetivo colectivo, con una orientación que apunte en forma consciente a resistir con más fuerza organizada para que el golpe que podamos dar sea más poderoso y ayude a sumar nuevas fuerzas. Para que las masas obreras comiencen a visualizar un llama de resistencia que aun no es fogata pero que se mantiene encendida y muestra los caminos del enfrentamiento, de la acción organizada, de la participación y las metodologías que sinteticen las aspiraciones de esas masas, que contribuyan a desarrollar nuevas acciones siguiendo el ejemplo de ese accionar que hace punta.
Consciencia y organización para la acción son dos elementos que se alimentan mutuamente y que constituyen la tarea indispensable del momento para impulsar esas fuerzas que en lo profundo se mueven, aunque todavía no se muestren con el vigor y la potencialidad que tienen. De eso se trata, de trabajar con determinación para que salgan a la superficie.