Algunos serían muy pequeños, otros quizás ni habrían nacido, pero hace treinta años atrás la intelectualidad y el “mundo” de la política proclamaban el fin de la clase obrera y la lucha de clases.
Poco tiempo después, el descontento popular en distintos rincones del continente volvió a sonar, por lo que el apresurado dictamen del fin de la lucha de clases sucumbía frente a la empírica experiencia.
Se abría un momento histórico en el que intelectuales elucubraban nuevas teorías sobre el futuro de los sujetos sociales ¿Sería la masa de desocupados, y sus partidos políticos los movimientos sociales? ¿O acaso la “clase media” con toda su abstracción y espontaneísmo?
El estallido del 2001 no contó con la dirección política de un movimiento obrero, todavía a la defensiva producto del recambio tecnológico y el fascismo en las fábricas, por lo que vino a reforzar la idea de que otros actores sociales fueran quienes determinarían el rumbo del futuro. En el mundo estallaban otras crisis de características similares, que nos vienen a recordar que Argentina no vive un proceso histórico marginado del escenario global. Estamos hablando de los indignados en Europa, los sin techo en Estados Unidos o más tarde los Chalecos Amarillos en Francia.
Durante esos años algo pasó casi inadvertido. Empezaron a resurgir huelgas obreras, algunas más grandes, otras más pequeñas.
Poco a poco se dejó de hablar de la “desaparición de la clase obrera”. Ahora los discursos de moda se centraban en tratar de probar la “incapacidad” de la clase obrera de dirigir un proceso revolucionario. Ya no niegan la existencia de la clase, pero la marginan en cuanto a sujeto históricamente determinado.
Los nuevos sujetos sociales pasan a ser “la juventud”, “las mujeres” -así, sin determinación de clase-, “los precarizados”, y todo eso sumado a los anteriores “la clase media” y “los desocupados”. Ya en el último año la izquierda encontró su opuesto complementario perfecto para considerarse un sujeto social en sí mismo, así que se agrega “la izquierda” y “la derecha” como sujetos sociales, sin clases, sin determinaciones materiales, sin nada. Todo se constituye como una lucha de ideas donde no hay horas extra ni jornadas laborales de 12 hs. o 13 hs, ni patotas sindicales fascistas que persiguen trabajadores en sus puestos de trabajo.
Pero los conflictos obreros continuaron creciendo, y la realidad material va demostrando que el hilo conductor no es la idea, sino la materia; las relaciones de producción, y no la idea que los sujetos se den a sí mismos sobre lo que son.
Por tan solo citar ejemplos recientes de los últimos dos años, tenemos conflictos históricos como los de la huelga vitivinícola, la de Algodonera Avellaneda, Dánica, aceiteros, portuarios, limoneros de Citrus, frigoríficos Penta y ArreBeef, etc. Estos conflictos, lejos de entrar en contradicción con otros sectores asalariados, forman parte de un todo: hubo un primer período de huelgas abiertas que se desató entre junio del 2020 (Algodonera Avellaneda y Dánica como ejemplos) y el primer trimestre del 2021, donde el conflicto de sanidad en Neuquén marca un claro cambio de etapa; y un segundo período donde predomina la lucha de resistencia mediante el desgano laboral y la negación a las horas extra. Ese período todavía lo estamos atravesando, pero lejos de constituir un fenómeno local, se trata de una expresión mundial de la lucha de clases, como lo venimos señalando en nuestra página, y así lo reconocen los propios analistas de la burguesía.
La relación entre el desgano laboral, fenómeno generalmente inconsciente y espontáneo, y las huelgas abiertas lo demuestra la experiencia del propio Estados Unidos: durante los primeros meses del año, el país del norte venía sufriendo una serie de huelgas abiertas, entre las cuales cabe destacar la de Volvo y la de GM, donde las y los trabajadores se organizaron por fuera del sindicato.
La conflictividad se detuvo, en parte quizás por el repunte de la pandemia. Se abrió entonces un período de alarmante trabajo a desgano, que se traduce dificultad para contratar mano de obra y retenerla, a pesar de la alta desocupación que viene sufriendo el país en comparación a sus estadísticas históricas. Ese problema generalizado, que los medios han calificado como “La Gran Resignación” ahora se enfrenta a una nueva seguidilla de huelgas abiertas, donde se destaca la huelga de John Deere, fabricante de maquinaria agrícola, que involucra a más de 10.000 trabajadores y trabajadoras distribuidos en 14 plantas. Se trata de la primera huelga que sufre la firma en ese país desde 1986, situación que recuerda, por ejemplo, a la histórica huelga vitivinícola de febrero de este año después de más de 40 años sin medidas de fuerza de esas características.
Está bien, dirán algunos, pero Estados Unidos tiene una clase obrera superior a la Argentina, a lo que nosotros contestamos que según el Banco Mundial el peso de las y los trabajadores industriales respecto al empleo nacional en Estados Unidos representa el 19,87% y en Argentina el 21,91%, así que tenemos tanta o más clase obrera que ese país.[1]
Ya nadie se atreve a hablar del fin de la clase obrera, pero todavía se la trata como algo marginal, y esto no es casualidad. Se pretende inventar sujetos revolucionarios justamente para quitar el ojo del punto neurálgico del sistema: la producción capitalista.
Todos los sectores de masas que se movilizan por sus reclamos forman parte del proletariado, puesto que constituimos la abrumadora mayoría social. Dentro de esos sectores de masas existen particularidades e identidades, cuya reivindicación constituye un avance enorme en la conquista de libertades políticas. Todo eso es verdad.
Pero como parte del proletariado, que lucha contra un enemigo común que es la burguesía, la única manera de conseguir sus conquistas es atacando la producción, que es donde se genera la riqueza que se apropia la burguesía. Ahí está el hilo conductor entre el proletariado en general y el proletariado industrial, y ese es el Santo Grial que nadie quiere tocar.
Por eso, para desviar los alcances de cada lucha particular, la burguesía con sus intelectuales a la cabeza genera la idea de que la clase obrera es incapaz, y por lo tanto, que la teoría de Marx ya no se aplica a nuestros días. La pregunta para nosotros no es si la clase obrera es capaz o no de erigir un movimiento obrero renovado y liderar efectivamente la lucha de clases, sino más bien cómo aportar cada día para que efectivamente ello suceda. Las preguntas sobre si ello es posible o no se las dejamos a los debates electorales, para nosotros, la historia, ya ha sido contundente en su demostración –empírica- respecto al curso ascendente de la lucha de clases, y el papel activo que está empezando a adquirir la clase obrera.
[1] Para más información sobre este tema ver: “Argentina ¿Un país industrial?” – Cap. 1.
Disponible en: https://prtarg.com.ar/wp-content/uploads/2021/01/Argentina.-Un-pa%C3%ADs-industrial.-Concentraci%C3%B3n-econ%C3%B3mica-y-capital-monopolista-1.pdf