La deuda pública, Macri, los gobiernos de turno y los corsarios

Desde que el Estado Argentino ha tomado deuda pública en cantidad exorbitante, los gobiernos de turno, fueran dictadura militar o surgidos de elecciones, siempre nos dijeron que lo hacían para desarrollar el país y en beneficio del pueblo.

Argumentos nunca les faltaron. Claro que todos constituían mentiras que distintos sectores desentrañábamos acusando al imperialismo.

Un personaje notable que documentó profusa e irrefutablemente que la deuda pública era un mecanismo financiero de apropiación de capitales a costa del sacrificio de todo el pueblo, en favor del capital financiero transnacional, fue Alejandro Olmos, quien escribió un libro demostrando claramente que se trataba de un saqueo con ropaje legal con el que, en aquel entonces, el gobierno militar de Videla había encubierto el negociado a favor de los grandes grupos monopolistas y los gobiernos de Alfonsín y el de Menem habían convalidado.

Pero, además, estos dos últimos habían engrosado la deuda para “pagar” los compromisos adquiridos.

Alejandro Olmos no sólo demostró sus acusaciones, sino que, además, inició un juicio al Estado por el pago indebido de esa deuda tomada en nombre del pueblo argentino para beneficio de la oligarquía financiera, la cual no conoce otro origen que la corrupción estatal de los gobiernos mencionados a favor de los acreedores.

Con el pasar de los años, la deuda se fue pagando con el sacrificio del pueblo trabajador y de los sectores más pobres, a la vez que fue engrosándose con nuevas deudas hasta alcanzar hoy el equivalente al 75% del PBI.

Las políticas de ajuste que se aplicaron gobierno tras gobierno, tuvieron como motivo casi principal, juntar los recursos para “honrar” los pagos a los acreedores. Y decimos casi principal, porque la otra pata del problema es la superexplotación para la extracción de plusvalía, es decir, el abaratamiento de la mano de obra para la optimización de la ganancia. Los dos mecanismos operan simultáneamente sobre las espaldas de obreros, trabajadores en general y sectores populares.

Ha pasado mucha agua por debajo del puente. Luchas épicas en contra de los ajustes y también de las otras, aquellas que se consideran chicas pero que son grandes en su significado. El pueblo siempre ha resistido al saqueo y, en oportunidades ha conseguido poner en jaque a los dueños del poder y sus gobiernos de turno.

Hoy, a pocos días de otro nuevo engaño electoral, el ex presidente Macri, admitió que la deuda de 50.000 millones de dólares con el FMI, se tomó para dársela totalmente a los bancos[1].

Es la primera vez en la historia que un presidente admite tal cosa. Lo cual habla de la crisis política en la que está sumida la burguesía monopolista a pesar de la continuidad de sus negocios que, vale decirlo, siguen siendo enormes.

Ya no se necesitan reunir documentos durante años, investigar como hizo Olmos. Todo eso ha quedado atrás. Hoy, un miembro sirviente de la oligarquía financiera, Mauricio Macri, ha reconocido claramente su corrupción al servicio de “la corona”, en este caso su clase transnacionalizada. Y, aunque parezca mentira, lo hizo para tener algo de credibilidad, aunque se haya puesto la soga al cuello.

Falta aún, que los gobernantes de turno, aquellos que lo fueron y quienes hoy administran el gobierno (Fernández y Fernández), reconozcan que haber dado continuidad a los pagos e institucionalizarlos como si la deuda hubiera sido tomada por el pueblo, en su beneficio, y obligar al pueblo a pagarla mediante las políticas de ajuste que se implementan, reconozcan su corrupción criminal.

Claro que esto no va a ocurrir por voluntad propia. Como tampoco Macri reconoce que emuló perfectamente a los corsarios que asolaban los mares saqueando, matando y llevando el botín a los reyes que les otorgaban las patentes de corso. El crimen del corsario era legal porque robaba para la corona.

Los gobiernos burgueses no son más que eso. Corsarios del capital financiero transnacional. Y su legalidad burguesa no se diferencia en nada de la legalidad otorgada por las monarquías de aquel entonces.

Ahora han cambiado los mares por los territorios. Los remeros ya no son esclavos que se accionan a latigazos, pero los trabajadores y sectores populares bien podrían considerarse esclavos modernos.

El destino de los antiguos y nuevos corsarios tienen en común que, cuando los esclavos se amotinan, terminan escarmentados con el fin que se merecen y el botín nunca llega a sus mandantes.


[1] Publicado en el diario digital Perfil el día 08-11-2021

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