Sobre el problema del FMI

La campaña del no acuerdo con el FMI ha unificado a vastos sectores de izquierda. No sólo del trotskismo, sino de distintas extracciones ideológicas. Inclusive algunos sectores del progresismo, en esa fractura que cada día crece más en el Frente de Todos, se manifiestan contra el acuerdo.

Esto ha dado lugar a una fuerte campaña en la que dichos sectores toman como eje el problema del FMI, lo cual no estaría mal, pero terminan abordando el tema como una cuestión programática, desnudando así sus verdaderas concepciones sobre el Estado y las tareas de la clase obrera.

Aunque se podría escribir mucho al respecto, en este artículo tratamos algunas de estas cuestiones.

¿Cuál es nuestra posición?

La deuda externa, aquí y en todo el mundo, es un mecanismo histórico de transferencia de recursos hacia el capital privado. No estamos diciendo nada nuevo, desde ya. Particularmente la deuda con el FMI arranca con el gobierno de Arturo Frondizi, que se caracterizó por darle un impulso inusitado a la inversión del capital trasnacional en Argentina, no sólo abriéndole las puertas a la inversión productiva sino también al vaciamiento del erario público para beneficiar a entidades privadas nucleadas en torno al FMI y otros acreedores privados.

Los gobiernos que siguieron, en toda la historia nacional, solo han incrementado el monto de deuda o renegociado la misma para cumplir ordenadamente con los plazos.

Es verdad, ha habido gobiernos que aumentaron notablemente el endeudamiento, como el caso de la dictadura de 1976-1983, período en que hubo un salto grande del endeudamiento público para transferir ganancias al gran capital.

Pero, para los olvidadizos, hay que remarcar que la historia de los acuerdos con el FMI arranca con un gobierno democrático burgués (Frondizi), de alta alianza con el capital trasnacional, y que el resto de los gobiernos democrático burgueses sólo han acatado o incrementado los niveles de deuda, a pesar incluso de estar pactadas sobre la sangre de 30.000 desaparecidos. Es decir que el endeudamiento sistemático no es solo política de Estado, sino un mecanismo de apropiación de capital por excelencia en el que, justamente, el Estado monopolista es el instrumento mediante el cual la oligarquía financiera mundial se garantiza dicha apropiación.

Existen diversas maneras de llevar a cabo este incremento sistemático de la deuda pública: desde la estatización de deuda privada; la obtención de créditos internacionales mediante empresas estatales para transferirlos, vía subsidios, al capital privado (como el caso YPF durante el último gobierno de Cristina Kirchner); emisión de bonos de acceso exclusivo para el gran capital, o para facciones del mismo, etc.

El tema del FMI es un caso puntual de deuda, muy importante es verdad, pero que camina junto con otros mecanismos tales como el Club de París o acreedores privados (cuya deuda fue reestructurada en 2020).

La deuda externa es, por tanto, un mecanismo histórico del Estado capitalista para transferir recursos que el pueblo trabajador abona con sus impuestos y otros mecanismos hacia el capital privado. Lo único que cambia con cada tipo de deuda son los instrumentos financieros y las facciones del capital a quien va destinada dicha riqueza. Por ejemplo, no son los mismos beneficiarios los capitales que están detrás del FMI que los que están detrás del endeudamiento de YPF o del swap con China en 2015. Pero sí todos esos mecanismos significan una misma cosa: transferencia de capital.

Desde ese punto de vista, toda la deuda externa argentina constituye una “estafa”. Es decir, no se trata de un crédito entre iguales, sino de una forma de transferencia. Por eso nuestro Partido se opone al acuerdo con el FMI, desde ya.

En segundo lugar, está el problema de las conclusiones que trae el pago de deuda externa. Un acuerdo con el FMI significa que el gobierno, en tanto representante de la burguesía que opera en Argentina de conjunto, se compromete a la implementación de determinadas medidas políticas y económicas para con sus acreedores. Es decir, implica un ordenamiento de la burguesía en torno a este problema.

Así lo ha manifestado el propio FMI al decir que precisa que las bases del acuerdo sean aprobadas por el Congreso, como forma de credibilidad política en cuanto a los acuerdos de gobernabilidad de la burguesía. Sin embargo, el Estado es una herramienta de dominación de la burguesía y eso es y será así con o sin acuerdo con el FMI.

Con una crisis estructural del capitalismo, tanto en lo político como en lo económico, más una crisis de superproducción en curso, la burguesía ya ha tomado la decisión de profundizar el ajuste. Y todos los días toma iniciativas en ese sentido. No sólo mediante la licuación del salario vía inflación, sino también mediante reformas laborales como las impulsadas en TOYOTA y aumentos de la productividad como los impulsados en numerosísimas empresas (dentro de ellas FATE, donde supuestamente dirige la izquierda). La burguesía no espera un acuerdo con el FMI para profundizar el ajuste; al contrario, ya lo está implementando y poco, muy poco están haciendo los críticos al FMI por enfrentar esa situación.

Otro de los argumentos que están utilizando es el problema de la legitimidad de la deuda. “No hay que pagar esa deuda ilegítima”, se lee en montones de notas y notitas de la izquierda y el progresismo ¿Acaso alguna deuda contraída por el Estado de la burguesía es legítima? ¿Importa si el préstamo tomado por Macri fue sometido a la decisión del Congreso o no? ¿Es relevante a los fines de la clase obrera que el préstamo del FMI haya violado sus propios estatutos? ¿Interesa si la plata se la llevó toda Macri y su pequeño grupo de burgueses afines, o si se la llevó China con un swap, o Bulgheroni con sus acuerdos en Vaca Muerta, o quien sea?

Absolutamente, NO.

A las y los revolucionarios no nos importa si esa deuda fue contraída en plena legalidad del sistema burgués, o si se la llevó fulanito o menganito. No reconocemos ninguna deuda de este tipo, y por lo tanto no hablamos de legitimidad en los marcos institucionales de la burguesía. Nuestro concepto de legitimidad dista mucho del concepto constitucionalista dominante.

Otro aspecto que se agita es el de la dependencia. Realmente el problema de la dependencia, colonización, neocolonización, o como se le quiera llamar, es algo que denota un completo desconocimiento del funcionamiento contemporáneo del capitalismo y, por lo tanto, del concepto de imperialismo.

En primer lugar, el discurso de la dependencia, que pudo estar de moda y hasta justificarse en cierta medida en el pasado –hasta el golpe de 1976 o inclusive antes-, lleva implícita la concepción de la teoría del derrame: el problema de la Argentina es que su burguesía autóctona no puede desarrollarse en igualdad de condiciones respecto al capital trasnacional, por un montón de imposiciones externas, y no por la propia dinámica del desarrollo capitalista.

La gran pregunta sería: ¿y ese supuesto desarrollo de una burguesía nacional, en qué beneficiaría al proletariado?

Bueno, quienes todavía hablan de dependencia no se detienen a hacer esa reflexión. Eso, desde lo político. Desde lo económico resulta todavía más ridículo porque la propia composición del capital en Argentina es trasnacional: empresas extranjeras instaladas en el país de manera independiente (Bayer-Monsanto), o absorbiendo a capitales históricamente locales (como British Petroleum con Bridas Corporation para formar Pan American Energy, o el famoso caso Vicentín asociado a Glencore), empresas locales que se trasnacionalizaron (como Arcor) o empresas trasnacionales que someten como satélites a pequeñas industrias locales (como el caso de las automotrices con proveedores locales).

Y con esto no estamos lanzando acusaciones al capital trasnacional, sino realizando una descripción de la configuración capitalista contemporánea[1]. Es decir, hablar de dependencia con los grados actuales de desarrollo capitalista, división internacional del capital e integración al mercado único mundial, es absolutamente ridículo.

Afirmar con excesivo énfasis que el acuerdo con el FMI será el responsable del ajuste implica, por un lado, desconocer esta situación concreta que se da en las empresas, centros laborales y hogares de millares de personas.

Por otro lado, implica centrar la crítica en la administración del Estado, y no en su función. Para la izquierda argentina el problema no son el Estado y sus instituciones, que están en poder de la burguesía y hechas a imagen y semejanza de sus intereses, sino la administración de esos instrumentos de dominación.

Todo se reduce entonces a cambios de gobierno, es decir, de gestión, de administración de los recursos. Esto necesariamente es así conforme la matriz reformista de esta izquierda que lo último que hace es poner en cuestionamiento las relaciones de producción capitalistas y el papel del Estado porque no quieren la revolución, sino la reforma.

Por eso se habla de legitimidad de la deuda en términos burgueses; por eso se habla de redirigir los recursos para otro lado; por eso se habla de dependencia; por eso se plantea que la tarea del día es movilizar el sábado 11, pero nada se dice acerca de las tareas a desarrollar desde cada puesto de trabajo contra el ajuste, de cómo incrementar la resistencia obrera y cómo fortalecer los gérmenes de organización independiente de los trabajadores ¡Porque no se apunta a destruir al capitalismo, sino a reformarlo!

Por estos motivos, nuestro Partido está en contra del acuerdo con el FMI pero no hace de ese problema un eje táctico sino sólo un problema propagandístico, de explicar que el acuerdo con el Fondo implica mayor entrega de recursos vía deuda pública, pero sólo eso.

No se dirime nada más que el mecanismo de expoliación y la facción de la burguesía que capitalizará esos recursos. No cambia nada más que eso.

Donde sí cambian las cosas es en el movimiento obrero, en los sectores de trabajo que están ejerciendo una resistencia obrera cada vez más activa; en una clase que va ejercitando la organización independiente de la legalidad burguesa como en vitivinícolas, Algodonera Avellaneda, Dánica, SAMEEP, Citrus, los Elefantes de sanidad, Just, ArreBeef, por sólo nombrar algunos.

Y hacia allí es donde las organizaciones revolucionarias que tenemos como objetivo la lucha por el poder debemos apuntar nuestra inteligencia y esfuerzos para seguir construyendo las bases de un proyecto revolucionario en Argentina.


[1] Ver: https://prtarg.com.ar/2021/03/06/argentina-un-pais-industrial-2/

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