La renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de diputados del Frente de Todos expresa un estado de situación de importantes sectores que constituyen la base electoral del oficialismo, los que luego de conocerse el cierre de las negociaciones con el FMI (y aun antes) manifestaban y manifiestan su descontento con las políticas de ajuste que el gobierno nacional viene aplicando desde su asunción. La decisión de Kirchner viene a blanquear tal situación. Lo que no implica que lo exima de haber sido una de las principales espadas oficialistas durante este tiempo, que “bancó” tales políticas, las que su propia madre caracterizó como las responsables de la derrota electoral de su fuerza el año pasado. La misma que en dicha campaña electoral anunció que se iban a utilizar los DEG’s (Derechos Especiales de Giro) del FMI no para atenuar los efectos de la pandemia, sino para pagarle al propio Fondo.
Con esto queremos graficar una conducta muy propia del peronismo durante su historia (y en este caso particular del kirchnerismo), en cuanto a vociferar en la tribuna lo que sus adherentes quieren escuchar, para luego terminar actuando en consonancia al orden burgués que esa fuerza política persigue.
El problema del kirchnerismo en esta etapa es cómo aparentar seguir siendo una opción populista, que termine desviando el derrotero político de amplios sectores de masas hacia ese orden burgués, cuando la realidad marca que ese propósito se hace cada vez más complejo de llevar a cabo.
Todo el peronismo, incluida la facción kirchnerista, tenían claro que su misión era el ajuste. La sola determinación de Cristina Kirchner de promover a Alberto Fernández a la presidencia del país a nadie puede llamar a engaño. El nombrado es, ha sido y será un político de los monopolios, un político que escaló en su carrera como tal como un operador que no dejó gobierno sin participar desde 1983 a la fecha; incluso fue uno de los armadores de la estructura política (siendo hasta candidato en sus listas) de Domingo Cavallo a finales de los 90. Quien haya creído que Fernández vendría a hacer otra cosa de la que hizo y está haciendo, al menos y para ser generosos, debe ser considerado como un cándido iluso que “compró” la tesis de la unidad para ganarle a Macri, y luego vemos. Estos son los resultados de esa unidad: un gobierno peronista que (como en otras etapas de la historia) asume el papel de ser la fuerza que viene a garantizar que el mencionado orden burgués no vuele por los aires. Y ese papel era conocido, repetimos, por todas las facciones de la fuerza oficialista.
En su carta de renuncia Máximo Kirchner hace mención (cuando no) a su padre y el papel que éste cumplió cuando asumió en 2003. Allí deja de lado algunas consideraciones muy importantes que, de no tenerse en cuenta, abonan a creer el relato sesgado de los hechos históricos. Primero, poniendo como ejemplo que aquel presidente le pagó al FMI y así “se lo sacó de encima”. Cabría preguntarse: ¿esa deuda pagada tan puntualmente, no era fraudulenta como la actual?; ¿no era producto del llamado “blindaje” que el FMI ejecutó durante el gobierno de la Alianza, que terminó con la confiscación de los ahorros de amplios sectores del pueblo para salvar a los bancos que se habían llevado esos fondos al exterior?
Otra cosa que el renunciante olvida es que su padre llegó a la presidencia luego de que otro presidente peronista, Eduardo Duhalde, pesificó la deuda en dólares de esos bancos y de todas las empresas monopolistas, al tiempo que produjo una devaluación del peso de casi 140%. Es decir, Kirchner vino luego que su propia fuerza política ya había puesto “en orden” las cuentas de la burguesía monopolista.
Pero el olvido más importante, y que siempre hemos marcado desde nuestro Partido, es que las políticas que adoptó la burguesía monopolista en esa etapa (sobre todo en el gobierno de los Kirchner) estaban condicionadas por la sublevación popular de 2001. La situación política del país y de las masas populares restaron margen de maniobra objetiva a la clase dominante, aun en los marcos en que dicha dominación no fue cuestionada producto de la inexistencia de una alternativa revolucionaria. En ese marco fue que el populismo pudo desplegar las velas, y así, encauzar el barco maltrecho de la burguesía monopolista.
Situación radicalmente distinta a la actual. Basta sólo recordar que la propia fuerza oficialista, con el kirchnerismo a la cabeza, desalentó toda movilización y resistencia durante el gobierno de Macri alzando la consigna “Hay 2019” y, de esa forma, encauzó exitosamente las demandas populares hacia la perspectiva de un triunfo electoral que vendría a derrotar al “neoliberalismo” para reemplazarlo por la propuesta “nacional y popular”.
En definitiva, lo que expresa realmente la renuncia de Máximo Kirchner es la mentira que supieron (y pudieron) construir para, una vez más, llevar a las masas hacia el camino del orden burgués. Al mismo tiempo que la impotencia para seguir mintiendo impunemente. Un manotazo de ahogado que quiere “salvar la ropa” y seguir mostrándose como la opción burguesa menos mala de todas las opciones.
Para nuestro Partido estas contradicciones y crisis que se dan en la fuerza de gobierno ratifican que el camino es seguir profundizando la construcción de una alternativa revolucionaria, independiente y antagónica a cualquier variante de la burguesía, como única salida viable y verdadera para que la clase obrera y el pueblo encuentren un camino que enfrente a la clase dominante y dispute el poder a la misma.