La oligarquía financiera en sus disputas nacionales e internacionales no pierde de vista ni por un instante su profundo anticomunismo. En particular contra el pensamiento y la acción revolucionaria de carácter leninista.
¿Por qué leninista? Porque el dirigente de la revolución proletaria triunfante en Rusia en 1917 supo desarrollar junto a su partido una táctica independiente de la clase burguesa. Supo separar las aguas entre los intereses antagónicos de las dos clases en pugna.
Los revolucionarios de la época -junto al proletariado- tuvieron independencia de clase y actuaron en función de ello. No fueron detrás de ningún sector de la burguesía. No fueron su furgón de cola ni cedieron ante un poder burgués que parecía omnipotente. Respetaron su independencia de clase y actuaron en consecuencia ante tantas vicisitudes en la que se incluye la derrota de años anteriores al 17.
En medio de este “juego” de intereses a nivel global que venimos desarrollando en diversos artículos de nuestra página, ha reaparecido con vigor el anticomunismo desde las propias entrañas del imperialismo, desnudando la verdadera preocupación de la clase dominante.
El anticomunismo y el antileninismo no son casuales.
La oligarquía financiera –desde sus más altos voceros políticos en el globo- ataca al Lenin proletario, al Lenin del partido bolchevique, ese que supo erigir a la clase obrera como una clase independiente del entramado burgués.
El mismo Putin (días previos a la lanzar la guerra) hizo un discurso contra Lenin, contra el comunismo y contra la idea sustancial comunista de la autodeterminación de los pueblos. “Arrimó el bochin” a la escalada de otras embestidas imperialistas y declaró una nueva guerra interimperialista, como las 65 ya desatadas en los últimos años.
¿Qué atacan del Leninismo?
La construcción de un partido de la clase obrera con independencia de clase. Y en ello han trabajado los últimos 40 años para denostar cualquier embrión revolucionario que se disponga a su construcción. Se hizo en los marcos de la globalización y cuando ellos estaban en una etapa ofensiva; y lo hacen aún hoy cuando el capitalismo es desbordado por las crisis de todo orden.
Han asimilado que la construcción de un partido proletario es la amenaza para el sistema. Saben -por experiencia propia- que un partido proletario es la herramienta fundamental a construir para todo revolucionario que se precie de tal, cuando en su programa partidario se destaca la lucha por el poder y la construcción de un Estado proletario.
El descontento social que recorre el mundo y que produce infinidad de luchas, enfrentamientos y movilizaciones para concebir una vida digna, conlleva un gran debate, renovado, sobre la idea central de cómo encaminar esas protestas a cambios revolucionarios.
Lo nuevo de este ascenso sostenido de la clase obrera -que viene desde 2010- es que en las nuevas vanguardias del planeta reaparecen las ideas socialistas y la necesidad de cambios estructurales.
Nada se presenta claro, muchos grises matizan la época histórica, pero hay dos condimentos sobresalientes que caracterizamos como fundamentales. Por un lado, el papel más dinámico de la clase obrera en la actual lucha de clases; y por otro lado, una apertura en las avanzadas a las ideas socialistas.
En este marco la responsabilidad de construir partidos proletarios no permite dilación.
Por el contrario, se transforma en la tarea central de los revolucionarios.
Ya sabemos por experiencia propia que no es suficiente la lucha, la protesta, la movilización, si todas estas vertientes no tienen como rumbo y objetivo la lucha por el poder.
Esa es la necesidad histórica de la clase obrera: crear, profundizar y alentar la construcción de un partido de la clase.
Que esa bronca generalizada no se diluya en salidas políticas que sostengan el sistema capitalista y a la vez se transforme de hecho en furgón de cola de la burguesía.
Es difícil, muy difícil el camino de la revolución social. Pero el sistema capitalista y su burguesía monopolista con sus partidos políticos no solo no han resuelto ninguno de los problemas que las masas padecieron en décadas. Por el contrario, han ahondado todas las problemáticas, y son ellos a través de sus intelectuales de “derecha” y de la “izquierda” oportunista de todo pelaje quienes nos hablan de la “imposibilidad” de revolución y del “disparate” de querer construir un partido político que represente los intereses de la clase obrera.
El ataque de Putin a Lenin es parte de ese enfrentamiento de clases. Está claro que se planta del otro lado de la barricada y es parte de la idea imperialista de ahogar a sangre y fuego los procesos de levantamientos proletarios y populares, como los que se han sucedido en la propia Ucrania en los años 2013-2015, y en otras latitudes del planeta.
La clase burguesa mantiene en vilo al mundo, despliegan guerras interimperialistas y se da la “paradoja” que en ciertas regiones los Estados son enemigos y en otros aliados. Varios países de África y medio Oriente así lo confirman.
En medio de todo ese entramado es en donde aparecen las ideas socialistas y el pulular de muchos embriones marxistas-leninistas dispuestos a profundizar el ascenso de los pueblos del mundo y converger hacia nuevas revoluciones sociales.