Los problemas del presente y el papel de la clase obrera

Que la clase obrera es el caudillo del conjunto de los sectores populares no es ni un capricho de la historia, es el resultado del lugar y el peso específico que dicha clase ocupa en la vida económica y social de un país.

Es mucho lo que se ha escrito al respecto, es largo el debate sobre el asunto, pero la vida se encarga de aclarar los tantos poniendo cada cosa en su lugar. Basta observar la realidad que nos rodea y ver cómo se transformó en estos últimos años.

Si hay algo que caracteriza al modo de producción capitalista en la actualidad es el alto grado de socialización que ha alcanzado la producción.

Colectivos obreros interactuando, cada vez más vinculados, cadenas productivas absolutamente entrelazadas, con trabajadoras y trabajadores auditando el trabajo de otros, coordinando entregas, movimientos de mercaderías, resolviendo cotidianamente, tomando decisiones, es lo que prima en los sectores más dinámicos de la economía.

Estas nuevas formas de organización del trabajo no sólo tienen lugar dentro de los territorios nacionales, sino que se extienden los lazos regionales, continentales y mundiales, con una clase obrera en plantas industriales de diversos países elaborando colectivamente como si se tratara de (en realidad así es) una gran fábrica multinacional.

Muy lejos ha quedado el tiempo donde a nuestro país llegaban equipos, máquinas y matrices obsoletas, descartadas por los países centrales, para abastecer con ese descarte a los países periféricos.

Hoy la realidad muestra que los llamados países emergentes son el terreno elegido por las transnacionales para instalar sus nuevos prototipos, y la producción se transforma cada día más en planetaria.

Esa socialización de la producción ha requerido la formación de una nueva calidad de trabajadoras y trabajadores, y como consecuencia, va provocando otra conciencia, fruto de esas formas de organización.

La producción, la distribución y la comercialización están engarzadas en un solo hilo, y desde esta perspectiva, se profundiza el papel del proletariado industrial como dirigente de todo el pueblo.

Por sus manos pasan los productos y mercancías, los servicios básicos para que la sociedad pueda funcionar, y ese orden industrial, esa disciplina, permite organizar a toda la sociedad. Que la clase obrera sea la que motoriza al conjunto del pueblo no implica que evolutivamente y por su propio peso ocupe ese rol. Es preciso que esa potencialidad se convierta en fuerza material y que la clase se organice para cumplir ese papel.

Esta es la cuestión fundamental de este momento histórico, y en la medida que se resuelva este tema, el enfrentamiento a la dictadura de los monopolios irá adquiriendo formas mucho más definidas y más profundas aún.

Desde nuestro partido venimos siguiendo la lucha que en los marcos de la resistencia los sectores obreros vienen protagonizando, en diversidad de conflictos por un abanico de demandas y reivindicaciones de todo tipo.

En muchas de ellas está presente el enfrentamiento abierto y declarado a los planes monopolistas, marcando que los intereses de ellos están en colisión con nuestras necesidades e intereses.

Es desde cada enfrentamiento, desde cada iniciativa que tomamos como pueblo, que se fortalecen y socializan esas nuevas formas de lucha que hemos generado, basadas en la autoconvocatoria y la democracia directa.

Y no es que primero salen a la cancha los trabajadores para luego salir a jugar el resto, ni que la clase deba marcar la cancha o el itinerario de la lucha. Eso sería subestimar o minimizar la experiencia, la organización y la conciencia colectiva, o darle un carácter secundario.

El papel dirigente de la clase obrera es presentar un camino y un objetivo estratégico, es darles forma a las aspiraciones colectivas con un proyecto, con un plan que proponga un porvenir, que nos organice a todos, que le dé respuesta y dirección a la lucha cotidiana.

Ese es el traje que tenemos que ponernos trabajadoras y trabajadores, un traje ancho y generoso, que rompa los moldes de la lucha puramente económica y sectorial, y que sin abandonar esas reivindicaciones ni por un instante, plante bandera en la lucha política desde una propuesta de cambios revolucionarios.

Si el enemigo de todos es la dominación monopolista, la superexplotación, el saqueo y la miseria que nos impone, los que estamos en la primera línea del enfrentamiento con su poder, los que golpeamos más duramente a sus planes y negocios, los que combatimos cuerpo a cuerpo con sus maniobras, con todos sus personeros y representantes, sean ellos gerentes, políticos o sindicalistas, tenemos que asumir el desafío, sabiendo que al hacerlo, estamos dándole respuesta a las necesidades y aspiraciones populares.

La necesidad de un movimiento revolucionario está latiendo y ya asoman en cada lucha sus manifestaciones. Por eso es fundamental que tengamos claridad de qué momento estamos viviendo, qué está esperando el pueblo y por qué debemos tomar al toro por las astas.

Que el conjunto de la clase, que está deliberando, que está forjando sus organizaciones, que está luchando y resistiendo todos los días, asuma su papel histórico. Esa es la clave para que el porvenir se aclare y veamos que lo tenemos en la palma de la mano es mucho más poderoso de lo que percibimos.

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