¿Qué está pasando en la Guerra de Ucrania?

Todo indicaría que el objetivo de determinadas facciones del capital es prolongar la guerra en el tiempo. Y allí hay que incluir tanto a los intereses económicos representados en el eje EEUU-OTAN o Rusia, como a los intereses de la burguesía monopolista en Ucrania. Tienen suficientes motivos políticos y económicos para ello.

Por eso insistiremos en que condenar solamente a Rusia (como hacen algunas organizaciones políticas) no alcanza. Tampoco alcanza señalar la necesidad que el pueblo ucraniano constituya unidades populares de combate, o hacer llamamientos a que la clase obrera ucraniana haga la revolución socialista y levante un gobierno de trabajadores y campesinos, etc. Esas son consignas cliché, consignas de escritorio, formales, testimoniales como lo son no solo la izquierda hegemónica en nuestro país, sino el reformismo a nivel mundial, ya que en nada colaboran a promover un avance real de la clase obrera, a agudizar la lucha de clases, ni a detener la guerra. Es la política de la proclama.

La salida, para nosotros, es profundizar la lucha de clases en cada país.

Y no se trata de una consigna propagandística aprovechando de manera oportunista la guerra para lanzar llamados “al combate”, sino un problema concreto. Cosa que se ve más clara luego de las dificultades que tuvo el ejército ruso en su avance sobre Kiev en la semana del 24 de marzo (en donde tuvo que retirarse parcialmente del cerco sobre esa ciudad). Hasta esos hechos muchos planteaban que la guerra terminaría en una rápida victoria que –a su vez- aliviaría las presiones hacia el interno de Rusia imbuyendo de nacionalismo a su población y demostrando su “superioridad”.  Todo esto en el terreno militar

En el campo económico la guerra avanza, con movimientos decididos de las facciones del capital representadas en el bloque EEUU-OTAN, que van desgastando la economía en Rusia y agudizando su crisis interna. Es decir: la lucha de clases al interior de ese país.

Indudablemente, cuando nuestro Partido dice que la mejor forma de detener la guerra es agudizando la lucha de clases en cada país, el papel de la clase obrera rusa y europea es central en cuanto al bloqueo de producción armamentista, bloqueo económico a Rusia, etc.

Pero esto, que es muy fácil de ver, y que en la práctica aparece como una toma de posición por un lado o por otro de la contienda, trasciende al problema de los bloqueos económicos contra el Estado invasor, o a la conflictividad interna en Rusia (por ejemplo: los obreros de la planta Gemont en Kazán que salieron masivamente a reclamar recomposición salarial en este contexto).

Si solo relevamos las medidas de la clase obrera y los pueblos contra Rusia, lo único que estamos haciendo es posicionarnos a favor de la OTAN. Claramente, al inicio del conflicto, siendo Rusia el Estado invasor, las medidas de la clase obrera internacional se concentraron allí. Era lo lógico. Pero el problema hoy es más complejo, con lo cual la fórmula propuesta por organizaciones como Izquierda Revolucionaria que piden “armas para Ucrania” evidencia todo el oportunismo que contiene.

La nueva situación de prolongar la guerra en el tiempo también se demuestra en el cambio discursivo de Zelensky (por ejemplo) que pasó de hacer llamados a firmar la paz a toda costa, a plantear que Ucrania no capitularía; o inclusive, que antes de firmar la paz era necesario realizar un plebiscito en plena guerra, con una Ucrania desbastada y masivamente exiliada. ¿Por qué este cambio de actitud frente a la destrucción de poblaciones civiles, en una guerra que intensifica el dolor del pueblo ucraniano, además de las dificultades económicas que todo esto trae para el conjunto de los pueblos del mundo?

La respuesta es sencilla: los negocios.

Mientras ocurre todo esto, Estados Unidos y la Unión Europea anunciaban la formación de una mesa de trabajo para intentar reemplazar el gas natural ruso por GNL.

Esto es una circunstancia que genera hoy la guerra pero que muy probablemente tendrá “patas cortas” por una cuestión de costos.

¿El principal inconveniente? Primero hay que entender que la industria extractiva, a nivel global, viene de un proceso de limitar la producción. La caída internacional de precios en materias primas, que golpeó muy duramente los precios del petróleo en diciembre de 2019, llevó a tomar distintas medidas para reducir la capacidad de producción efectiva, forzando los precios al alza. Con el desarrollo de la crisis en 2020, pandemia de por medio, la economía mundial se desaceleró, lo que tampoco favoreció un recupero en la capacidad extractiva.

La guerra trajo una gran oportunidad de negocio: limitando la oferta global de hidrocarburos por el bloqueo a los negocios de los monopolios que operan en Rusia (primer exportador de gas del mundo y segundo productor de petróleo) aumenta de manera fenomenal la demanda.

Pero todavía falta otra cosa: la certeza de que el conflicto no acabará pronto, y que no se reestablecerán relaciones normales entre “Rusia” y su principal mercado, la Unión Europea. La manera de garantizar una continuidad en esta ruptura de relaciones Unión Europea-Rusia es prolongando la guerra, lo que genera un escenario para hacer negocios en plazos mayores.

Si las multinacionales que producen en los países de Unión Europea todavía compran gas ruso, es primero porque sus costos de producción aumentarían cuantiosamente; pero principalmente por la ausencia concreta de GNL en el mercado mundial.

Para que aparezca ese GNL se necesita tiempo ¿Tiempo para qué? para que eso genere un mejor panorama para que la industria petrolera global afronte cuantiosas inversiones. ¡Ninguna empresa petrolera va a invertir para aumentar su capacidad productiva por una guerra que no se sabe si termina en 30 días!

Por otro lado, el aumento global de la extracción de hidrocarburos, o de oferta de GNL, causará una caída estrepitosa de precios al finalizar la contienda, retornando posiblemente a una situación de crisis descrita previamente. Que se prolongue el conflicto es lo que necesitan todos los capitales que allí operan para desarrollar sus negocios.

Por eso, “llamar” a la clase obrera rusa y mundial a boicotear “empresas rusas” no sólo es insuficiente, sino que juega a favor de los capitales que se expresan en el bloque EEUU-OTAN.

“Llamar” al proletariado ucraniano a organizar la revolución socialista constituye no solo un acto extremo de soberbia, sino que además esquiva un problema objetivo: la producción de ese país está prácticamente detenida, y sus principales centros urbanos asediados. Hay que confiar en las capacidades del pueblo trabajador ucraniano, pero no pedirle milagros. Entonces ¿qué hacemos? ¿Nos quedamos sin posición política? ¡No! Justamente ahí es donde se manifiesta con plenitud nuestra consigna de profundizar la lucha de clases en cada uno de los países. 

La primera consecuencia de la guerra para los países que «la ven por la tele» ha sido el aumento generalizado de precios, particularmente de combustibles y alimentos, dada la posición importante que cumplen los territorios involucrados tanto en el mercado de hidrocarburos como en el de cereales y oleaginosas.

La respuesta de los pueblos no se ha dejado esperar: huelga del transporte en España, movilizaciones en Europa, huelga de camioneros en Perú con insurrecciones parciales; o sea: crecimiento internacional de la inestabilidad política.

Estos conflictos al interior de cada uno de los países que aparentemente «no tienen nada que ver con la guerra» van minando los negocios globales de la burguesía y, sobre todo, poniendo en juego su gobernabilidad.

Sin guerra la penuria de nuestra clase ya es mucha, pero con guerra ese deterioro de la vida se acelera. Es algo objetivo, tangible, y comprobado por la propia lucha de clases.

Se pone de manifiesto entonces que la única forma de confrontar en contra de los intereses del capital que se mueven en este conflicto es la lucha de clases global, la profundización de la lucha de clases en cada uno de los países en que nos corresponde a cada organización política. Y no nos referimos a forzar un ingreso de la OTAN en Ucrania ni nada por el estilo, sino a forzar la paz.

Si la lucha de clases en el mundo presiona lo suficiente, la guerra dejará de ser negocio.

No solo por sus costos económicos -no nos referimos a los tiros, sino a los inconvenientes económicos que trae la conflictividad laboral en general- sino también por los políticos.

Profundizar la lucha de clases en Argentina no implica hoy, solamente, golpear el abastecimiento mundial de gas y petróleo para evitar que algún sector del capital se vea favorecido con la prolongación del conflicto, sino que toda la clase obrera y el pueblo trabajador salga a golpear la gobernabilidad de la burguesía y sus planes de negocio.

Por eso el verdadero internacionalismo proletario no consiste en agitar consignas ni en enfrascarse en discusiones sobre si movilizar solamente a tal o cual embajada, sino en profundizar la lucha del proletariado.

Y para tener una política de esas características es preciso, primero que nada, hacer política para la revolución, para la libertad verdadera de la clase obrera, y no política parlamentaria, de escritorio.

La mejor forma de hacer internacionalismo hoy es explicando en cada puesto de trabajo por qué la guerra es un negocio más de la burguesía, cómo los capitales que operan tanto en Rusia, en Ucrania, en los EEUU y en el bloque de la OTAN no están disputando absolutamente nada más que mercados y recursos para continuar con la explotación de la clase obrera. Y cuáles son las tareas inmediatas que debemos tomar en cada fábrica, en cada centro laboral, para profundizar la lucha de clases en Argentina.

El mejor internacionalismo proletario que podemos hacer, hoy, es preparar la rebelión desde abajo, es construir poder obrero. Y la primera tarea para ello es organizándonos en cada sector de trabajo con las verdaderas metodologías de la clase obrera: con democracia directa, por fuera de toda institucionalidad del sistema.

Pero para sacar esta conclusión y, sobre todo, para llevarla a la práctica, es preciso tener una política revolucionaria, y no reformista.

Porque la política reformista en lugar de pensar cómo sacar a las masas de las miserables condiciones en que viven, está pensando en cómo organizar la mejor plataforma electoral de cara al 2023.

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