¿Rusia es imperialista?

Reproducimos el artículo que publicamos en el último número especial de nuestra revista La Comuna, bajo el título Rusia, el imperialismo y los desvaríos del reformismo, en donde abordamos algunos aspectos que consideramos esenciales para el debate ideológico en las avanzadas de la clase obrera y los sectores populares. Nos referimos a lo que está ocurriendo en Ucrania, el papel del Estado ruso y el concepto de imperialismo.


El conflicto en Ucrania ha generado un sinfín de posturas políticas en el arco de la autodenominada izquierda.

Varios debates atraviesan el problema de la guerra y la posición que las y los revolucionarios debemos asumir.

Hay quienes justifican la invasión rusa, quienes piden a gritos que intervenga la OTAN de manera indirecta; hay quienes señalan que se trata de una guerra imperialista; quienes la declaran como una defensa de Rusia ante el cerco de Estados Unidos y la OTAN; y quienes afirman que Rusia no es imperialista, pero que sin embargo pretende colonizar Ucrania. En fin, hay para todos los gustos.

De todos los debates en curso, uno nos parece central para poder posicionarnos correctamente con independencia de clase: la caracterización de Rusia como imperialista o no imperialista.

No alcanza, evidentemente, con señalar que se trata de una guerra imperialista. Hay organizaciones políticas que así lo hacen (como el PO) y, sin embargo, señalan de manera unipolar al bloque EEUU-OTAN, siendo Rusia una “burocracia restauracionista”.

En el presente trabajo nos proponemos analizar la caracterización de Rusia como imperialista, algo que a los ojos del pueblo trabajador resulta muy obvio, pero que para las mentes de la izquierda hegemónica parece no serlo.

De todas las posiciones a las que hemos accedido, las referencias vuelven siempre a un mismo punto: un artículo publicado en Monthly Review el 2 de enero del 2019, escrito por un tal Stansfield Smith.

El PTS ha traducido su artículo en La Izquierda Diario, y lo ha republicado por su red internacional. Esto revela la importancia que le dan al mismo.

Primero expondremos brevemente nuestra concepción general del imperialismo, luego examinaremos el artículo mencionado, y al final veremos otros argumentos vertidos en las posiciones de esa izquierda hegemónica argentina que considera a Rusia como una potencia militar, mas no imperialista.


Nuestra concepción del imperialismo

En su libro “Imperialismo, fase superior del capitalismo” Lenin caracteriza que el imperialismo nace de la naturaleza autoexpansiva del capital, en un momento determinado en que el mercado capitalista se ha extendido ya en el conjunto del globo.

En su estudio, divide el desarrollo del capital en tres etapas: 1) de “1860 a 1880, punto culminante del desarrollo de la libre competencia”; 2) Después de la crisis de 1873, donde comienza un largo período de desarrollo de los cártels, “los cuales sólo constituyen todavía una excepción, no son aun sólidos, todavía representan un fenómeno pasajero.” y 3) “Auge de fines del siglo XIX y crisis de 1900 a 1903: los cártels se convierten en una de las bases de toda la vida económica.”

Para Lenin, el imperialismo no es una política deliberada de algunas potencias económicas, sino una fase determinada del propio desarrollo del sistema capitalista, cuya principal característica es el desarrollo del capital monopolista.

El carácter imperialista de un país no está dado por su política exterior, ni por el color de sus gobiernos, sino por el hecho de que sirvan al capital monopolista.

Se trata de un problema eminentemente económico, no administrativo o coyuntural. Por eso, durante todo su libro, Lenin vuelve una y otra vez sobre este problema:

“Lo que hay de fundamental en este proceso, desde el punto de vista económico, es la sustitución de la libre competencia capitalista por los monopolios capitalistas. (…) el imperialismo es la fase monopolista del capitalismo”.

Su formación, afirma, arranca históricamente por la monopolización de las materias primas, el control de los sindicatos, el dominio de los mercados, la imposición de precios y la privación del crédito.

Estos últimos tres factores solo pueden ser conseguidos, desde ya, gracias a la fusión del capital industrial con el capital bancario y comercial, constituyendo así la denominada oligarquía financiera.

“Pero cuando esta operación crece hasta alcanzar proporciones gigantescas, resulta que un puñado de monopolistas subordina las operaciones comerciales e industriales de toda la sociedad capitalista, colocándose en condiciones –por medio de sus relaciones bancarias, de las cuentas corrientes y otras operaciones financieras-, primero, de conocer con exactitud la situación de los distintos capitalistas, después, de controlarlos, de ejercer influencia sobre ellos mediante la ampliación o la restricción del crédito, facilitándolo o dificultándolo, y, por último, de decidir enteramente su destino, determinar su rentabilidad, privarlos de capital o permitirles acrecentarlo rápidamente y en proporciones inmensas, etc.”

De manera tal que, para Lenin, el concepto de monopolio es más amplio que para la economía burguesa.

No se trata de que una empresa maneje toda una rama productiva en tanto propiedad directa, jurídicamente constituida, sino en que un sector muy concentrado del capital dirija el conjunto de la producción, incluyendo a los capitales menores, que quedan subordinados a éstos.

En este proceso, como fenómeno nuevo, el capital bancario cumple un papel muy importante como forma de centralización de capitales, aspecto sobre el que volveremos más adelante.

Es verdad que el capitalismo sufre transformaciones. Es verdad que el capitalismo de hoy dista mucho de ser el mismo capitalismo de la época de Marx, aunque sus leyes fundamentales sigan tan vigentes como nunca. Lenin analizó las transformaciones del capitalismo en su época, y determinó la formación de capitales monopolistas, diversificados (es decir, fusionados en operaciones industriales, comerciales y bancarias) como el rasgo característico de su tiempo. Además, señaló las transformaciones que el Estado debía sufrir producto del desarrollo de esta burguesía altamente concentrada, y lo plasmó en “El Estado y la Revolución”, obra que constituye una continuidad directa con “Imperialismo, fase superior del capitalismo”. Pero los tiempos cambiaron, y el capitalismo de hoy no es el mismo capitalismo que el de la época de Lenin. Sin embargo, sus leyes fundamentales no han perimido.

En 1910 la oligarquía financiera estaba fuertemente arraigada a sus países de origen, por eso se hablaba de burguesías nacionales, y por eso también los Estados representaban intereses específicos de dichas burguesías. A medida que el capitalismo se fue expandiendo sobre los distintos rincones del mundo, esas oligarquías financieras fuertemente arraigadas en sus países de origen se fueron trasnacionalizando: es decir, comenzaron a dominar de manera creciente las economías de otros países, pero no necesariamente en un proceso estricto de imposición colonial del capital, sino en un proceso de fusión y absorción con las burguesías nativas.

Este proceso, poco estudiado por el “marxismo” contemporáneo, es reconocido ampliamente por los propios economistas burgueses, y denominado como la “tercera ola” en materia de fusiones y absorciones, caracterizada justamente por este proceso de expansión del capital como salida a la Segunda Guerra Mundial (1950-1970). Sobre esta expansión de capital se pusieron muy de moda las teorías de la dependencia, en un proceso que, como vemos, en realidad era mucho más profundo que la simple imposición de países “centrales” sobre “periféricos”: porque el problema no era de países, sino de capitales.

El proceso de integración mundial modificó el carácter de los Estados: de representar a burguesías nacionales, los Estados pasaron –en un proceso más o menos largo de acuerdo a las distintas coyunturas nacionales- a ser una joya en disputa entre las distintas facciones del capital trasnacional, lo que incluye no solo a los capitales oriundos de países constituidos como potencias capitalistas, sino también a sus socios locales absorbidos.

Esto explica perfectamente cómo, por ejemplo, con la “re estatización” de YPF durante el gobierno de Cristina Fernández, los capitales beneficiados (Dow Chemical, Chevron y BP) fueron distintos a los beneficiados durante el gobierno de Mauricio Macri (Shell), por citar tan solo un ejemplo. Allí se ve claramente como los capitales se disputan la administración del Estado para obtener beneficios extraordinarios por sobre sus competidores.

La compleja red de entrecruzamiento de capitales, donde una misma empresa comparte acciones entre varios fondos de inversión, los cuales a su vez se encuentran en disputa entre ellos, complejiza tremendamente el papel de los Estados, que pasan a ser herramientas no al servicio de toda la burguesía en general que opera en un país, ni siquiera de la oligarquía financiera nativa, sino de las facciones del capital trasnacional que en ese preciso momento histórico controla los resortes del Estado.

Por eso las políticas estatales son tan cambiantes, puesto que se modifican al ritmo de los cambios accionarios de las firmas y de la hegemonía de mercado en cada momento específico; y por eso mismo los Estados tampoco pueden tener políticas económicas a largo plazo, porque de lo que se trata para los grupos monopolistas una vez que conquistan determinados espacios de poder sobre sus competidores, es desviar fondos estatales bajo la forma de subsidios y exenciones lo más rápidamente posible, antes de perder tal posición privilegiada.

Ello resulta más rentable, desde el inmediatismo de los negocios, que realizar inversiones a largo plazo para beneficiar a la burguesía en general. El rasgo característico del viejo Estado era su capacidad de encarar inversiones como fondo común de la burguesía en general; el rasgo característico de los Estados contemporáneos, es su utilización para obtener beneficios sobre facciones particulares del capital monopolista. Ello genera una dificultad muy grande para sentar las bases de negocios a largo plazo.

Que la competencia capitalista se desarrolla también en el marco de las políticas de Estado es algo claro como el agua, y que muy bien se vislumbra, por ejemplo, en la política de Alemania respecto al proyecto Nord Stream 2: el Estado alemán tuvo una política “pro rusa”, por los negocios en juego que había con la distribución de gas en Europa, enfrentándose a otros grupos económicos –muchos de ellos también “europeos”-.

Cuando estos capitales perdieron hegemonía, rápidamente hubo un vuelco de 180° en la política energética alemana. De defender a capa y espada la inauguración de Nord Stream 2 pasaron a prohibir la certificación del gasoducto, planear la importación de GNL proveniente de EEUU, y proveer de armas a Ucrania ¿Cómo se explica semejante giro si no es por el cambio en el rumbo de los negocios de los capitales que controlan dicho Estado? Porque claramente no se trata de decisiones de índole “política”, “geopolítica” ni “diplomática”.

Por tanto, de la caracterización hecha por Lenin respecto al imperialismo, la modificación central que planteamos para el actual período histórico consiste en la transnacionalización de los capitales, borrando cualquier tentativa de burguesías nacionales con proyectos independientes, y subordinando a los Estados a los intereses particulares no ya de la burguesía monopolista en conjunto, sino de la facción específica que se imponga en la administración del Estado en un momento específico.


Los argumentos de Monthly Review

Ahora pasaremos a analizar si en Rusia el capitalismo se haya efectivamente en la fase imperialista o no, de acuerdo a lo planteado por Lenin, y retomado en Monhly Review. Ocasionalmente introduciremos el problema de la trasnacionalización del capital, pero dando prioridad a los otros elementos mencionados.

Según Monthly Review, Lenin enumeró las siguientes condiciones para que un país sea efectivamente imperialista:

“Pero las definiciones demasiado breves, si bien son cómodas, pues recogen lo principal, resultan insuficientes, ya que es necesario extraer además de ellas otros rasgos muy esenciales de lo que hay que definir. Por eso, sin olvidar lo convencional y relativo de todas las definiciones en general, que jamás pueden abarcar en todos sus aspectos los múltiples vínculos de un fenómeno en pleno desarrollo, conviene dar una definición del imperialismo que contenga los cinco rasgos fundamentales siguientes:

1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica;

2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este capital “financiero”, de la oligarquía financiera;

3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande;

4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo;

5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, empezando el reparto del mundo por los trusts internacionales y terminado el reparto de toda la tierra entre los principales capitalistas más importantes”.

Para empezar el propio Lenin, como previendo su vulgarización, nos aclara que las definiciones sintéticas jamás pueden abarcar en todos sus aspectos los múltiples vínculos de un fenómeno en pleno desarrollo, de manera tal que tomar a pie juntillas, como elemento excluyente, estas definiciones, sería un tanto arbitrario.

Pero, por si fuera poco, la cita está mal interpretada por Monthly Review, ya que allí Lenin define una serie de características centrales del imperialismo, como fase de desarrollo capitalista, mas no como elementos que debe cumplir un país –o mejor dicho, un Estado nación- para ser considerado imperialista.

No es un checklist para países, sino una definición general del imperialismo. Esto es muy importante, puesto que el imperialismo para Lenin no constituía una simple característica de determinados países, ni una política específica de la burguesía, sino una fase del capitalismo. Por eso, la cita que toma Monthly Review está mal interpretada, ya que pretende aislar a Rusia de su contexto histórico y económico. Como mecanismo de análisis partimos ya de un error, no obstante, analizaremos cada uno de los puntos, tanto tomando a Rusia como Estado aislado, así como en sus conexiones con el mercado mundial.


  1. La concentración de la producción y la formación de monopolios

Monthly Review –y por extensión el PTS- arranca planteando la posición internacional de las empresas rusas para determinar si efectivamente se puede hablar de capital monopolista en ese país o no. Esto es un error garrafal, ya que Lenin no plantea el problema como si hubiera monopolios de primer o de segundo orden en el mercado mundial, sino del predominio general del capital monopolista. Antes de dedicarse a ese tema, el PTS, Monthly Review y etcéteras, deberían abocarse a estudiar los niveles de concentración económica al interior de Rusia. Así lo plantea de hecho Lenin en su punto uno.

La estadística rusa oficial señala que la contribución al PBI de las pequeñas y medianas empresas en Rusia es solo del 20,8% (2019). Este dato coincide con el ranking empresarial elaborado por la revista RBC. Allí se indica que las primeras 500 empresas que operan en Rusia concentran el 80% de las ventas. El mismo informe señala que solo 20 empresas concentran más de la mitad de la facturación.

Para darse una idea de lo concentrado que está el mercado ruso, EEUU presenta cifras mucho menores: según Fortune las primeras 500 empresas controlaron el 70% del PBI norteamericano (2019). En Argentina la concentración en el sector manufacturero ronda el 54%, y en sectores como el financiero o el minero la cifra llega al 80% (2018).

No hace falta ser un genio para comprender que los niveles de monopolización en Rusia son muy grandes, mayores incluso en el mercado interno que para países como Argentina o EEUU. Si a esto le agregamos el concepto leninista de capital monopolista, es decir, aquel que controla el conjunto de la economía sin necesidad de poseer acciones en cada uno de los eslabones de la cadena, el panorama resulta más que claro: la economía interna de Rusia está controlada por el capital monopolista, y por lo tanto, el Estado ruso está en sus manos.

En lugar de comenzar por allí, Monthly Review plantea el problema de los monopolios desde el punto de vista de la participación de las empresas rusas dentro de los rankings mundiales de empresas más grandes. Como metodología esto es una tontería, por varios factores.

En primer lugar, porque se atiene a un problema jurídico al mencionar las empresas inscriptas en Rusia, tales como Gazprom o Rozneft, pero nada dice respecto a los burgueses rusos que poseen empresas en el exterior, como Román Abrámovich, ex dueño del Chelsea y actual interlocutor entre las autoridades rusas y ucranianas como “garantía” de seriedad diplomática.

Esas cantidades de capital, para estos rankings “no cuentan”. Con todo lo que hemos desarrollado anteriormente, respecto a la transnacionalización de la economía, el argumento tampoco se mete ni un poco en el problema del entrecruzamiento de intereses capitalistas y las asociaciones de capital.

Empresas como British Petroleum, Volskwagen, o fondos de inversión como Vanguard o BlackRock no solo realizan inversiones en Rusia, sino que invierten en proyectos conjuntos con las principales empresas “rusas”, y en algunos casos hasta son sus accionistas (caso BlackRock con Rosneft, por ejemplo).

A partir de allí, los intereses capitalistas dejan de ser tan “nacionales”: la economía y los capitales que operan en Rusia indefectiblemente forman parte del mercado mundial, y por lo tanto allí operan los más diversos capitales monopolistas.

Por si todo esto fuera poco, Monthly Review, el PTS, o quien sea que abrace estos argumentos, no dice absolutamente nada respecto al peso de Rusia en el mercado mundial como país productor de materias primas, elemento central en la determinación de costos de producción regionales y globales:

Tercer productor mundial de trigo, detrás de China e India (2020).

Primer productor mundial de girasol (2020) y segundo de aceite de girasol, detrás de Ucrania (2019).

Segundo productor mundial de avena, detrás de Canadá (2020).

Tercer productor mundial de oro (2020).

Quinto productor mundial de mineral de hierro (2020).

Quinto productor de cobre (2020).

Segundo productor de cobalto (2020).

Cuarto productor de níquel (2020).

Sexto productor de plata (2020).

Segundo productor de gas natural, y 1º exportador (2019).

Segundo productor de petróleo crudo (2020).

Tercer exportador de carbón mineral (2020).

El caso de la energía es paradigmático, puesto que Rusia posee literalmente el grifo energético de Europa, concentrado en un puñado muy reducido de empresas.

Esto lleva a una incidencia determinante en la formación del costo de producción mundial: la evolución del precio de la energía, el trigo, el girasol o el níquel desde que estalló la guerra en Ucrania es la mejor muestra de la capacidad de incidencia del territorio ruso en la formación internacional de precios.

Esto coincide, además, con la caracterización que hacía Lenin respecto de dónde comenzaban a desarrollarse los monopolios: en el control de materias primas, puesto que de esa manera inciden fuertemente en la determinación de los costos generales de producción de ramas enteras de la economía.

Pero no solo materias primas provee Rusia al mercado mundial: su principal industria manufacturera es la armamentista, donde se ubica como el segundo exportador, concentrando el 21% de las exportaciones en el período 2014-2018, solo por detrás de Estados Unidos, que acapara el 36%. Cuando hablamos de este tipo de industria está claro que no nos referimos solamente a fusiles de asalto Kalashnikov o municiones y pertrechos, sino principalmente aviones, helicópteros de combate, sistemas de defensa aérea y vehículos blindados.

De esta manera, el argumento sostenido por el PTS y otras organizaciones se cae por cualquiera de sus aristas: el mercado interno ruso está altamente monopolizado; el capital trasnacional en Rusia participa de esta monopolización, por lo que no tiene sentido estudiar “las empresas rusas” sin contar al resto del capital trasnacional que allí opera; y la posición de los principales monopolios que operan en Rusia es lo suficientemente grande y estratégica en el mercado mundial como para hacerlo de manera monopolista, siempre de acuerdo al concepto leninista de monopolio, y entendiendo que a su vez compiten con otras facciones de capital de igual envergadura, es decir, competencia inter monopolista.


  1. La existencia de una oligarquía financiera

Curiosamente, Monthly Review y el PTS olvidan por completo este punto que, desde la óptica de la simple acumulación económica, es una prolongación del concepto de capital monopolista -¿quizás por eso no se detienen a analizar el problema?-. La cuestión es que el ascenso de esta burguesía súper concentrada da lugar a la formación del Capitalismo Monopolista de Estado, un término perdido en el tiempo para la izquierda argentina. Definir el carácter de la oligarquía financiera determina entonces el papel del Estado en este momento histórico del capitalismo.

Desde el punto de vista de la conformación de capitales, resulta una obviedad describir la existencia de una oligarquía financiera que cumpla con las condiciones de diversificación de las inversiones descritas entonces por Lenin, así como el papel del sector financiero en el tejido capitalista: Gazprom por ejemplo cotiza en la bolsa de Frankfurt, Moscú y Londres.

El 16,16% de sus accionistas son ADR Holders y el 33,61% público inversor. Rosneft tiene como accionistas al Qatar Holding y Glencore (cuyo principal accionista es BlackRock), también cotiza en la bolsa de Londres. El Sberbank, principal banco de Rusia y uno de los excluidos del bloqueo de la OTAN y EEUU por encargarse de las transferencias a Gasprom (nótese la conexión entre el sector “bancario” y el “industrial” para los señores esquema), está constituido por el Banco Central ruso y accionistas privados como Vanguard, BlackRock y JP Morgan.

Las dos principales cadenas comerciales de Rusia están formadas por fondos de inversión y público inversor: X5 está radicada en paraísos fiscales -ya volveremos sobre el significado de ello- y Magnit está constituida por Marathon Group (29%), JSC Tander (3,9%) y un 66,7% de capital flotante, o sea, público inversor formado por accionistas individuales o jurídicos (más y más fondos de inversión). Si lo miramos como un “esquema” en la propia constitución de estos “capitales comerciales” existe la fusión con “capitales bancarios” los cuales a su vez invierten en “capitales industriales”, además de controlar sus cuentas. Para que nadie piense que estos han sido ejemplos tomados al azar, se trata de las cinco empresas de mayor facturación en Rusia.

Ahora bien ¿existe una burguesía rusa nativa?

En la mayoría de los países existen componentes nacionales de la burguesía, pero a lo largo de los últimos 100 años éstas han perdido existencia nacional como tal, puesto que sus intereses se han trasnacionalizado ¿de qué manera? Mediante la fusión o absorción con el capital trasnacional, o mediante su propia trasnacionalización, es decir, diversificando sus intereses en distintas partes del globo, lo que imposibilita la generación de proyectos políticos burgueses de neto carácter nacional, puesto que todos los negocios están entrecruzados. De allí las propias contradicciones que existen al interior de Rusia, como de la OTAN, respecto al problema de la guerra.

Pero cada país tiene una historia propia, y por lo tanto, el origen de estas burguesías nacionales que acaban trasnacionalizandosé varía. La burguesía rusa nativa no está determinada por la herencia de los antiguos terratenientes de la época del zarismo, barridos por la Revolución de Octubre, sino por la constitución de una nueva burguesía surgida de las entrañas del aparato burocrático del Capitalismo de Estado en que derivó el Partido Comunista. La caída de la URSS no fue el inicio de la restauración capitalista, como gusta señalar el trotskismo, sino más bien su formalización. Como decía un querido compañero nuestro (Roberto Guevara), primero viene el hecho, luego el derecho.

La acumulación originaria de la burguesía rusa contemporánea está más clara y nítidamente ligada a los resortes del Estado que en cualquier otro país capitalista, dada la centralidad que el Estado cumplía en la antigua URSS. Allí las direcciones empresariales y los distintos puestos de gobierno pasaron a constituirse en una fuente de riqueza y disputa por los recursos del Estado, donde cada unidad productiva se iba convirtiendo en una empresa de tipo capitalista que no solo explotaba fuerza de trabajo para elevar los niveles de productividad, sino que también competía con sus coterráneas en un mercado capitalista emulado.

La degeneración nacional de la economía planificada mediante la emulación capitalista dio lugar no solo a un renacer del mercado, sino también a garantizar el control del mismo por parte de los sectores enclavados en las dirigencias del Estado, que además competían entre sí por la maximización de los beneficios, desarrollando formas de mercado abiertas sobre todo durante la década de 1980, donde a esta apropiación hay que agregarle el peso que tuvo la comercialización de productos importados.

Así, la caída de la URSS constituyó el blanqueo de una situación que venía de arrastre. Para esta nueva burguesía, que acumuló riqueza gracias a su posición en puestos clave del Estado, era necesario ampliar la libertad de acción en el mercado generado, para al mismo tiempo desarrollar el mismo con mayor extensión y profundidad.

Por eso, en los países ex URSS, la existencia del Capitalismo Monopolista de Estado se revela con una simpleza extraordinaria: allí nadie se animaría siquiera a juzgar que no es la oligarquía financiera quien controla los resortes del Estado, y que no son sus pujas interburguesas las que definen el rumbo de una u otra política económica.

Tan es así, que esta burguesía nativa se la conoce como los “oligarcas rusos”. Nada mejor que ver algunos ejemplos puntuales para graficar la situación:

Roman Abramovich es sin duda el más conocido de todos. En primer lugar, porque fue convocado por el gobierno de Ucrania como garante de confianza frente a las negociaciones con Rusia. Allí sufrió un intento de envenenamiento. Es accionista en Evraz Holding (líder en la producción de acero), ex dueño del club de futbol Chelsea FC (se desprendió del mismo al estallar la guerra, por lo que parece que en realidad es una pantalla para evitar su desvalorización); hizo su fortuna comprando la petrolera estatal Sibneft, subastada en 1995 por US$ 250 millones, para luego venderla a Gazprom a US$ 13.000 millones. También ocupó puestos de gobierno: Gobernador y presidente de la Duma en Chukotka entre 2001-2013.

Aleksandr Abramov es socio de Abramovich en Evraz Holding. Cosecho fortunas con la devaluación de 1998.

Aras Agalarov es un empresario inmobiliario que se enriqueció gracias a la obra pública ¿Sus nexos con el gobierno? Putín le entregó la Orden de Honor de Rusia; hizo de nexo entre éste y Trump en las negociaciones del anterior mandatario estadounidenses. Su hijo estuvo casado con la hija del ex presidente de Azerbaijan.

Farkhad Akhmedov es un empresario petrolero ¿cómo llegó hasta allí? Porque es ex representante del Consejo de la Federación Rusa.

Igor Altushkin es accionista de Lukoil, la mayor petrolera privada rusa: fue viceministro de energía en la URSS.

Aleksey Ananyev hizo su fortuna importando computadoras a la URSS, fundando la empresa Technoserv, que luego se convirtió en la mayor empresa rusa de IT. Junto con su hermano Dmitry Ananyev fundo el banco Promsvyazbank a partir de donde se diversificaron hacia otros sectores, como el inmobiliario. Pero la riqueza principal de ambos no viene de su historia como especuladores en el período de debacle de la URSS. Dmitry fue funcionario en el Consejo de la Federación Rusa por la región de Yamal hasta el 2013. Ese mismo año, su hermano Aleksey es nombrado para ocupar puestos claves en la administración de sistemas tecnológicos de defensa, quien además fue nombrado director independiente de la empresa de construcción naval United Shipbuilding Corporation.

Vasiliy Anisimov ocupó puestos de dirección en la central nuclear Kalinin durante el período de la URSS. Tras pasar por puestos de dirección en distintas empresas privadas, adquirió activos en fabricación y comercialización de aluminio con la privatización. Su matriz principal hoy es COALCO, empresa constructora. Actualmente preside la Federación Rusa de Judo, muy asociada a Putín. Ha sido reconocido con las órdenes de Honor y Alexander Nevsky de Rusia.

Petr Aven fue director de Alfa-Bank y LetterOne Group hasta 2022. En 2021 ocupó el puesto 529 en el ranking Forbes. En política jugó bastante: Ministro de Relaciones Económicas Exteriores de Rusia entre 1991-1992, en plena caída de la URSS. Representante de Rusia en el G7. Candidato a la Duma por un partido demócrata (DVR). Miembro desde 2006 de la Unión de Empresarios e Industriales Rusos (RSPP).

Yelena Baturina arrancó su carrera empresarial en 1989 con la importación de software. Luego fundó INTECO en 1991 (fabricante de plástico). La empresa creció gracias a la obra pública (su primer contrato grande fue la producción de los asientos para el estadio de Moscú). La empresa luego se diversificó hacia la construcción para la obra pública. A partir del 2005 se dedica principalmente a la especulación financiera ¿de dónde sacó tantos contactos para enriquecerse a costa del Estado? Es la ex esposa de Yury Luzhkov, quien fuera alcalde de Moscú entre 1992 y 2010.

Alisher Usmanov es accionista en Metalloinvest, Xiaomi, empresas de telecomunicaciones y minería (fue incluso accionista de Facebook); poseía una participación del 30% en el Arsenal FC. Su fortuna proviene de ser directivo de la unidad financiera de Gazprom (Gazprom Invesholding).

Alexander Vinokurov arrancó operando para el Morgan Stanley en 2004, donde hizo su primera fortuna, gracias a la cual levantó años mas tarde Marathon Group, uno de los grupos accionistas de Magnit.

Estos son solo algunos de los “oligarcas rusos”. Hay más, pero pensamos que esta ilustración alcanza. Como se ve, en general hicieron su riqueza gracias a ocupar puestos directivos o contactos directos con dirigentes políticos durante el período de debacle y privatización de las empresas de la URSS en la década de 1990, fenómeno no muy diferente a la historia de capitales argentinos como el Grupo Bridas (Bilgheroni), Macri o Techint con la llamada “patria contratista”. Corrupción le dicen los medios burgueses: Capitalismo Monopolista de Estado los leninistas.

Mediante la sola visualización de algunos casos puntuales se vislumbra el proceso de acumulación originaria del que provienen estos burgueses, que a su vez se combina con la relación entre sus empresas y el capital trasnacional en conjunto mediante la intermediación de las empresas “estatales”, que a su vez poseen grupos económicos internacionales como parte de su composición de capital.

En la relación simbiótica que mantiene esta burguesía con el aparato estatal queda expresada de manera clara la existencia de la oligarquía financiera: el entrecruzamiento de capitales aparece aquí centralizado en la órbita del propio Estado, por lo que las composiciones accionarias de los capitales pasan a tener un peso testimonial si se lo compara con las relaciones que cada uno de ellos mantiene entre sí en los distintos niveles del aparato estatal.

Esta centralización del capital a través del Estado se expresa con particular claridad en la industria armamentista. A partir del año 2000 Putin da inicio a una agresiva política de centralización de capitales en este sector productivo. El primer paso será organizar el monopolio de la exportación de armas, mediante la creación de Rosoboronexport, para luego avanzar en el ordenamiento de la producción interna con la creación de Rostekhnologii el año 2007. Pocos meses después, por decreto, se transfiere a Rostekhnologii la propiedad de 443 empresas en situación de crisis, siendo que algunas prácticamente no presentaban operaciones comerciales, otras estaban en proceso de quiebra, etc.

Es decir, en la práctica, la incorporación a Rostekhnologii de muchas de estas empresas constituía un rescate con incorporación de capital, evitando el desmantelamiento de una parte importante de la industria militar rusa, en plena crisis. En 2012 el monopolio estatal es renombrado Rostec para afianzar su expansión global. La corporación “estatal” controla más de 700 empresas y emplea unos 453.000 trabajadores.

El monopolio de Rostec permite no solo potenciar el alcance de la industria armamentista rusa, para hacerle mejor competencia a la norteamericana, sino utilizar el Estado para favorecer los negocios del capital privado. Rostec regula de hecho toda la industria armamentista no solo mediante el control de las exportaciones, sino también vía subsidios en investigación y desarrollo, solicitando órdenes de compra a empresas privadas amigas, brindando beneficios diferenciales, en fin, generan- do condiciones de monopolio para sus proveedores privilegiados. En el mercado externo el alcance de Rostec implica mayores beneficios para el conjunto del capital ruso: en primer lugar, mayores exportaciones armamentistas no significan solamente beneficios para la producción final de armas, sino también apalancar la producción de acero, aluminio y otras materias primas o productos intermedios. A su vez, como monopolio armamentista de peso internacional, el Estado ruso utiliza Rostec como puerta de entrada para la imposición de otros negocios.

Por ejemplo, cuando Rusia renegoció los contratos de venta de armamento con Argelia durante el 2007, llevó una comitiva de Gazprom: el objetivo central de Putín no era vender más armamento, sino concertar contratos petroleros para adquirir tecnología para la producción de GNL –recordemos que, hasta el 2006 estuvieron negociando con empresas como Total, Chevron o Conoco Phillips para adquirir este tipo de tecnología para ser implementada en el proyecto de los yacimientos de Stockman, en el Mar de Barents-.

Ello motivó a que Rusia le condone una deuda de US$ 4,7 millones a Argelia, además de otorgarle importantes créditos para la compra de armamento. Claramente el negocio armamentista no era la prioridad.

Situación similar revistió Venezuela: el asesoramiento militar y la venta de armamento por parte de Rostec fue correspondido con extraordinarias concesiones a la petrolera Rosneft, quien aceleró la sobre explotación de reservas venezolanas. Rosneft llegó a ser uno de los principales acreedores de Venezuela otorgando créditos vía PDVSA. Pretender analizar el asesoramiento militar y la venta de armas por fuera de los negocios petroleros, y viceversa es imposible en el esquema de negocios ruso. Por eso la centralidad del Estado cumple un papel determinante en el apalancamiento de negocios de toda la burguesía allí radicada, que no podría ser obtenido si cada empresa armamentista o petrolera operara de manera individual, no centralizada a través del Estado.

La centralidad del Estado es una condición para la supervivencia de la oligarquía en el concierto internacional de competencia monopolista.

Por lo tanto, no solo que en Rusia existe una oligarquía financiera con inversiones diversificadas, sino que además ésta maneja con un nivel de control extraordinario los resortes del Estado, al punto tal, que el propio Estado centraliza e impulsa los negocios, así como sus formas de asociación internacional, que trascienden aquí al problema de la trasnacionaliación de las simples composiciones accionarias de capital.

La asociación de multinacionales no-rusas con multinacionales “estatales” rusas no implica, como sí sucede en países como Argentina, solamente que estas multinacionales controlan el capital estatal, sino que aquí el capital estatal aparece como personificación de la oligarquía financiera rusa. Que esto sea posible se debe a la gigantesca centralización de recursos heredada de la caída de la URSS.


  1. La exportación de capitales a diferencia de la exportación de mercancías

Pensamos que, con las transformaciones surgidas por el desarrollo del mercado mundial, el concepto mismo de exportación de capitales requiere ser discutido. Por tal motivo trataremos este punto en dos partes. Primero tomando el concepto tal cual lo hace Monthly Review, analizando los datos duros de la economía burguesa para determinar de esa manera si “cuantitativamente hablando” se puede afirmar que los capitales que operan en Rusia exportan capital o no lo hacen.

Luego desarrollaremos brevemente nuestra concepción actual sobre el problema de la exportación de capitales y porqué consideramos que este punto no puede ser tratado literalmente de la misma manera en que se concebía hace un siglo atrás.

En 2019 desde Rusia se exportaron US$ 419.850 millones en mercancías, lo que representa un monto equivalente al 25,55% de las exportaciones estadounidenses el mismo año, ubicándose como el 16ª exportador mundial de mercancías. Como ya hemos puesto de relieve anteriormente, el peso de Rusia como país exportador es muy importante. La llamada exportación de capitales también lo es, aunque viene decreciendo desde el 2013: según el Banco Mundial la inversión extranjera directa desde Rusia fue de US$ 5,8 mil millones en 2020 con un pico de US$ 86,5 mil millones en 2013, lo que representó el 22% de las salidas de capital equivalentes para Estados Unidos. La salida de capitales se produce vía Chipre, un conocido paraíso fiscal, Reino Unido (que cuenta a su vez con paraísos fiscales, además de ser destino de inversiones especulativas para la oligarquía financiera rusa) y Qatar. Para tener en cuenta, el Qatar Holding es accionista de Rosneft.

En cuanto a la inversión extranjera en territorio ruso se repite la tendencia, en 2020 recibió US$ 9,5 mil millones, constituyendo uno de los países europeos más atractivos para invertir.

En 2013 con US$ 69,2 mil millones recibió el equivalente al 24% de las entradas recibidas por Estados Unidos ese año. Las entradas de capital a Rusia ingresan principalmente de paraísos fiscales comunes, utilizados por distintos grupos económicos a nivel mundial, por lo que no tienen “patria”. Hablamos de Luxemburgo e Irlanda.

Además, las principales empresas rusas operan en el exterior no solo llevando producto terminado, mercancías, sino desarrollando inversiones. Gazprom tiene pozos productivos que opera en joint-venture con Wintershall en Libia, Reino Unido y Dinamarca. Con la misma empresa posee tres proyectos más en etapa de desarrollo.

También tiene proyectos en desarrollo en Bolivia, junto con la filial local de la francesa Total e YPFB; en Vietnam, con Petrovietnam; dos proyectos en Iraq; dos proyectos más en Uzbekistán asociado al Ministerio de Energía de ese país; y dos proyectos firmados, pero no iniciados –y ahora dados de baja por la guerra- con Shell y Repsol. Lukoil por su parte cuenta con operaciones en Uzbekistán, Egipto, Azerbaijan, Kazajastan, Iraq, la república del Congo, Emiratos Árabes, Noruega, Cameroon, Rumania, Nigeria, Ghana y México.

Lo mismo sucede con Rosneft, a cuyo balance financiero no podemos acceder dado que tienen la página bloqueada desde que comenzó la guerra.

En general, los niveles de exportación de capital provenientes de Rusia son altos. Esto es reconocido inclusive por Monthly Review, pero se salen por la tangente al afirmar que “viene en forma de fuga de capitales, a paraísos fiscales como Chipre y las Islas Vírgenes Británicas.”. Esta gente, o realmente no ha comprendido absolutamente nada respecto a la función de los paraísos fiscales y el concepto de exportación de capital, o nos toma a todos de estúpidos. En primer lugar, debemos decir que toda exportación de capitales se desarrolla, en parte, bajo la forma de “fuga” de capitales ¿en qué consiste la famosa “fuga de capitales”?

Cuando en un país determinado el mercado se encuentra saturado, pletórico, como gustaba decir Marx, la cuota de ganancia empieza a disminuir. Ello motiva que las inversiones se destinen hacia otros mercados, donde se puedan obtener ganancias mayores por existir una menor saturación de inversiones.

Esto se llama, lisa y llanamente, crisis de superproducción, solo que en este caso la crisis tiene una salida: el mercado externo. Este traslado de capitales puede realizarse por varios mecanismos, tales como la inversión directa, deuda externa pública o privada, etc. Para evadir impuestos y blanquear capital proveniente de formas ilegales, tales como el narcotráfico, el tráfico de personas, de armas, etc., una de las formas utilizadas es la transferencia a cuentas offshore, es decir, a los famosos paraísos fiscales ¿en qué consisten éstos?

En países o regiones con jurisdicciones muy laxas, que permiten trasladar todo el capital sin apenas declarar su origen. Allí pagan nulos impuestos tanto de entrada como de salida, por lo que llevan el capital, lo lavan, y lo sacan “en blanco” para dirigirlo a inversiones en otras partes del mundo.

O sea que “paraíso fiscal” es una forma de evadir impuestos para sacar capital de un territorio, tan simple como eso. El concepto mismo es un concepto burgués, que el posmodernismo de izquierda se compra de lleno. Esto es el ABC de la economía capitalista contemporánea ¿en serio tenemos que estar escribiendo estas líneas para aclararlo? Evidentemente sí, o la izquierda reformista nos trata a todos de estúpidos, o realmente los estúpidos son ellos.

Realmente no creemos que sean estúpidos, sino más bien funcionales al capitalismo. Tienen que recurrir a argumentos completamente amañados para justificar que Rusia “no exporta capitales”, recurriendo a rankings de revistas que excluyen deliberadamente sectores enteros de la economía.

Por ejemplo, comparan el peso financiero de los capitales que operan en Rusia, analizando el tamaño de las empresas “no financieras” ¿es en serio esto? En lugar de todo ello, era tan simple como decir “Rusia exporta mucho capital, y lo hace bajo una de las formas preferenciales de este siglo XXI: mediante la fuga a través de paraísos fiscales”.

Dicho esto, nos queremos detener en nuestra concepción referente al problema de la exportación de capitales. Los niveles de integración económica mundial, es decir, la llamada globalización, que no es otra cosa más que el dominio del capital financiero en todos los territorios y mercados globales, trae aparejado a su vez la trasnacionalización y por tanto el entrecruzamiento de capitales.

Este hace que se pierda todo origen nacional de los mismos ¿Podemos hablar de capitales exclusivamente rusos, norteamericanos o alemanes, cuando sus composiciones accionarias y negocios están repartidos en una multiplicidad de territorios y entrelazados entre sí? Las acciones de una empresa no se referencian nacionalmente, ni siquiera en cuanto a la inversión que éstas van a encarar.

Una empresa que invierta en territorio ruso, por ejemplo, está entrelazada mediante sus accionistas e inversiones en el resto del globo. Y esto no es solo un aspecto formal: las filiales de las multinacionales poseen “deudas” de por vida con sus casas matrices, que se ejecutan ya sea bajo la imagen de préstamos o de royalties y ¿Dónde están estas casas matrices?

¡Repartidas en todo el mundo, principalmente, en los llamados paraísos fiscales!

Esto es tan así que, inclusive desde el punto de vista burgués, los capitales verdaderamente no tienen patria. Cuando un capitalista cualquiera invierte en una empresa, no lo hace en referencia a la inversión en un territorio determinado. Por ejemplo, la British Petroleum es una de las petroleras más importantes del mundo.

Como su nombre indica podríamos decir que es una empresa británica, pero su producción está completamente trasnacionalizada. En Argentina es el principal accionista de Pan American Energy, cuyo socio local es el Grupo Bridas (Bulgheroni), el cual a su vez tiene una participación del 50% de la petrolera CNOOC (National Offshore Oil Corporation), de origen chino.

En Rusia concentraba casi el 20% de las acciones de Gazprom ¿Acaso cuando un capital invierte en la British Petroleum lo hace en Rusia o Argentina? Para nada. El capital le pertenece al grupo económico en cuestión, que es quien decide dónde y cómo se llevaran a cabo las inversiones. Rusia o Argentina pasan a ser simples territorios, que fortuitamente se encuentran en posiciones geográficas con disponibilidades de hidrocarburos, y con posibilidades políticas para penetrar en estos negocios. Lo mismo sucede en general con todo el capital trasnacional, que es justamente el que maneja las riendas de la economía, es decir, el que actúa como capital monopolista.

Por ello, podemos hablar de exportación de capitales de manera cuantitativa, como una medición de flujo de capitales de salida y un dato más de la economía, pero desde nuestro punto de vista ha perdido todo peso cualitativo en la determinación nacional. Las empresas que operan en un país determinado están entrelazadas de manera multinacional, las inversiones no se desarrollan ya en un país, sino en capitales que son trasnacionales, por lo que no están referenciados nacionalmente.

Si los capitales no son nacionales, y los Estados nación un elemento de disputa entre distintas facciones del capital trasnacional para apropiarse de beneficios extraordinarios, entonces no hay un “extranjero”, no hay un lugar determinado hacia el cual los capitales “salen”: el lugar al que pertenecen es el mercado único mundial, de allí vienen y allí se dirigen.

Por eso el imperialismo, como fase particular del capitalismo, no constituye una característica de tal o cual país, sino del capital.

En todo caso, si el Estado como tal está en manos de la oligarquía financiera; es decir, si en un territorio determinado el poder está en manos del capital monopolista, independientemente de la remota nacionalidad de origen de tales capitales, entonces ya podemos afirmar que en dicho país el capitalismo ha llegado ya a su fase imperialista.

Indudablemente Rusia, así como la mayor parte del mundo, se encuentra en esta situación.


  1. La formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo

Lo hemos dicho ya, y debemos tener a las y los lectores cansados: la principal forma de asociación internacional del capital es mediante la trasnacionalización de la economía. En este sentido, la propia composición de los capitales tales como Rosneft, quien hasta hace unos días tenía un 20% de capital accionario de la British Petroleum; o los negocios de Gazprom con Wintershall o Total; o todo el entramado de negocios entre el capital ruso en general y las facciones de capital asentado en Alemania con el frustrado gasoducto NordStream2.

Estos negocios conjuntos son la principal forma de asociación por el reparto del mundo. Pero además existen otras, formalizadas diplomáticamente de manera más o menos abierta a través del Estado.

En materia militar Rusia lidera la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Se trata de una alianza que integran Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. Además, los primeros días de febrero tuvo lugar una reunión entre Vladimir Putin y Xi Jinping, donde se concretó un importante acuerdo de comercialización de gas proveniente de Rusia, y se emitió una declaración conjunta donde hacen explícita su alianza militar. Allí se afirmó que “La amistad entre los dos Estados no tiene límites, no hay áreas “prohibidas” de cooperación”.

A su vez, Rusia demostró su apoyo a China respecto al problema de Taiwán, mientras ésta le correspondió pronunciándose contra la ampliación de la zona de influencia de la OTAN, refiriéndose así al problema de Ucrania.

Además, Rusia posee bases militares o centros operativos en 11 países: Azerbaiyán, Armenia, Bielorrusia, Georgia, Eritrea, Kazajistán, Kirguistán, Moldavia, Siria, Tayikistán y Crimea; y está construyendo en 5 países más: República Centroafricana, Egipto, Madagascar, Mozambique y Sudán.

Como resulta evidente, las nuevas bases militares se ubican en África, y están enmarcadas en la disputa por ese mercado continental que viene llevando adelante principalmente China, cuya base militar se encuentra en Yibuti –como centro estratégico en la disputa por el Mar Rojo, acceso al Canal de Suez-. Lo de África no es casual, ya que China viene impulsando un proceso de proletarización muy grande, en la búsqueda de nuevos mercados de mano de obra barata que ya no consigue en su tierra natal.

En este sentido, las inversiones “chinas” en infraestructura y sus serios intentos de proletarización del África, arrancan desde el sudeste continental (Somalia y Yibuti), lo que constituye una región estratégica para garantizar el paso de mercancías desde el Mar Arábigo (India) hacia Europa por el Mar Rojo. Rusia viene a cumplir el papel de mano negra con su despliegue de nuevas bases militares.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que estas bases en definitiva son la cereza del postre de todo un proceso de desarrollo capitalista. Plantear el aspecto militar separado de, por ejemplo, los acuerdos de suministro armamentista y créditos que Rusia viene otorgando a Argelia desde la primera década de este siglo, sería completamente infantil. No es lugar este de detenernos en el problema de África, pero si es preciso señalar que existe una disputa mundial entre distintas facciones del capital por hacerse no solo con los recursos naturales del continente, sino por desarrollar capitalismo: es decir, exportar capitales para explotar mano de obra barata. En esta disputa internacional, Rusia juega un papel militarista como aliado de China.

El Estado ruso sigue cumpliendo un papel similar al del viejo zarismo: ser represor de pueblos. Esto no es un privilegio exclusivo de Estados Unidos, y muy bien lo saben no solo los pueblos de África –quienes desde ya también sufren la represión de otras potencias militares como Francia o Estados Unidos- sino sobre todo los viejos países de influencia de la ex URSS. Sin ir tan lejos, durante el 2020 el gobierno ruso apoyo abiertamente a Lukashenko frente a la represión al pueblo bielorruso durante las revueltas del 2020, llegando a concentrar tropas en la frontera con Rusia y declarar públicamente estar preparado para una intervención militar si su aliado así lo solicitaba. A principios de este 2022, frente a la insurrección del pueblo de Kazajistán, las tropas rusas irrumpieron efectivamente para reprimir los levantamientos.

Un dato de color: el detonante del estallido kazajo fue el aumento en el precio del gas. Toda una demostración de cómo los monopolios, en sus territorios de control, aprietan precios al alza, mientras en los territorios de disputa (Europa en este caso), ofrecen precios competitivos. Desde ya, ni que hablar el papel que jugó Rusia para aplastar la revolución siria en 2011, apoyando el régimen de al-Ássad de manera efectiva, bombardeando a la población y diezmando a las fuerzas revolucionarias, para luego sí enfrascarse en un conflicto con otras potencias militares, que recurrieron a la modalidad de guerra híbrida para desplegar la contienda –nos referimos, entre otras cuestiones, al papel de EEUU y el ISIS-.

No podemos terminar este apartado sin mencionar el papel de Rusia en impulsar ejércitos privados como el Grupo Wagner, cuyo jefe es amigo íntimo de Putin, reproduciendo el ya abordado tema de las relaciones entre el poder estatal y el desarrollo de la oligarquía financiera rusa. De nuevo aquí se pone de manifiesto como el Estado ruso actúa, en definitiva, como herramienta para desarrollar los negocios no solo del gas y de la industria armamentista, sino también de los ejércitos privados.

Claro que el artículo de Monthly Review, y toda la visión de organizaciones como el PTS, no le prestan atención a ninguno de estos problemas. El tema de Rusia como brazo armado de China en su disputa por África está absolutamente ausente en sus análisis. Al punto tal que el artículo citado llega a afirmar que Rusia “ha intervenido en otros países (Yugoslavia, Georgia, Ucrania, Siria) pero no de la forma que lo han hecho los países imperialistas, que están motivados para apoderarse de los recursos naturales y la riqueza.”

¡Esta gente no ha entendido absolutamente nada en qué consiste el imperialismo! ¡No señores, en África no están en juego los recursos naturales, solamente, sino la proletarización de ingentes masas de población! ¡La posibilidad de instalar un nuevo salario chino a nivel global y superar así la crisis económica de arrastre que tiene el capitalismo!


  1. El reparto del mundo

El reparto del mundo al que Lenin hacía mención ha sido ya explicitado en el desarrollo precedente, y se enmarca en el acuerdo no solo entre Estados, sino fundamentalmente en la comunión de intereses económicos dado por los negocios de la oligarquía financiera.

Solo debemos remarcar que la disputa global que presenciamos hoy constituye justamente la lucha de nuevas facciones del capital monopolista que quieren imponerse en el mercado mundial, es decir, que pujan por un nuevo reparto del mundo.

Y esto no es algo que digamos nosotros así, sacado de la galera, sino la esencia de la reunión que mantuvo Putin con Xi Jinping: debilitar la hegemonía mundial de Estados Unidos, abriendo una “nueva era” en la distribución del poder global.


Conclusiones

De acuerdo a la definición de Lenin, tomada inclusive de manera esquemática, queda más que claro que en Rusia, tomado como país aislado, el capitalismo ha llegado hace rato a su fase imperialista.

1) Hemos demostrado los altísimos grados de concentración económica existentes en Rusia, con monopolios que “desempeñan un papel decisivo en la vida económica”. A su vez, el peso específico de las principales empresas rusas en el mercado mundial, lo mismo que la presencia de los principales capitales monopolistas globales;

2) La indiscutible existencia de una oligarquía financiera, algo ni siquiera tenido en cuenta por la izquierda reformista;

3) El importante papel global que cumple Rusia como exportador de mercancías, y de capitales, entendiendo el concepto de exportación de capitales de manera tradicional. Desmentimos el argumento falso y oportunista de que “Rusia no exporta, sino que fuga capitales”, y desarrollamos nuestra concepción respecto a cómo el concepto mismo de exportación de capitales debe ser, inclusive, puesto en tela de juicio, dado que con la trasnacionalización global del capital, éstos han perdido toda referencia nacional;

4) Demostramos con algunos ejemplos cómo los principales monopolios de origen ruso tienen inversiones en el extranjero, al tiempo que forman asociaciones con otros capitales trasnacionales, mientras que algunos de ellos inclusive poseen importantísima participación accionaria de fondos de inversión y empresas “no rusas”;

5) Mencionamos algunas de las principales funciones de Rusia en el reparto territorial del mundo, principalmente, en el control de las ex repúblicas soviéticas, y el reciente desembarco por el control de África de la mano del capital asentado en China, así como su asociación con la burguesía asentada en este último país.

Dicho esto, volvemos al principio de la cuestión. La caracterización de la guerra como una guerra interimperialista supera el análisis puntual que hagamos sobre Rusia.

Porque inclusive si estos puntos no se cumplieran, así, a pie juntillas como acabamos de demostrar, el carácter de la guerra sigue siendo imperialista, y no solo por parte de EEUU-OTAN, sino también de Rusia.

Cuando en 1914 el Imperio ruso entró a la guerra no cumplía con todos los puntos descritos por Lenin, así como caso aislado.

El capital monopolista que allí operaba estaba compuesto principalmente por la oligarquía terrateniente, heredera del régimen autocrático, y el capital francés. Rusia entra a la guerra como aliado de Francia, y no como potencia “imperialista independiente”.

Su imperialismo autóctono era arcaico, correspondiente a su configuración monárquica. Sin embargo, en ningún momento Lenin dijo que Rusia no fuera imperialista, o que se tratara de una guerra de un país imperialista (Alemania) contra un país “atrasado” gobernado por una “burocracia monárquica” por no decir “restauracionista”. Rusia entonces, además de ser opresor de pueblos, funcionaba como extensión del capital financiero de extracción principalmente francesa –en una época marcada por las burguesías financieras todavía arraigadas nacionalmente-.

Si se considerara inservible toda la explicación precedente que hemos dado de los cinco puntos marcados por Lenin y vulgarizados por la izquierda reformista, así y todo, la invasión a Ucrania seguiría calificando como una invasión imperialista, siendo Rusia el brazo armado de China en su puja por la hegemonía global.

Pero ni siquiera eso. Porque resulta que Lenin en sus cinco puntos no hablaba de países, sino de una fase del capitalismo. De todas maneras, resulta llamativo cómo la izquierda reformista, que gusta tanto de las comparaciones históricas, olvida este “detalle”.

Por eso al configurar la pregunta ¿Rusia es imperialista? Se suele generar una confusión, dado que hay quienes interpretan a Rusia en el sentido de nación opresora –como si fuera una cualidad nacional-  o bien quienes identifican a Rusia con un proyecto burgués independiente, aislado de la concurrencia internacional.

En Rusia el capitalismo se haya en su fase monopolista (es decir, imperialista) por lo tanto el Estado ruso está al servicio de una u otra facción de la oligarquía financiera, y por ende, como Estado nación, Rusia es imperialista: al igual que Ucrania, China, Estados Unidos, Argentina y la inmensa mayoría de los países del mundo, porque la famosa globalización es eso: el dominio del imperialismo en cada rincón del planeta.


Otras posiciones al respecto

El problema del imperialismo es crucial para poder formular una correcta caracterización de la guerra y, en función de ello, tomar una correcta posición que sirva de manera efectiva a la lucha de clases.

Cuando analizamos las posiciones de distintas organizaciones de la izquierda reformista en Argentina, encontramos una aparente diversidad: están quienes apoyan abiertamente a Ucrania (IS y PSTU), quienes “repudian” la invasión, pero aclaran que la responsabilidad es de la OTAN por haber provocado a Rusia (PO, PO (T)) y quienes a simple vista repudian tanto a la OTAN como a Rusia, con distintos grados de “confusión” (MST, PTS, NMAS, etc.). De todas estas posiciones hay, desde ya, otras organizaciones políticas no mencionadas que se paran por una u otra posición, pero, a decir verdad, ninguna ha desarrollado exhaustivamente sus posiciones, o al menos no hemos tenido acceso.

La posición de IS y el PSTU llama a apoyar a Ucrania en el plano militar. Lo hacen partiendo de la caracterización de que Rusia es un país imperialista que quiere someter a un país semicolonial (Ucrania), quien estaría dando una guerra de liberación. El caso del PSTU ya es abusivo, llegando a exigir que occidente envíe armamento al ejército ucraniano:

“Creemos que es totalmente correcto movilizarse para exigir de los gobiernos (en especial de los países imperialistas) que entreguen a la resistencia ucraniana las armas y todos los materiales necesarios (municiones, alimentación, medicamentos) de modo directo y sin ninguna condición.”

No hace falta decir que con este tipo de posiciones lo único que se consigue es brindar apoyo al bloque EEUU-OTAN, es decir, posicionarse del lado de una de las facciones del imperialismo.

Las posiciones de los dos PO (el “oficial” y la “tendencia”) juegan a denunciar la guerra, pero al no caracterizar a Rusia como imperialista, la terminan apoyando de manera más o menos abierta. Para el PO “(…) el imperialismo busca generar las condiciones para un recambio de régimen en Rusia”, o sea que Rusia efectivamente no es imperialista y todo responde a una iniciativa de la OTAN. En otro artículo esta posición se manifiesta de manera más abierta:

“Por más condenable que resulte la invasión a Ucrania por parte del Kremlin, el origen de la guerra actual es la colonización económica del este europeo por parte del imperialismo y la expansión de la OTAN en esa región, que ha ido cercando a Rusia desde mucho antes que Moscú desplegara sus tropas en la frontera (…) “No se trata, claro está, de apoyar la invasión rusa y la política de Putin. Al contrario, es evidente que es fundamental, y una posición de principios, condenarla y combatirla. Pero es necesario subrayar las responsabilidades del imperialismo yanqui y europeo en el actual conflicto en Ucrania. Pues es indudable que EEUU y la UE son los responsables fundamentales de la guerra.”

¡Pobres capitalistas rusos! ¡Ellos salieron a defender sus legítimos negocios en el territorio ex URSS! Esta posición del PO podría ser tranquilamente la posición del PC o cualquier facción del peronismo.

Enhorabuena que se blanqueen los tantos. La política pro rusa queda de manifiesto cuando salen a condenar las acciones económicas contra Rusia, literalmente defienden los intereses de la oligarquía financiera asentada en Rusia, usando distintas excusas infantiles como argumento, porque, a decir verdad, ni siquiera han expuesto de manera mínimamente sistemática porqué Rusia no sería imperialista, y en lugar de ello se tratase de una “burocracia restauracionista” ¡Vaya argumentos para evitar hablar de lucha de clases!

Por su parte, la posición del PTS evita caer en estos errores garrafales, pero al caracterizar la invasión rusa como no imperialista, busca subterfugios que terminan posicionándose a favor de esta última, al caracterizar a la guerra como un problema nacional: Rusia queriendo someter a Ucrania, y ésta luchando por su autodeterminación.

Además de todo lo dicho hasta el momento sobre el imperialismo en Rusia, que no volveremos a repetir, el problema de esta lectura es que toma el problema de la guerra desde un punto de vista aislado, parcial, sin ubicarla en el contexto internacional descrito anteriormente, donde los capitales dominantes en Rusia y en China utilizan estos Estados para disputarse la proletarización y apropiación de ingentes recursos, por ejemplo, en África; allí queda de manifiesto esta alianza, así como las disputas intermonopolistas que existen a escala planetaria, donde todavía hay en curso una guerra comercial iniciada en 2018, y donde existen más de 53 conflictos armados a nivel planetario que involucran directamente los intereses de estas facciones del capital por el control de los mercados.

Frente a todo ese contexto, eximir a Rusia de su carácter imperialista y por tanto plantear el problema ucraniano no como un campo de batalla más en el marco de la conflagración mundial, sino como un problema particular, aislado del resto – bien metafísico el planteo, por cierto- implica hacerle un enorme favor a Rusia en su invasión.

En general, toda la izquierda adopta un mecanismo de pensamiento burgués, reformista, que reedita el “defensismo” sostenido por los partidos socialistas de la II Internacional.

Terminan planteando así la existencia de un imperialismo únicamente occidental: el malo de la película es el imperialismo yanqui, el resto son capitales menores, burocracias restauracionistas, nacionalistas reaccionarios, autócratas oligarcas…

¡Y quien sabe cuántos adjetivos más para evitar hablar de oligarquía financiera, de imperialistas procedentes de otras facciones del capital monopolista! De ahí a adoptar posiciones como la del progresismo, de desear triunfos rusos para “contrarrestar el peso del imperialismo yanqui” hay solamente un paso.

Las conclusiones políticas de las posiciones adoptadas también siguen esa línea, porque al plantear el problema desde un punto de vista reformista, la pregunta para estas fuerzas pasa a ser qué hacer en el marco del pensamiento burgués: ¿tomar posición por Ucrania y exigir armas?

¿Justificar la invasión rusa para hacerle de contrapunto al “imperialismo yanqui”?

Es que al reconocer en Rusia un país donde el capitalismo no ha llegado ya a su fase imperialista, y al plantear que Ucrania es un “peón” del imperialismo, la cosa se embarra completamente.

Porque el problema del imperialismo, y por tanto del agresor, se limita a cuestiones político-burocráticas y no al desarrollo del capital monopolista en cada uno de esos países.

Vuelven así a la concepción del oportunismo chauvinista de la IIª Internacional, quien con Kaustky a la cabeza concebía el imperialismo como una política determinada de la burguesía, y no una fase en el desarrollo capitalista.

La guerra es interimperialista, no solo porque Rusia es imperialista, así como la OTAN-EEUU, sino porque también lo son los capitales que operan en Ucrania, y que se disputan entre integrarse a la UE o mantener sus negocios preferentemente con Rusia.

¡La guerra es imperialista porque todas las facciones en disputa responden a los intereses de distintas facciones del capital monopolista!

Y como esa disputa del capital monopolista se da en el mercado mundial, involucrando África, América, Asia y Europa, la respuesta frente a la guerra no pasa solamente por qué posición tomar en el territorio ucraniano, sino qué actitud debe tomar el proletariado internacional de cada uno de los países: porque la disputa imperialista es global.

Frente a esto pensamos que el verdadero internacionalismo proletario no consiste en enfrascarse en discusiones respecto a quién es el agresor y quién no; qué ejército es más reaccionario; o que facción del imperialismo es “menos mala”.

Pensamos que ello lleva a discusiones bizantinas, que terminan reduciendo el tema a cuestiones tan reformistas como si movilizar a la embajada de Ucrania, a la de Rusia, o a la de Estados Unidos.

No. Para nosotros la posición correcta es rechazar la guerra, de ambos bandos, denunciando que se trata de una disputa interimperialista.

Frente a ello no podemos llamar al proletariado ucraniano a hacer la revolución y constituir comités obreros y campesinos. Eso es ridículo, por varios motivos.

El primero porque no tiene en cuenta la situación actual del proletariado ucraniano, devastado por la guerra y con la mitad de la población emigrando.

Segundo, y más importante todavía, porque salir con consignas diciéndole al proletariado ucraniano lo que debe hacer, sin plantear tareas propias en nuestra coyuntura nacional frente a la guerra, constituye un acto extremo de soberbia.

¿Entonces qué hacemos?  ¿Qué posición asumir?

Para nosotros el verdadero internacionalismo proletario consiste en hacer lo que tengamos que hacer en nuestros territorios para aportar al desarrollo del proletariado ruso y ucraniano en este caso.

Y hoy lo que hay que hacer es intensificar la lucha de clases en cada uno de los países, explicarles a las y los obreros el carácter interimperialista de esta guerra, aprovechando para demostrar cómo el capitalismo en sus disputas destruye la vida humana; y que por esos motivos la lucha que damos desde cada puesto de trabajo adopta un carácter internacional, por muy pequeña que se vea, porque internacional es la disputa imperialista, e internacional es la producción de mercancías.

Lejos de ser una teoría abstracta, la lucha de clases internacional viene demostrando que éste es el camino.

A las ansias belicistas de la burguesía asentada en Rusia el proletariado le ha contestado, en la medida de sus posibilidades históricas actuales, con conflictividad interna.

La huelga en la fábrica de Gemont en Kazán y los miles de detenidos por movilizarse contra la guerra son un claro ejemplo de ello.

Pero la lucha de clases no aprieta solo al Estado ruso, también lo hace del otro lado del frente de batalla.

Acciones como las de los portuarios y aeroportuarios italianos que se negaron a despachar cargamento militar destinado a Ucrania, saliendo a denunciar aparte que dicho equipamiento iba disfrazado como ayuda humanitaria; acción similar han tomado los portuarios griegos; esto sumado a las manifestaciones en toda Europa en un grito contra la guerra que no acusa solo a Rusia, sino que rechaza también el envío de armas por parte de la OTAN.

A su vez estallan huelgas que reclaman mejores condiciones de vida y denuncian que para la guerra sí hay financiamiento, pero que para los salarios solo ajustes vía inflación.

Estamos hablando de huelgas como la de los transportistas en España o inclusive de este lado del Atlántico, en Perú, que terminó con una represión desenfrenada frente al estallido que se generó por la carestía de la vida, desnudando así el verdadero papel pro monopolista del gobierno “progresista” de Pedro Castillo.

La agudización de la lucha de clases en cada país como forma de enfrentar la guerra no es una posición testimonial, de escritorio, declamativa, sino la verdadera acepción de la consigna leninista: transformar la guerra imperialista en guerra de clases.

Ese es el verdadero internacionalismo proletario que debemos construir.

No a la guerra de Ucrania. Ni invasión rusa ni interferencia de la OTAN. A profundizar la lucha de clases desde cada puesto de trabajo, como única garantía de paz en el mundo: solo la guerra de clases traerá paz para los explotados.


 

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