Si bien es cierto que el presidente Alberto Fernández sufre la “soledad del poder” y todo el mundo se lo hace saber, sentir y pesar, no es menos cierto que es una parte visible de la crisis política de la burguesía.
Hubo tres reemplazos en ministerios, quisieron crear expectativa como lo hacen una y otra vez, y de vuelta “la burra al trigo”. Poco importa al abajo de los enjuagues por arriba. Se sabe que solo se trata de aguantar lo suficiente en un cargo para facilitar el ya enmarañado juego de los grandes negociados.
Tres ministras “nuevas”, tres políticas viejas, por llamarlas de alguna forma. Un solo objetivo fundamental: achatar el salario.
Pero la calle está picante y se hace sentir, aunque no siempre ese murmullo se transforme en lucha y movilización. Hay paros, huelgas, reclamos y la curva tiende al crecimiento. El mal humor en la vida cotidiana acompaña fuertemente esa tendencia. El dolor de lo que se vive y que lo rodea todo, no cede, por el contrario, se incrementa.
Estos señores nos vienen con cambios de ministros cuya “representatividad” es nula. Es cierto, es potestad del presidente elegirlos y Fernández hace gala de ello. Pero nosotros hablamos de otro tipo de representatividad y entre esos “señores” y la gran masa de explotados y oprimidos, la sentimos muy diferente.
Viene un año electoral y nos lo hacen sentir. Los negocios para unos pocos monopolios marchan viento en popa, pero a la vez les preocupa la “estabilidad” política.
Llegan a un acuerdo clasista: la defensa a ultranza de la democracia burguesa como principal sostén del sistema capitalista. Hasta las voces más “de barricada” no sacan los pies del plato. La democracia “representativa” -con sobresaltos- les da de comer.
Pero los vientos vienen cambiando con otra calidad y el verdadero poder lo intuye.
Aparecen con más claridad las clases en pugna y entonces trastabilla el engaño como herramienta de dominación. Aparecen los baches y lo huecos en la democracia burguesa que produce la lucha de clases y se van cubriendo con experiencias verdaderamente de otro contenido democrático.
Pesa la institucionalización burguesa en todos los terrenos, pero la misma no da muestras de revitalizarse y en cierta medida lo nuevo, lo que está emergiendo como democracia directa se encuentra en situación embrionaria. Si bien es cierto que crece su práctica en importantes manifestaciones de enfrentamiento, aún el peso consciente de lo que se está haciendo es débil.
¿Qué es el aspecto consciente de ésta práctica de democracia directa?
Que al caminar esta experiencia con nuevas metodologías democráticas que de hecho se llevan a cabo, se debe acumular en la idea que en esta sociedad las dos democracias en pugna son antagónicas, aunque las mismas aparezcan difusas.
La democracia directa es la democracia obrera y parte de la idea de la NO conciliación de clases. En tanto, la democracia burguesa enarbola la idea de la conciliación de clases y en ello se ha llevado puesto al “revolucionarismo” parlamentario que -de una u otra manera- está dispuesto a negociar la “paz social” (como en el conflicto del neumático) para garantizar la productividad y el disciplinamiento a la clase obrera y el pueblo. Y todo por un puñado de pesos devaluados.
Esta democracia obrera hay que militarla, hacerla consciente, darle un carácter institucional nacido desde abajo. Organizarla para que cada lucha tenga un norte de acumulación. Y es allí en donde las y los revolucionarios debemos preocuparnos por elevar el grado de conciencia del para qué sirve la democracia directa que realicemos en hoy, y asimilar que esa acumulación tenga el norte de construir una sociedad socialista que potencia la fuerza de todo un pueblo generador de la actual riqueza que unos pocos se la apropian.
En ese batallar la crisis política de la burguesía seguirá acentuándose. Seguirán cambiando figuritas en el gabinete presente y en el futuro. Y de este lado de la barricada seguir tomando conciencia que no hay conciliación posible entre capital y trabajo.