Es necesario afirmar, en primer lugar, que la lucha de clases, como hecho objetivo que transcurre en la base material del sistema, establece (de acuerdo a los niveles de enfrentamiento que alcance en cada momento) hasta dónde y cómo la clase burguesa puede o no avanzar en sus planes de explotación y sometimiento.
Queremos decir que si algunas limitaciones pueden encontrar las fuerzas del capital es porque la lucha de clases así lo determina, y no porque tal o cual gobierno “desde arriba” así lo disponga.
Esto viene a cuento porque uno de los caballitos de batalla del populismo y el reformismo es el de engañar a las masas con el discurso de que es posible limitar la voracidad del capital si existe “voluntad política” del gobierno de turno.
Por ejemplo, así lo expresó el dirigente peronista Máximo Kirchner hace unas semanas, al afirmar: “las cerealeras pusieron de rodillas al Estado”, refiriéndose a que se le otorgó a ese sector un dólar diferenciado (el llamado “dólar soja”) para que así se dispusieran a liquidar las exportaciones de ese grano retenidas.
Cuando Kirchner realiza tal afirmación elude decir, en primer lugar, en manos de quién se encuentra el Estado; lo ubica al mismo en una especie de limbo, en una entidad abstracta que no tuviera vida, cuerpo, normas y leyes, dinámica de funcionamiento que garantiza la dominación de una clase poseedora sobre las clases desposeídas.
En definitiva, presenta al Estado como un “bien” en disputa cuando en realidad tal disputa se da, precisamente, entre facciones del capital, incluso de las que el propio mencionado dirigente responde.
De esa manera, se alimenta la ilusión de que un gobierno que defienda los intereses nacionales y populares (como tanto les gusta cacarear a esos sectores) estaría en condiciones de disputar el Estado.
Haciendo la salvedad que al hablar de la medida aludida se está refiriendo al gobierno que él mismo integra, decir que se puso de rodillas al Estado por parte de quienes lo detentan es como denunciar al soldado que en la guerra dispara su arma para matar a su contrincante; las cerealeras utilizaron SU Estado para lograr un beneficio y, en todo caso, a quien pusieron de rodillas fue a las demás facciones del capital que procuran ese u otros beneficios y no lo consiguen.
Se oculta así lo que decíamos al principio: si algún límite puede encontrar la burguesía monopolista es por la virulencia de la lucha de clases.
La frase de Kirchner viene a alimentar la mentira y la ficción que ellos mismos inventaron desde su surgimiento como facción política del capital monopolista, con el expreso objetivo de confundir a las masas; la derrota de los planes implementados por la burguesía monopolista en la década del 90 (así como sucedió en otras etapas de nuestra historia) fue gracias a la lucha de masas llevada a cabo en esos años, coronada por la rebelión popular de 2001 que condicionó y determinó que la clase dominante debiera corregir el rumbo del barco del sistema adoptando políticas que dieran respuestas a ese movimiento de masas en alza.
Ese escenario de condicionamiento obligó al gobierno de su padre, como parte de esa clase dominante exigida a reencauzar su dominación, a adoptar las políticas que significaron conquistas de las masas y no obsequio de ningún burgués por más traje progresista que se calce.
El populismo alienta esta concepción para, en su objetivo de sostener el sistema capitalista, llevar a las masas por el camino del sueño irrealizable, de la quimera de pretender domar a las fuerzas del capital desde las “buenas intenciones”, de postularse como los menos malos que le piden al pueblo que crea en ellos como sus representantes más generosos.
En definitiva, convencer a las masas que no es posible cambio de fondo ninguno y que, si algún cambio hubiera, será por la acción de esos tan nobles representantes del capital y no por la lucha abierta de las masas explotadas y oprimidas.