Ayer se cumplieron 105 años de la Gran Revolución Soviética.
Fue esa la primera revolución proletaria, socialista, dirigida por un partido comunista. Ella puso en vilo a toda la burguesía imperialista que, por esos años, desarrollaba una guerra de rapiña entre los capitales más concentrados.
Tan pronto como el proletariado en alianza, de hecho, con el campesinado y los sectores más pobres, tomó el poder, los cañones del imperialismo apuntaron a la Unión Soviética con invasiones encubiertas o francas contra su territorio. El fin era derrotar al mayor enemigo.
El proletariado en el poder, era mucho más peligroso que los capitales de distintas “nacionalidades” que se enfrentaban entre sí, pues se erigía como ejemplo para la clase obrera mundial haciendo peligrar la continuidad del sistema.
El partido Comunista de la Unión Soviética no tenía referentes en los que proyectar sus conductas y acciones políticas en la necesaria lucha de clases contra el poder burgués más que en el acervo histórico de la Comuna de París. Nadie se preguntaba en esa época, cuál es el país que sirve de modelo para realizar los objetivos proletarios –cantinela burguesa y pequeñoburguesa que se utiliza hoy para denostar el proyecto revolucionario y justificar el sostenimiento del capitalismo en Argentina- negando la particularidad de la forma que cada proceso revolucionario socialista adopta en los diversos países y con la artera intención de comparar a dicho proyecto revolucionario proletario con los falsos socialismos que desparraman capitalismo por todo el mundo.
En soledad y en lucha permanente contra la burguesía, el proletariado soviético dirigido por su partido, supo llevar adelante, no sin contradicciones, avances y retrocesos, el desarrollo de los resortes fundamentales para poder iniciar el proceso de enriquecimiento y socialización de una sociedad distribuida en un enorme territorio, profundamente empobrecida por el zarismo y el poder burgués asociado al mismo al que se sumó la guerra devastadora inter imperialista a la que fue llevada por la codicia capitalista.
La electrificación de todo el país más la construcción de vías de comunicación, fundamentalmente el ferrocarril, no sólo impulsaron el comienzo del desarrollo de la gran fuerza productiva social, sino que sentaron las bases del acercamiento y vinculación de poblaciones dispersas y aisladas, facilitando el inicio de la centralización económica y social que favorecería también a la educación del pueblo y el enriquecimiento de sus culturas diversas.
Los soviets, con su particular organización, siguieron los principios de la democracia revolucionaria que los obreros habían puesto en práctica en la Comuna de París, dándole forma a un nuevo Estado que representaba, por primera vez en la historia de los Estados, los intereses de quienes producen y no de quienes viven de la explotación del trabajo ajeno.
La muerte de Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), ocurrida en 1924 más el enorme tributo en vidas de los más claros y consecuentes dirigentes marxistas sumado a la influencia, en el propio partido Comunista, de la ideología burguesa campesina enquistada en cuadros dirigentes como Stalin, hizo que, años más tarde, el proceso revolucionario socialista degenerara hacia el capitalismo de Estado entregando a la burguesía nuevamente los medios de producción y el poder político e ideológico sobre la sociedad.
Los países que componían la Unión Soviética y los que constituyeron los llamados “países del este”, identificados todos como el centro mundial del denominado Campo Socialista, franquearon su identidad burguesa imperialista a partir de la separación de la mencionada unión y del bloque liderado por Rusia.
En la actualidad (por estas últimas décadas) se han enfrentado en guerras devastadoras para la clase obrera y los pueblos debido a las disputas inter burguesas por el dominio de territorios, fuentes de materias primas, mercados y geo política, características del modo de producción capitalista, siendo hoy la más resonante la guerra entre Rusia y Ucrania.
Sin embargo, a pesar de esta dura realidad, la experiencia revolucionaria socialista demostró que el proletariado puede alcanzar el poder en unidad con las masas populares oprimidas; que es posible construir, sobre la base de las ruinas del Estado capitalista, un nuevo Estado socialista que represente los intereses de los productores y no de los parásitos que viven del trabajo ajeno; que la socialización de los medios de producción libera el desarrollo de la fuerza productiva social; que la producción y distribución de la misma en forma planificada no sólo es posible sino que también constituye el único medio para resolver los problemas de atención a la satisfacción de las necesidades y el desarrollo futuro de la sociedad.
Al socialismo le interesa el desarrollo colectivo cultural pues depende de la iniciativa, la inteligencia y la pericia colectivas más altamente alcanzada ya que el producto social está destinado a consumo social e individual para el crecimiento, a la previsión y al desarrollo humanos.
Por el contrario, el producto social ajeno del que vive la burguesía capitalista está destinado el enriquecimiento individual de los dueños del capital lo que lleva a la desigualdad, el empobrecimiento y el embrutecimiento masivo que crece geométricamente frente a la riqueza cada vez más concentrada en menor cantidad de manos.
Además, mientras existió como tal, el socialismo demostró que es la única sociedad que, habiendo surgido de la lucha irreconciliable de las clases antagónicas, es capaz de promover y sostener la paz mundial ya que no compite, por los motivos que lo hace el capitalismo, pues funda su riqueza y desarrollo en el trabajo colectivo y el cuidado y protección de sus recursos naturales y no en la explotación de los recursos humanos y naturales ajenos que impulsan al capitalismo imperialista a la conquista.
A esto se deben todas las guerras -con bombas atómicas incluidas- que se han desarrollado durante la vigencia de este modo de producción decadente y maloliente indicando, además, que las mismas continuarán mientras exista por ser parte inherente de la naturaleza capitalista basada en la competencia y la voracidad burguesas.
La burguesía engaña y confunde intencionalmente señalando como “socialistas” o “comunistas” a gobiernos, Estados capitalistas y partidos políticos populistas, reformistas y oportunistas que usan el mote de izquierda, que no aplican los dictados urgentes de la máxima ganancia.
Todo grupo burgués que se opone a otro grupo burgués en su ambición por mayor tajada califica a su oponente de la manera que cree que lo va a desprestigiar más. En sus adjetivaciones no dudan en calificarlos también como autoritarios para oponerlos a su falsa “democracia” burguesa.
Pero en medio de lo que hoy se vive en este mundo capitalista en crisis estructural, comienza a resurgir con creciente actividad protagónica en la lucha de clases mundial el proletariado industrial.
Las usinas burguesas ya están tratando de curarse en salud ante el nuevo fenómeno y relanzan sus mentiras y confusiones. El proletariado revolucionario por su parte, deberá enfrentarlas como parte de la lucha de clases contra el enemigo de la humanidad, levantando firme las banderas que nos legaran los revolucionarios del mundo y la gran experiencia proletaria de la Unión Soviética.