El señor Massa, anunció en agosto un aumento jubilatorio de 15.53% más un bono de 7.000 pesos que se pagara en tres veces.
Las y los jubilados que cobran la mínima pasan de $37.525 a $43.352 y con el bono llegarán a $50.352. «Con estas medidas, -nos dice el ministro– la jubilación mínima aumentará un 73,3% en lo que va del 2022, creciendo un 7,9% por arriba de la inflación».
El irrisorio bono de 7.000 pesos será por tres meses. En diciembre sobre la base de la quimérica Ley de Movilidad impulsada por el kirchnerismo habrá otra migaja porcentual que -valga la redundancia- lejos de mitigar, profundizará las peripecias de las y los jubilados por la inflación galopante que demuele todo.
Teniendo en cuenta los datos del INDEC, en nuestro país un adulto es pobre cuando percibe menos de 41.500 pesos y es indigente cuando llegan a 18.000 pesos sus haberes.
Para no ser indigente una familia de cuatro miembros debe tener ingresos por 56.732 pesos.
Para no ser pobre esa misma familia debe superar los 130.000 pesos.
O sea, la amplia mayoría en nuestro país es pobre e indigente.
Con estos datos podemos deducir que una jubilada o jubilado que cobra la mínima por arriba de los 41.500 no es indigente, es pobre. Pero, si a ello se suma la jubilación de su pareja estarían en condiciones de hacer grandes inversiones en la bolsa. Si uno de ellos o entre ambos cobran por arriba de los 130.000 ya serían millonarios.
Los mismo pasaría en una familia trabajadora. Si cobran por arriba de 130.000 pesos -vale decir el salario básico de una empresa monopolista- esa familia destila riquezas por los cuatro costados. ¡¡Está bien!! diría un burócrata sindical o del gobierno, que son tanto o más hipócritas que los ministros que anuncian estas “buenas noticias”.
Decir que con 50.352 pesos se le gana a la inflación es un cliché que por absurdo ya nadie lo toma con seriedad. No es verdad y nadie les cree porque los hechos son incontrastables. Pero, decir que con esa cifra una jubilada o jubilado, o pensionado ya no es pobre y lo mismo para los trabajadores, es verdaderamente ofensivo y siniestro al mismo tiempo.
¿Habría que preguntarles como no ser indigentes con 50.000 pesos por mes para vivir, comer, y pagar impuestos? ¿O cómo no serlo con 130.000 aunque la cifra aparezca ampulosa?
Con esto no queremos decir que dibujen los números de otra forma (aunque no tenemos dudas que son capaces de hacerlo) sino, que por más números que dibujen es imposible ocultar el ajuste.
Con migajas, con hipocresía y careteadas se descarga el ajuste de forma virulenta. ¿O acaso una familia de cuatro personas con 130.000 pesos satisface las necesidades alimentarias?
Con cifras y porcentajes, con volteretas numéricas entrelazadas con sesudos análisis que apelan a normativas y a leyes (como la funesta movilidad jubilatoria), aun con anuncios de aumentos y con paliativos como un bono cada tanto, el ajuste es implacable feroz y virulento. Con migajas intentan disimularlo mientras se descarga sin ningún tapujo sobre jubiladas/os y pensionados/as.
Los silencios orquestados, las campañas electorales con sus secuelas de engaños y las críticas mordaces entre los componentes políticos de la alianza de gobierno (poniéndose desde fuera de toda esta politica funesta que ellos mismos llevan adelante) no logran disimular nada.
Sería una ilusión pretender hacernos creer que a medida que aumenta la pobreza estamos cada vez mejor. Ello sólo lo pueden intentar hacer la hipocresía de un gobierno al servicio del capital monopolista que con sus intentos de engaños no deja de conspirar para garantizar los intereses de su clase, el capital monopolista.
Por ello, en este mar de intentos propagandísticos e ideológicos por lavarse las culpas por tanta hipocresía, “no confiar en ellos ni un tantito así” como decía el Che, es una premisa para enfrentar todo el parasitismo y toda la opresión económica a la que nos somete el capital y sus representantes. Un proyecto revolucionario hacia la toma del poder en manos de la clase obrera y el pueblo es el único medio con el que contamos para romper este círculo vicioso que nos confina a estas condiciones de vida.