Aquella idea que expresaba la tira de Mafalda en los años 70 no ocurrió.
Y a casi 50 años, el mundo “no se paró”.
La vida nos demostró que las miserias del sistema capitalista en la época del “enojo” de Mafalda se profundizaron. El sistema capitalista dañó más de lo que había dañado hasta ese entonces. Pero por lo visto, las nuevas generaciones ya están “convencidas” (a diferencia de Mafalda) que el mundo no se puede parar. Y entonces, hoy se piensa que hay que “apechugar” para sobrevivir dentro de él.
No se puede parar el mundo como tampoco puede pararse la historia.
Y si algo está demostrado es que el capitalismo no tiene la fuerza de “parar” la historia, pero sí de frenarla.
Si hablamos de historia hablamos de la sociedad humana, de la lucha de clases en su desarrollo histórico. Y si algo no encaja en la sociedad humana es porque algo nuevo se necesita para destrabar el freno que nos impone un sistema caduco. Así han transcurrido miles de años con diversos sistemas y así será el recorrido histórico con nuevas calidades.
Pero ese freno existe y no cederá en su poder de fuego si a él no se le impone una fuerza contraria, una fuerza que exprese la necesidad actual de expandir el potencial de la humanidad que ha llegado a límites insospechados, que pide a gritos cambios pero que se ve encorsetada por el mercado y la ganancia para unos pocos.
Los revolucionarios no aspiramos a “parar” el mundo, aspiramos a transformarlo y para ello necesitamos destronar el poder burgués con la fuerza de la clase obrera y de todo el pueblo.
No es suficiente contar con la crisis de un sistema para que por sí mismo caiga y se liberen las fuerzas para el desarrollo de las sociedades. Hace falta hacerlos caer, darles la estocada final y para ello se requieren ingentes fuerzas de clase.
En la época actual por momentos “darían ganas de parar el mundo por un instante” para arrojar al vacío la inmundicia de un sistema maloliente.
No es posible pararlo, pero sí es posible sacar la escoria del medio. Es solo pensar que estos “señores” que nos gobiernan, que tienen el poder del Estado sólo sirven de freno para las grandes mayorías. Y somos esas grandes mayorías las encargadas de desalojarlos.
No queremos parar el mundo ni la historia como piensan los de arriba sin excepción. No queremos mejorar el sistema para que siga andando andrajoso, tenemos que luchar como lo hizo la humanidad a lo largo de su existencia para sacar del medio los tapones que impiden un nuevo futuro.
De allí en más solo una revolución de carácter socialista facilitará ese futuro prometedor.
La clase obrera, la clase productora, la capacitada para generar la riqueza, de hecho, no quiere parar el mundo, no quiere frenar la historia y por ello mismo es revolucionaria. Intuye su potencial, aunque esa conciencia revolucionaria esté en pañales.
Pero hay un problema: la clase burguesa está frenando todo y quienes están llamados a cambiar la historia. Fundamentalmente la clase obrera industrial aún no ha tomado un masivo contacto con las ideas de cambio.
A la misma clase productora la burguesía la educa para decirle que ella como clase “no existe” y esa batalla hay que darla también en el plano ideológico.
Uno de los problemas es que el partido de clase obrera -como el nuestro- y otros destacamentos aún somos una fuerza embrionaria, fuerza que ha comenzado a hacer pie en la clase, pero no sin un trabajo intenso y profundo para elevar la conciencia revolucionaria.
La burguesía quiso parar la historia y no pudo, pero si la frenó en lo fundamental: debilitó la idea de la revolución socialista entre el proletariado, alentó el reformismo que abrazaron las fuerzas parlamentarias de la izquierda, desprestigiaron y castigaron por “izquierda” a las fuerzas revolucionarias y a pesar de todo ello, de nuevo se comienza a hilar más fino entre lo más avanzado de la clase, sobre la necesidad de una revolución que posibilite destrabar la historia de decadencia impuesta por el sistema capitalista.
Para ello necesitamos más partido, que las tareas revolucionarias se desplieguen cada vez con más vigor desde el convencimiento de que el sistema capitalista en manos de la actual clase dominante nos ha llevado al caos desde hace décadas y décadas.
Acumular fuerzas reales, organizadas en esos planos políticos no es fácil, si lo sabremos. Pero no hay otro camino para sacarles el pie del freno que impone a la historia de la humanidad esa clase parasitaria.
Mafalda tenía la ilusión de parar el mundo y bajarse de él por cúmulos de problemas universales. Hemos entendido el espíritu de esa frase que compartimos, pero hoy “las Mafaldas” deben prepararse para cambiar revolucionariamente el actual estado de las cosas.
Y hemos asimilado que en la lucha por mejorar el hoy hay que levantar la mirada para hacer confluir esa lucha con una lucha política por el poder.