Por estos días y a propósito de la “cumbre” de varios presidentes en nuestro país, vuelven a circular discursos sobre la necesidad de profundizar los procesos denominados “progresistas”, ensayando argumentos que tratan de explicar los alcances y los “límites” de dichos procesos.
En primer lugar, debemos decir que los límites son los propios que impone el sistema capitalista, al que ninguno de estos gobiernos atacó ni se propuso atacar en sus bases de dominación.
Muchas veces son “sinceros” cuando mencionan que ellos nunca se propusieron terminar con el capitalismo. Pero no ahorran confusión y diversionismo porque les encanta hacer “críticas” varias. Y ahí es donde dicen que ellos son los paladines de la “redistribución” de la riqueza y con esto “transfieren” recursos a los sectores populares.
Viene bien desde la óptica marxista ver hasta dónde son capaces de llegar los voceros del reformismo y el populismo.
La tan mentada redistribución de la riqueza no fue ni es tal. Si se analizan los números de todos estos años, comprobaremos que los monopolios y la clase burguesa en su conjunto no vieron afectadas sus ganancias en ningún momento. Por el contrario: los capitales se la “llevaron en pala” como hasta la propia vicepresidenta admitió hace un tiempo.
Las ganancias capitalistas no dejaron de aumentar y, más allá de las bravuconadas, los capitales vieron garantizadas su producción y reproducción simplemente porque las medidas que se tomaron y se toman no apuntan a tocar los intereses de la burguesía monopolista.
Justamente, la política de incentivar el consumo interno siempre trae aparejada formidables ganancias a los monopolios. Porque son ellos los que desempeñan un papel decisivo en la vida económica en la actual etapa del capitalismo monopolista de Estado.
Toda la riqueza proviene del trabajo asalariado y entonces fue el producto del trabajo de millones de obreros los que se “derramó” a los demás sectores populares y no de las ganancias que se le hayan tocado a la burguesía.
Estos gobiernos burgueses saludaron y saludan “con sombrero ajeno” todo el tiempo, dándose lustre de “repartir” la riqueza. Pero en la repartija ellos no pusieron ni ponen un centavo.
En nuestro país, por ejemplo, el uso indiscriminado de los fondos de la ANSES (que son de las y los trabajadores activos y pasivos) o lo recaudado por el impuesto al salario (mal denominado impuesto a las ganancias) fueron y son parte de esos recursos que dicen “redistribuir”. Y esto lo hacen tanto gobiernos “progresistas” como “neoliberales”.
Y ahí otra trampa: su concepción de clase los lleva a pensar que mientras el pueblo tenga para consumir estará feliz. Una concepción retrógrada y reaccionaria en todas sus líneas, propia del carácter de clase de la burguesía y de su profundo desprecio y subestimación al pueblo oprimido.
Por eso no puede sorprender que –por más que pinten de rojo sus discursos- para reformistas y populistas siempre hay que dejar la revolución para “un mejor momento”.
Si hay algo que NO buscan es la revolución y un cambio del sistema.
Las relaciones sociales están determinadas por las relaciones de producción. Por lo tanto, si las relaciones de producción son capitalistas, las relaciones sociales serán del mismo cuño.
No se trata de más o menos “voluntad”, de una decisión individual, sino del individuo como parte de un todo que depende y actúa en un proceso histórico determinado del desarrollo social.
A la producción capitalista le corresponde el consumo capitalista, y viceversa.
Por lo tanto, todos esos discursos trasnochados que navegan desde “mejorar o humanizar” el capitalismo hasta “esforzarse para distribuir mejor” son verdaderos falseadores de la ideología proletaria. Y contrabandistas de las ideas burguesas en la clase obrera y el pueblo oprimido.