Crónica de un apagón anunciado

Un chacarero incendia pastizales ¿para plantar soja? ¿trigo transgénico? ¿ganar terreno para la cría de ganado? No importa, el tipo quema pasto ¿Qué puede salir mal?

El fueguito agarra las líneas de alta tensión, esas que parecen robots de pecho amplio. 500 KW dicen que transportan. Para colmo, el incendio se da en el tramo Campana-General Rodríguez. También, como para que nadie se entere del incendio. No, seguro que las autoridades municipales y provinciales no tenían ni idea. Es que el humo de los incendios solo existe cuando llega a la Ciudad de Buenos Aires.

Bueno, sí, ayer por la mañana había humo. Dejemos el humo de lado entonces.

La fogata del chacarero agarra unos cables. Los cables cortan la distribución del Sistema Interconectado Nacional. La red se sobrecarga, y por seguridad, la central atómica Atucha I sale de servicio, no vaya a ser cosa que volemos por el aire. Que, por cierto, tampoco le anda lejos, porque su ciclo de vida ya está cumplido. Pero se esfuerza por estirarla, tan patriota ella.

Si te la cuentan, no la crees. Pero como vos también te quedaste sin luz, no te queda otra que asimilarla.

Meses atrás, un gobierno nacional, de la mano de muchos provinciales, aprueban la ley que autoriza la comercialización de trigo transgénico HB4, que soporta el uso de un glifosato para trigo, desarrollado por la empresa Bioceres, que nos va a dar un cáncer que ni te cuento.

En el cajón de un despacho se archivaba la ley de humedales, que justamente venía a impedir que el chacarero nos llene de humo la ropa, de sequía los ríos, y de partículas los pulmones. Amén del calentamiento global y el cuidado del medioambiente, esos ya ni cuentan a esta altura. Para qué queremos una ley de humedales, si pasto sobra, y el humo es el mismo que cuando te haces un asado. Gente pesada por favor.

Necesitamos más tierra disponible, y pastos más verdes, para poder exportar más carne, harina, soja, aceite y esas cosas, para poder tener más dólares, para poder otorgar más subsidios a los “productores” y pagar más deuda externa, que a su vez nos va a permitir obtener créditos para sí, después de todo y tanto esfuerzo, endeudarnos de nuevo.

Y el chacarero estaba entusiasmado, el hombre. Claro, si el gobierno el año pasado le había dado un precio preferencial para la venta de soja, y el precio de la carne acababa de aumentar un 30% en el mercado de Liniers ¡A ver, haceme un rinconcito de campo entre tanta maleza!

Pero, cual serie de Netflix, los primeros capítulos son más lentos, y hacia el final de la temporada empieza el vértigo.

Ya de arranque, una ola de calor le daba la bienvenida al inicio del ciclo lectivo. Un aire caliente que parecía el aliento del diablo.

Y si arrancan las clases, arrancan las sesiones del Congreso. Ahí se fue el honorable Presidente de la Nación, con su pleno porte de profesor universitario. Tan mala suerte tiene el pobre, que entre su exuberante y pálida narrativa, no solo habló de los medios, los tiempos difíciles, la herencia de los herederos, los guiños a los amigos, y a los enemigos por las dudas; es decir, no solo evocó el único y reciclado discurso que todos los presidentes (incluido el singular femenino) dan todos los años, sino que se dio hasta el lujo de zambullirse una vez más, en lo que todavía no sabíamos, el peor de los ridículos. Hasta pareciera que le hace competencia a Macri y De la Rúa para ver quien se manda la peor cagada.

El honorabilísimo habló también de la energía, sentenciando en una bella frase de escritorio “La Argentina es la energía que necesita el mundo”. Lo dijo luego de repasar los “logros” de su gestión en tal materia: “YPF saneó su deuda y se encuentra realizando inversiones que expanden sus negocios” ¡Cuidado Presidente, que no se le expandan mucho a ver si agarra los cables de Transener!

Tan preocupado por los records de producción que le terminó saltando la térmica.

Solo tres horas después, 12 provincias perdían el suministro eléctrico; más de 20 millones de personas se quedaron sin él; debajo de la tierra, los subtes dejaron de funcionar, los trenes corrieron la misma suerte; los semáforos también cesaron su parpadeo y el tráfico se convirtió en una batalla automovilística; no solo dejó de llegar la luz a las casas, sino también el agua. Hospitales, escuelas, geriátricos se quedaron sin luz. Como siempre, pero esta vez, al unísono.

Pero el héroe de nuestra historia, don Alberto Fernández, tan sagaz como el patrón que ordenó hacer un fuego debajo de los cables de alta tensión, todavía debía coronar su victoria. Porque siempre hay que superarse.

A las 17:34 hs., exactamente una hora desde que se cortó la electricidad en medio país, agarrado al Twitter dio lo mejor de sí, y publicó “Hoy vivimos sustancialmente mejor que hace tres años”.

En los vagones abarrotados de personas esperando que se restaure el servicio para volver a casa; en las maratónicas filas para subir al colectivo; en la gota de sudor que se escurría por la sien de los millares de hombres y mujeres apelotonados en el transporte público; en el regreso a casa tres, cuatro y hasta cinco horas más tarde de lo habitual; en las billeteras transpiradas, llenas de billetes pero vacías de salario, sin lugar a dudas se veían reflejadas las palabras del Presidente: hoy, ellos, quienes detentan el poder del gobierno y de los negocios, viven sustancialmente mejor que hace tres años.

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