Ya se leen miles de comentarios «sobre la crisis de la seguridad en la provincia» en Santa Fe, porque ahora apareció asociada a un nombre famoso mundialmente (Messi).
Algunas dan risa por su tonito profesoral: «las distintas fuerzas políticas han fracasado en el correcto abordaje del problema» (aunque es sabido que cosechan aplausos justamente por ignorar o esquivar lo esencial y hablar de un modo tan -políticamente-correcto).
Se evita hablar de lo que importa, o de lo que planteamos que debería importar.
Dos cuestiones a analizar, sin las cuales cualquier acusación u opinión sobre nombres propios, cargos o jerarquías (policiales, judiciales o políticas, ahogadas en el mar de comentarios que el problema suscita) pierde todo sentido y contribuye a la confusión más loca o a la perplejidad más absoluta. Ningún planteo que termine en nombres propios se interesa por conocer la estructura del problema.
En primer lugar, el del propio fenómeno del tráfico de drogas. Afirmamos que NO es un negocio de «narcos»: éstos son los que recogen las migas -el menudeo-, que pueden parecer millonarias, pero ni punto de comparación tienen con la exportación y el lavado de millones de dólares.
Además de ganancias (en millones de pesos) tienen el pequeño problema de soportar la cárcel o las balas que se cruzan por las disputas intestinas: ahí están los muertos diarios para demostrarlo (ninguno es un burgués millonario: siempre son marginales más o menos encumbrados, “soldaditos” o vendedores que quisieron quedarse con un vuelto, y ahora cada vez más quienes sin tener nada que ver se cruzan en el camino de las balas). Un verdadero ejército de lúmpenes dispuestos a todo y con un arsenal de armas fabulosas, que abre «fuentes de trabajo» para mayor criminalidad.
Mientras, Rosario recibe y exporta TONELADAS de cocaína por sus 27 terminales portuarias (Complejo portuario que va de Timbúes a San Nicolás). El inmenso negocio se lava en la bolsa de comercio: no son «los monos».
Cualquiera puede mirar afuera para darse cuenta: pueden matar o encarcelar a decenas de Rodriguez Orejuela, Arellano Félix, Escobar, Chapo, Alvarado, Cantero, etc., etc, pero el tráfico no se detiene. TODOS los «jefes» de Rosario están presos (lo que nos pone a la espera de innumerables homicidios entre bandas aspirantes al manejo local). Y en la región, el mega-negocio del narcotráfico abastece hasta los presupuestos de defensa y seguridad, le da una impresionante capacidad prestable a los bancos y financia al fútbol, a los hoteles y casinos y a la política en general. El negocio está en manos de quienes jamás van a ser investigados. Lo otro sirve para series de Nexflit.
En segundo lugar, necesita estudiarse el papel del Estado (pero ¿Quién quiere escucharlo?: estamos en una puja de identidades vacías, de identificaciones con una política “neoliberal” o una “nacional y popular” que, en esencia, no se distinguen más que en discursos para tranquilizar y dar respuesta a cada manera de identificarse, y que se alternan en el gobierno sin tocar JAMÁS los intereses de corporaciones y monopolios).
La presencia omnímoda se ve en las partes involucradas: policías, fiscales, jueces y periodistas (las empresas mediáticas reciben millonarias pautas… del Estado. Sin importar la ocasional mano macrista o albertista), todos los sectores involucrados y recibiendo «el derrame» -después de todo, no corren riesgos y ganan muy bien.
El ESTADO no es, en modo alguno , un poder impuesto desde fuera de la sociedad, ni es tampoco «la realidad de la idea moral» o «la imagen y la realidad de la razón «. El Estado es un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo, es la confesión de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una contradicción insoluble, dividida en antagonismo irreconciliables.
Para que estos antagonismos , estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril, para eso hizo se necesario un poder situado; aparentemente; por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, mantenerlo dentro de los límites del «orden».
Y este poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella, es el Estado, organizado y ordenado según los intereses de la clase social en el poder. ESTE ESTADO es el que avala el desempleo, la explotación de los trabajadores, los salarios de hambre y miseria (un trabajador contaba que se ocupa de recaudar las ventas semanales de cada «kiosco» en una zona de Santa Fé, lo que le da un sueldo más significativo que el que le paga la empresa en donde trabaja), la falta de presupuesto para educación y salud, la falta de acceso a una vivienda y una larga lista de padecimientos; es ESTE ESTADO el que nos somete a un embrutecimiento sin fin, en una confusión permanente para mejor defender los intereses de quienes lo conducen.
La solución, entonces, NO es poner más policías (que hoy son administradores del tráfico), NO es agregar más fuerzas federales, NO es militarizar la ciudad, ni es la construcción de cárceles a lo Bukele. El Capitalismo es un absoluto fracaso. La única salida que tenemos los trabajadores es la revolución de carácter social. En esa construcción, en su desarrollo, en ese proceso iremos encontrando las soluciones que hoy anhelamos.