La clase obrera tiene el poder de cambiarlo todo, inclusive, la violencia narco

Como ya lo hemos planteado, los recientes hechos de Rosario nos muestran al Estado burgués, una vez más, como custodio de los negocios del capital (inclusive si estos negocios refieren al narcotráfico, que tanto dicen querer combatir).

La inseguridad no es un fenómeno extraño e inmanejable para el Estado. Al contrario, forma parte del mecanismo de terror social bajo el cual mantiene oprimido al proletariado. Es un engranaje más del complejo mecanismo de disciplinamiento social.

Por eso no puede sorprendernos que distintas facciones políticas planteen la misma “solución” al problema de la inseguridad y la guerra narco en Rosario: intervención de las fuerzas federales, desplazar la policía de la calle, mejores pertrechos para gendarmería, etc. Con más o menos variaciones, la receta que se propone es más fuerzas represivas.

De hecho, en el día de hoy, el presidente Alberto Fernández dispuso un refuerzo de Fuerzas Federales hasta alcanzar los 1.400 efectivos para la ciudad de Rosario. También anunció que enviarán a la compañía de Ingenieros del Ejército Argentino a “participar en la urbanización de barrios populares”. Más allá de las excusas que pueda dar el devaluado presidente, en un país como el nuestro, con la historia que tiene, enviar al Ejército a los barrios populares no puede verse de otra manera que, como una forma de marcar la cancha, un tiro por elevación frente a la situación social, en donde la burguesía busca ajustar sus planes al termómetro de la lucha de clases.

Dicho esto, está claro la absoluta falsedad de ese tipo de “solución”. La misma, lejos está de resolver ninguno de los problemas del pueblo trabajador  porque el propio Estado es el responsable.

Entonces ¿Cómo se resuelve este problema?

Los vecinos en el barrio Empalme Granero de Rosario ya dieron una primera respuesta: con movilización y acción directa, contestando con violencia popular a lo que el sistema aplica con violencia represiva, reaccionaria.

Ese es, sin dudas, la única vía de solución al problema que el propio pueblo trabajador puede ejercer. La movilización de masas pone en riesgo los negocios de la burguesía, y profundiza su crisis política general –elecciones de por medio- por lo que obliga a gobiernos y empresas a aflojar en las internas por el negocio de la droga, en el afán de sostener su gobernabilidad e intereses nacionales de clase en general.

Esa movilización y violencia de masas puede ser espontánea, como sucedió el lunes 6 de marzo; puede carecer de una dirección política, y quedar sujeta a la bronca que produzca un asesinato en particular.

En estos casos, el factor espontáneo, la continuidad y el golpe político que se le aplica a la burguesía, se encuentra muy limitado. La otra alternativa es que esa movilización de masas esté organizada y dirigida por la clase obrera, por las y los obreros de Rosario y su cordón industrial, por ejemplo. Y decimos Rosario porque hoy se manifiesta allí con violencia extrema, pero en realidad es un problema que hay que combatirlo desde esta concepción a nivel nacional como parte de los negocios de la burguesía.

Porque el verdadero negocio narco en Rosario no pasa por las barriadas empobrecidas, como los medios de comunicación difunden, sino por sus 27 terminales portuarias, todas en manos de grandes capitales trasnacionales, que son quienes verdaderamente hacen el negocio. Los punteros son el menudeo, la posta está en manos de las Cargil, COFCO, Glencore, Dreyfus, AGD, Bunge, Acindar, Techint, etc. Sólo atacando a estos grandes capitales, verdaderos responsables del negocio narco, es que podremos golpear directamente la raíz del problema.

Los punteros, la policía, los comisarios, los intendentes y gobernadores, son todos soldaditos de estas grandes corporaciones. Es por eso que se puede denunciar a tal o cual comisario, cambiar tal o cual jefe de la policía, pero lo que no se puede hacer, lo que está prohibido, es denunciar por dónde sale la droga, es decir, quienes son los que están haciendo el verdadero negocio.

Por estos motivos, la vía más rápida y certera para solucionar el problema es la huelga política de la clase obrera santafesina.

Una huelga que nazca de las principales empresas exportadoras y exija que cese la violencia contra el pueblo trabajador de manera inmediata. Una huelga de esas características arrastraría al conjunto de las masas rosarinas. Y con las masas en la calle, se acaba la inseguridad.

La seguridad de esta salida tiene dos pilares: por un lado, el pueblo trabajador movilizado ejerce un tipo de violencia contra la policía y sus punteros barriales que obliga, militarmente hablando, a que éstos cesen sus disputas usando los barrios como carne de cañón. Pero, por otro lado, la huelga de la clase obrera golpearía directamente los intereses de los verdaderos encargados del negocio, obligándolos a cesar sus disputas en función de evitar pérdidas mayores por la parálisis de puertos y fábricas.

Esto puede parecer una “utopía”, pero no lo es.

Utópico es pensar que la intervención de una u otra fuerza federal puede solucionar el problema. Utópico también es esperar a que espontáneamente explote todo. Lo que no es utópico es plantearle este problema a nuestros compañeros y compañeras de trabajo en frigoríficos, acerías, aceiteras, puertos, etc., y que en función de estos objetivos es que nos tenemos que organizar para la lucha.

Porque no se trata de pelear solo por aumentos salariales, sino de dar una verdadera lucha política por nuestro futuro. Cuando planteamos organizarnos en el sector de trabajo, en agrupaciones políticas en la fábrica, o en un partido revolucionario, no lo hacemos solo por el salario, sino por la transformación de toda la sociedad.

Debemos fortalecer en la clase obrera una idea de acción: ella tiene el poder de cambiarlo todo, inclusive, aspectos tan concretos como la violencia narco.

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