A propósito del 8M

El calor sigue apretando y el cansancio se hace sentir con más dureza.

La mujer obrera debe llegar a la cola del colectivo y empezar su calvario cotidiano.

Su entrada es las 6 de la mañana, pero advirtiendo lo difícil que es viajar seguramente entrará a la planta de trabajo unos cuantos minutos antes. Galpones sin aire acondicionado y con máquinas “dispuestas” a ponerse en marcha, las obreras ¡al pie del cañón, como siempre!

Jornadas no menores de ocho horas y un ritmo de producción inhumano. Sus patrones y patronas sin distinción de sexo, ni se inmutan, ellos y ellas las consideran mercancías.

Al lado de la máquina, en esa enajenación que se hace cada vez más salvaje, la cabeza de las “colaboradoras” -como les gusta llamar a las obreras, con lenguaje refinado propio de patrones y patronas- no dejan de pensar en las otras responsabilidades, compartidas o no compartidas con sus parejas.

La comida, los quehaceres de la casa, las angustias de no llegar a cubrir las cuestiones más básicas y elementales de la vida pesan en sus “mochilas” de trabajadoras. Explotación y opresión se dan la mano y la obrera acumula una mezcla de odio, impotencia, desesperación.

Pero las proletarias son las docentes, las enfermeras, las empleadas de comercio y así podríamos nombrar todos puestos de trabajo que ponen en funcionamiento nuestro país. Mujeres que lo hacen todo y cada vez tienen menos.

Instituciones del Estado, con hombres y mujeres que legislan y ejecutan las leyes para legalizar la jornada antes descrita. Las proletarias, las asalariadas, son una fuerza productiva mucho más barata que la fuerza productiva hombre. El ultimo índice del INDEC se refiere a esto cuando señala que el salario actual de la mujer es casi un 30% menor al del hombre.

Pero la historia hecha por la mujer es inseparable de la lucha que ha ejercido por los derechos políticos en nuestro país. Y en ese devenir no ha tenido tregua entre las clases enfrentadas.

Hoy lo hace cuando resiste y como puede en su puesto de trabajo, cuando se las ve como una parte de esa movilización en unos casos o en la procesión que va por dentro que se niega a ser denigrada.

Las clases se van mostrando cada vez más a cara descubierta y las proletarias se van mostrando “picantes” a la hora de poner firmeza en sus vidas de reclamos.

Esta vida cotidiana se da en el contexto del sistema capitalista y está de más decir de cómo la mujer está atrapada en las redes que impiden su desarrollo y potencial.

Ha sido muy importante -y lo sigue siendo- cuando la lucha por los derechos políticos es tomada dentro de un proyecto que libera las fuerzas contenidas de la mujer y en ello toda la energía deberá ir elevándose para la construcción de una nueva sociedad.

Sabemos lo complejo de esa situación y ello pesa enormemente en la conciencia de clase. Pero va apareciendo lo nuevo y en eso nuevo la mujer está jugando un papel liberador.

El sistema capitalista es aplastante para la sociedad humana y la mujer recibe el peor peso por su doble carácter de opresión. Su incorporación a la lucha política por el poder irá dándole otro sentido a la vida al abordar los grandes problemas de la revolución.

Bajo el capitalismo, la mitad femenina del género humano esta doblemente oprimida. La obrera y la campesina son oprimidas por el capital, y además, incluso en las repúblicas burguesas más democráticas no tienen plenitud de derechos, ya que la ley les niega la igualdad con el hombre. Esto, en primer lugar, y en segundo lugar -lo que es más importante-, permanecen en la «esclavitud casera», son «esclavas del hogar», viven agobiadas por la labor más mezquina, más ingrata, más dura y más embrutecedora: la de la Cocina y, en general, la de la economía doméstica familiar individual”. (Escrito en 1921. Primera publicación: El 8 de marzo de 1921 en el suplemento al N°. 51 de Pravda, con la firma: N. Lenin).

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