SOBRE LA SITUACIÓN INTERNACIONAL
En el marco de la crisis de superproducción y para sostener el sistema capitalista mundial, frente a la reanimación de las luchas de la clase obrera, fundamentalmente, y de sectores populares acosados por las paupérrimas condiciones de vida a que los somete el sistema capitalista, la burguesía responde, por medio de dos ejes centrales:
a- La extensión de la guerra como método para la “solución” de la competencia inter imperialista y, de paso, como destrucción masiva de fuerzas productivas, necesaria para intentar resolver la crisis económica de superproducción.
b- Novedosas formas de engaño apretando aún más al proletariado y masas oprimidas con el aumento de la explotación del trabajo asalariado (vía reducción del salario pagando menos a nuevas masas de trabajadores que prepara para ese fin, incremento de la productividad, o combinando ambas), para sostener o incrementar sus tasas de ganancia.
Con la respuesta a), desde lo estrictamente económico, no sólo no resuelve la crisis de súper producción, sino que la incrementa generando mayor inestabilidad al sistema, porque lo que destruye por un lado (a favor de la tasa de ganancia futura) lo incrementa por el otro mediante el desarrollo de la industria de guerra que, claro está, no sólo incluye al armamento contante y sonante, lo cual corre en contra de la tasa de ganancia.
Las guerras inter imperialista, o fogoneadas por las distintas facciones del imperialismo, en los últimos años han aumentado en involucramiento de países y cantidad de víctimas (que vale recalcar, son los pueblos convertidos en carne de cañón por la burguesía).
Actualmente, existen en el mundo 20 conflictos armados con una cantidad de entre 1.000 y 10.000 muertos anuales de promedio en la actualidad, sin contar los que involucran menor cantidad de vidas.
Entre ellos hay disputas que aparecen como guerras entre nacionalidades, religiones, tribus antagónicas, insurgencias de distinto origen que no aparecen como luchas entre clase obrera y burguesía. Pero todas ellas, podemos afirmar con seguridad, tienen como telón de fondo la lucha de clases por el reparto de la riqueza producida por la clase obrera mundial y disputada por la burguesía.
La mayor cantidad de países afectados por estos conflictos se ubican en África. Entre ellos mencionamos a Argelia, Chad, Malí, Burquina Faso, Níger, Túnez, Yemen (que se divide entre África y Asia), Etiopía, Eritrea, Sudán, Somalia, Kenia, Nigeria, Camerún, República Democrática del Congo, Uganda, Ruanda, Burundi, Sudán del Sur y Sudán.
Este continente es el más disputado por la voracidad imperialista que involucra a casi toda Europa, Estados Unidos, Canadá, China, Rusia entre los mayores interesados en obtener el botín de territorios, fuentes de materias primas, industrias, mano de obra para súper explotación y dominio estratégico.
Por su parte los países asiáticos que constituyen escenario o participantes de este nivel de conflictos son: Ucrania, Rusia, Birmania, Arabia Saudita, Afganistán, Pakistán y Siria.
Si a estos les sumamos otros conflictos que en la fuente consultada no se mencionan, entre los que se encuentran Palestina, Israel, Libia, contaremos más de 60. Entre todos, según nos dice la estadística, suman 6.125.000 víctimas que constituyen el saldo de una de las metodologías que aplica la burguesía monopolista para “resolver” sus disputas por la apropiación de la riqueza.
Con la respuesta b) si bien obtiene algunos éxitos parciales, sobre todo en países y regiones con menor consciencia de clase, incrementa en forma geométrica su crisis política a corto y mediano plazo (según sea el caso) conjuntamente con el descrédito a las instituciones y al sistema capitalista que cada día se evidencia como el mayor fracaso frente a los problemas crecientes de la humanidad.[1]
Nos referimos concretamente a iniciativas como la reducción de la jornada laboral impulsada por un estudio en Reino Unido, receta reciclada de la iniciativa tomada en Francia en 1998 donde la reducción de la jornada laboral vino acompañada de la implementación del banco de horas.
No menos importante es la política de nearshoring (relocalización de empresas en países que están cerca de mercados centrales) a partir de la crisis de superproducción.
En el mismo sentido va dirigida la Ley IRA, que destina subsidios para las inversiones “verdes”, a cambio, reduce gastos en salud destinada a las familias.
En una Europa donde se acrecientan los discursos anti inmigración, Alemania concreta acuerdos con 7 países africanos para la formación y relocalización de profesionales
El capitalismo busca así “reinventarse” en el marco de creciente competencia monopolista, y buscar conductos para relanzar el proceso de acumulación y superar la crisis de superproducción. Como no puede ser de otra manera, el eje de estas “novedades” es la búsqueda de menores salarios y mayores niveles de explotación.
SOBRE LA SITUACIÓN NACIONAL
Para analizar la situación política nacional se hace imprescindible discernir los comportamientos de clase de los distintos sectores del proletariado.
Por un lado, la tendencia a que sea la clase obrera el sector más dinámico de la lucha de clases se ve reafirmada tanto al cierre del 2022 como en estos meses transcurridos del 2023. Hubo conflictos en Acindar (Villa Constitución), portuarios en Rosario, petroquímicos en San Lorenzo, vitivinícolas y Havanna (Mar del Plata). Allí donde no se han manifestado conflcitos abiertos, el desgano laboral crece y cada vez es más común la negativa a las horas extra, por ejemplo.
Por otro lado, en los sectores no productivos del proletariado, se observan tendencias disímiles. En el empleo estatal del AMBA, por ejemplo, se observa un reflujo muy fuerte, que va totalmente a contrapelo de la disminución salarial ejecutada sobre estos trabajadores: dificultad para la organización, ausencia de debate político y disposición a la lucha, etc.
Lo mismo sucede con la pequeña burguesía, donde ante su crisis individual (proceso de proletarización) responde absorbiendo discursos reaccionarios.
No olvidemos que estos dos sectores del pueblo trabajador son quienes más se dejaron llevar por las luces de colores que planteaban, como única alternativa de cambio, el proceso electoral 2019. Es natural entonces que, ante la tremenda disminución de ingresos que operaron los últimos dos gobiernos, así como la crisis política en toda la línea del arco burgués, exista un fuerte retraimiento.
Sin embargo, esta situación no es homogénea en todo el país. Estatales santafesinos se encuentran en conflicto latente. Si bien la mayor parte de las provincias ya cerraron paritaria docente, en algunas provincias como Santa Fe, Chubut, Santa Cruz, Córdoba o Jujuy, la discusión se mantiene, con distintas iniciativas de medidas de fuerza. En salud también se observan algunos conflictos, como el caso de la provincia de Córdoba o el paro del Hospital Posadas por aumento salarial.
Los factores mencionados, y los distintos comportamientos de dichos sectores de clase, es importante tenerlos en cuenta para explicar claramente el fenómeno al que estamos asistiendo y sacar con claridad una síntesis política para la elaboración de una táctica y consignas adecuadas para la etapa. La experiencia material de la lucha de clases no solo nos indica que la clase obrera se viene sosteniendo como sector dinámico, sino que, más allá de la teoría, es la clase obrera quien impulsará la lucha del resto del proletariado.
En el medio, hay dos elementos de coyuntura que también es importante remarcar, y que fertilizan el terreno para la confrontación.
El primero es el año electoral. No porque la lucha por mejores condiciones de vida (salarios, eliminación del impuesto a la “ganancia”, mejores condiciones de trabajo, etc.), dependa de si hay o no elecciones, sino porque el trámite institucional debilita aún más a la burguesía en su afán de ganar votos y esto lo saben o lo intuyen las masas. Máxime, en una situación política en la que las elecciones no generan expectativa en ningún sector de masas. Al contrario, más bien generan frustración.
El segundo elemento es la continua caída de los ingresos de la clase trabajadora. Los datos dados por el INDEC así lo confirman, lo cual nos hace pensar que la situación aún es más agobiante para la clase obrera y sectores populares porque la burguesía miente descaradamente con sus porcentajes amañados. Los altos niveles inflacionarios implican que, en dos o tres meses de salarios estancados, la pérdida del salario real se dispara un 15-20%.
El caso de UATRE en Rio Negro, publicado en la nota del 25/02/2023 en nuestra página [2], resulta muy ilustrativo: 9 meses de atraso salarial implicaron una disminución salarial superior al 50%. Para el caso de la industria automotriz, dos meses de atraso salarial (tienen ajustes trimestrales), implican una caída del salario de entre el 10% y el 20%. Estos volúmenes de variación constituyen un elemento de inestabilidad política que no podemos dejar de considerar.
En este marco es que las y los revolucionarios debemos discutir las tareas del presente: cómo golpear a la burguesía en su año electoral; cómo a su vez aprovechar la crisis política de todo el arco burgués y reformista; y qué tareas darnos para profundizar el trabajo en la clase obrera.
[1] Para un análisis más extendido del tema, ver https://prtarg.com.ar/2023/02/23/gatopardismo/