La lucha de la clase obrera en nuestro país acuña una rica experiencia acumulada en años de enfrentamientos al capital. Períodos de ofensivas y conquistas se entrelazan con etapas de retrocesos y resistencia.
Esos períodos de agitación, estado deliberativo y de acción directa, crearon formas de lucha y de organizaciones de base que no aparecieron como por arte de magia, sino que fueron consecuencia directa de cambios y modificaciones que el capital monopolista introdujo en cada época en el seno de la industria.
Por ejemplo: la incorporación de nueva tecnología y maquinaria, el aumento de la productividad, la modificación de las horas de trabajo, los despidos, los cambios en las políticas de precios, los ajustes, las devaluaciones, la oferta y la demanda mundial… todo un conjunto de políticas que –más allá de la forma en que fueron impuestas en cada etapa histórica y del gobierno de turno-, tuvieron como objetivo avanzar en la reducción de la masa salarial aumentando sus ganancias a costa de una mayor explotación.
Los períodos de colisiones entre los intereses antagónicos del trabajo frente al capital han sido respuestas de la clase obrera frente a las políticas de la burguesía monopolista.
Sabemos que las políticas de los monopolios se transforman en políticas de Estado que los gobiernos de turno legitiman como un “derecho jurídico” del capital.
Por eso la reacción de la clase obrera instrumentada desde las bases y al calor de las demandas es lo que hace visible la inhumanidad de las patronales. Y cuando se hacen generales y se trasforman en una lucha de toda la clase (o de una parte mayoritaria de ella como lucha política) confrontan al Estado burgués como el representante de los intereses del capital.
Las y los obreros avanzan cuando rompen las ataduras con las dirigencias gremiales traidoras y propatronales creando sus propias herramientas independientes de unidad y de acción.
Períodos como el que va desde 1969 a 1975 no hacen más que ratificar que la reacción de la clase obrera frente al capital puede asumir formas abiertas masivas de acción y de organización, llegando incluso a formas insurreccionales y expresiones de poder local que pusieron en peligro la dominación misma del capital.
La dictadura fascista iniciada en 1976 fue la respuesta del capital a la “afrenta” que las y los trabajadores y el pueblo le habían hecho a su dominación. Su respuesta intentó ser demoledora y disuasiva, pero no pudo. La reacción conspirativa y clandestina afectando la producción, con sabotajes e iniciativas que las y los trabajadores desarrollaron en el seno de la industria a lo largo de toda la dictadura y que de menor a mayor fue transformándose en un hostigamiento a las patronales, fue creciendo en el seno de la producción. El plan de la dictadura –mayores niveles de explotación y salarios miserables- encontró en la clase obrera esas formas de lucha como reacción frente a sus políticas.
Ese escenario -invisible para muchos a simple vista- fue el preludio de grandes movilizaciones. Donde los mismos trabajadores y el pueblo, afirmados desde sus convicciones por las libertades políticas y desde la acumulación de sus experiencias de toda una época, precipitaron la caída de la dictadura.
Es cierto que a lo largo de la historia de la lucha de clases el capital no ha dejado de perfeccionar sus mecanismos de engaño para justificar la explotación y sus políticas.
Pero conocen el peso de la historia y son conscientes que las luchas obreras masivas son precisamente la fuerza que agudiza la lucha de clases. Por eso no descansan y sus esfuerzos están puestos en desdibujar la historia del proletariado, del lugar que ocupa en el desarrollo de la producción, su importancia dentro de las trasformaciones materiales y sociales.
Su objetivo: ocultar deliberadamente nuestro rol como trabajadoras y trabajadores en la creación de riquezas, y minimizar la importancia de nuestras demandas, nuestras luchas y nuestra organización. Eso es parte de la ofensiva ideológica que la burguesía viene desatando contra la clase obrera en estos últimos 40 años. Minimizando nuestra importancia en la producción, intentan minimizar nuestro papel transformador y el carácter protagónico de nuestra acción en política.
Luchar contra todas estas causas es –precisamente- la base de la lucha revolucionaria.
Con ella se empieza a quebrar el escenario de dominación ideológica de la burguesía. Implica una guerra sin cuartel contra todas las concepciones que justifican la sociedad de clases, desde las más reaccionarias hasta las más “progresistas”, desde el reformismo y el populismo hasta el andamiaje inescrupuloso que sostienen los ideólogos del capital.
Que millones de trabajadores y trabajadoras estemos sumergidos en esta vorágine, oculto nuestro origen, oculto nuestro protagonismo para avanzar hacia una sociedad sin clases (sin explotadores ni explotados) es nuestra principal preocupación, es lo que debemos revertir.
Debemos quebrar el retraso en la comprensión de todo este devenir por parte de las masas obreras, presentes y futuros protagonistas de la historia que tenemos por delante.
La burguesía apuesta a su sociedad de clases, a la explotación y sus terribles consecuencias, ya lo sabemos.
Las y los revolucionarios luchamos por esa revolución que implique la desaparición de la burguesía como clase y el modo de producción sobre el que se asienta su dominación.
Barreremos así con el sometimiento del capital sobre el trabajo, iluminando a los verdaderos protagonistas de la historia: la clase obrera y las inmensas masas trabajadoras.