“Crueldad insolente”

Las jornadas agobiantes que vivimos desde hace algunas semanas parecerían ser la frutilla del postre de una vida cotidiana insostenible. ¿Vale la pena enumerar las injusticias que tenemos que sortear cada día para sobrevivir? No, de ninguna manera, sería una subestimación a la inteligencia humana. El dolor lo llevamos adentro.

Los medios de comunicación -en cambio- nos hablan “del viernes negro” por la crisis financiera que afecta a los Bancos del mundo. Hacen caso omiso a lo nuestro y saben que “su viernes negro” lo pagaremos nosotros, con nuestro sudor.

Pero… ¿a qué atribuimos este desenlace de “crueldad insolente” que debemos soportar?

Y es allí en donde se siente el peso ideológico de la clase dominante, una clase que lo “permite todo” siempre y cuando su sistema de dominación no sea cuestionado.

Claro que todo está mal. En primer término, la sociedad humana, y muy ligado a ella, su relación con la naturaleza. Pero en cada particularidad de cómo se expresan ambas, los problemas son infinitos.

La tercera causa de muerte de adolescentes en Europa es la depresión que padecen. Una parte importante de padres y madres que rondan los 40 y 50 años se encuentran “frustrados” por no poder concretar sus sueños. Los mayores en edad de jubilación en la búsqueda de respuestas del por qué “fracasaron” después de tanto trabajar. Cada vez más escuchamos la frase: ¿y todo para qué?

Las fuerzas movilizadas para proteger la naturaleza, la fuerza de la mujer movilizada para hacer valer sus derechos, el ascendente “canto” de protesta que recorre el mundo en voces y actos proletarios contra todo tipo de injusticias, bajos salarios, condiciones de trabajo dignas, etc. están chocando contra el “muro” ideológico que nos impuso la burguesía.

Ese “muro” o ese “árbol” que no nos deja ver el bosque es simplemente el sistema capitalista, un “árbol” que está entorpeciendo el futuro de la humanidad.

A decir verdad, el mismo es robusto, bien enraizado, difícil de talar, pero es un árbol al fin.

La burguesía, inteligentemente rodea el lugar creando cotidianamente y siempre con iniciativa “salidas” y “respuestas” que no conducen a nada. El capitalismo ya fracasado se defiende como “gato entre la leña” y si para ello pone en juego el destino de la sociedad humana no le tiembla el pulso. Y con ello la guerra, la hambruna, las pestes, etc. Utiliza armas reales y valederas para sostener un árbol que frena el bosque de futuro.

Todas las fuerzas movilizadas adolecen de lo que a la clase dominante le sobra. Es decir: un canal por el que fluya ese gran caudal de protesta generalizada que se dirija a la construcción de una nueva sociedad.

Y es allí en donde se encuentra el nudo de esta gran preocupación. La burguesía se puede dar el lujo de criticar su propio sistema y con ello a los políticos, a las instituciones, a la corrupción, a la complejidad de la droga en la sociedad, pero el causante, que es el sistema capitalista no se toca, “de eso no se habla”. Es más: crean nuevos y nuevos “aplaudidores” para demostrar que lo que falla es el ser humano y no el sistema que lo denigra.

Todas esas vertientes de justas protestas deben sumar a la lucha por un nuevo sistema, que en esa lucha no haya cabida al dolor humano porque es una lucha liberadora de ese dolor.

Para ello las y los revolucionarios deberemos reconocer que nos encontramos en un peldaño inferior a las necesidades de cambios revolucionarios. Pero en ese reconocimiento vamos asimilando desde la actual resistencia que -sin atacar al sistema capitalista- iremos caminando por un camino a ciegas.

De lo que se trata es poder plantear desde un programa revolucionario que -como el nuestro- puede explicar en simples pero profundas frases las causas del por qué existen “depresiones” de carácter social, sueños incumplidos, “fracasos” individuales.

La enajenación que provoca el sistema capitalista, la alienación, impiden ver el bosque, el por qué hay que talar el árbol.

En la experiencia militante que vamos haciendo en nuestros lugares de trabajo y cunado las familias se empiezan a codear con las ideas de cambios revolucionarios, son los mismos padres, familiares, amigos que alientan e invitan a sus hijos a escuchar de qué se trata esto de cambiar el mundo.

Cuando esa sensación pasa a existir en la vida cotidiana de la lucha, cuando se empiezan a encontrar respuestas con un sentido de cambio profundo, la vida es digna de ser vivida. Y a pesar de todos los sinsabores que nos depara una sociedad capitalista en crisis, desde lo más profundo de la sociedad se comienza a palpitar la idea del cambio.

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