No es raro lo que sucedió, lo «raro» es que no suceda más seguido

El chofer de la línea 620, Daniel Barrientos, salió a trabajar como todos los días y fue asesinado en Virrey del Pino, partido de La Matanza. Es el tercero que encontró la muerte en esa zona del Gran Buenos Aires; a los choferes Leandro Alcaraz y Pablo Flores les ocurrió lo mismo.

En aquellas ocasiones los compañeros de las víctimas también manifestaron su dolor, su bronca, su impotencia, exigiendo medidas que los protegieran. En aquellas ocasiones también los burócratas de un Estado y un sindicato corrompidos hasta la médula realizaron reuniones, emitieron declaraciones de compromiso, anunciaron medidas que nunca se cumplieron.

En el día de ayer, cuando el ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires Sergio Berni, con su pose de soldado frustrado se presentó en la manifestación que realizaban los trabajadores fue recibido como ya se conoce. Fue recibido como lo que es, un funcionario que es parte de todo un entramado de ineficiencias y complicidades provocadas por negocios de toda índole, en los que la vida humana es despreciada hasta la muerte.

Ahora se habla de emboscadas, de operaciones, de infiltrados, de internas (que las hay y en todos los niveles); esas mismas declaraciones luego de los hechos mencionados hacen que la paliza que sufrió Berni se justifique todavía más. Hacen comprobar que la vida del compañero Barrientos sólo le importa a sus compañeros de trabajo y demuestran, una vez más, que los funcionarios sólo intenten salvar la ropa de sus cargos y sus negocios.

La espontánea movilización y posterior reacción de los trabajadores expresan una respuesta de clase en la que se manifiesta el odio ante la muerte, la desprotección, la pérdida de derechos, la condena a una vida indigna. Aun sin proponérselo es una respuesta política contra toda una clase que ejecuta políticas cotidianamente contra la clase que trabaja, la clase que deja todo (hasta la vida) para sostener a sus familias.

Los carancheos y las chicanas de uno y otro lado de las facciones burguesas en pugna, el aprovechamiento que se intenta hacer del hecho para justificar más presencia de fuerzas represivas en las calles, definen el carácter retrógrado y reaccionario de toda una laya de aspirantes a representar no al pueblo trabajador sino a la clase que los sostiene.

Ninguna medida que se anuncie será efectiva mientras las condiciones de vida del pueblo trabajador no cambien. Podrán servir para descomprimir una situación como la actual pero no tendrán efecto alguno a la hora de mensurar la agobiante realidad a la que las políticas de la burguesía nos someten.

El pequeño acto de justicia que protagonizaron ayer lo trabajadores es repudiado con frases altisonantes que se atreven a nombrar a la paz, al diálogo, a la convivencia, por los mismos que la niegan todos los días. Por eso no es raro lo que sucedió, lo que es raro que no suceda más a menudo.

Deberán acostumbrarse los funcionarios a sentir en carne propia las reacciones de un pueblo trabajador harto de tantas injusticias. Un hartazgo que seguirá creciendo y al que es necesario seguir organizando en pos de la búsqueda de salidas verdaderas a la profunda crisis económica, social y política a la que nos han llevado y nos seguirán llevando las políticas de la burguesía y sus gobiernos.

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