Hace algunos días, el viernes 28 de abril en la ciudad de La Plata, la vicepresidenta Cristina Fernández dio una charla frente a un auditorio en donde no faltaron funcionarios, ministros, diputados y senadores del actual gobierno, acompañados por un variado grupejo de dirigentes de su propia fuerza.
Habló de modelos políticos exitosos, habló del FMI, apelando a la necesidad de nuevas cláusulas de los acuerdos establecidos para las politicas de ajuste. Ni siquiera insinuó no pagar, por el contrario, dijo en tono aclaratorio: “Porque tenemos que pagar, nadie habla de no pagar no… no…”
Habló de políticas cambiarias, planteando que el Estado tiene que regular ese escenario. En una suerte de propuesta política expresó que “Tenemos que hablar de todo esto para que cada elección no sea un parto. Para que no sea un drama cada movimiento cambiario”. Criticó la idea de dolarización (y a Milei, al que le dedicó un par de frases populistas al mejor estilo fulbito para la tribuna); y apeló a la historia del corralito planteando que aquel virulento saqueo fue producto de la dolarización de la economía y no puede volverse a discutir hoy porque es volver a repetir viejas situaciones que crearon un escenario de crisis. Aunque reconoció que “hay una dolarización de hecho”.
Criticó al liberalismo económico en la figura de determinados grupos monopolistas y alabó las políticas regulatorias del Estado en los periodos que le tocó gobernar. “Cuando enfrentamos una decisión también enfrentamos intereses, pero estas son las reglas de juego” dijo a renglón seguido, dando a entender que cualquier beneficio empresarial que sus gobiernos hayan dado al capital monopolista son parte de esas mismas reglas de juego. O lo que es lo mismo: el Estado capitalista regula –como le gusta decir- en función de los intereses monopolistas.
Mostró tablas y cuadros comparativos y estadísticos que sirvieran de apoyatura a su planteamiento. Pero mientras desarrollaba todas estas bravatas electorales se despachaba con frases como: “¿Cuándo hubo más utilidades (ganancias monopolistas) en la Argentina? –preguntó- “Cuando hubo regulación” –contesto.
¿A qué regulación del Estado se refería? Sin duda a los subsidios a grandes empresas, las facilidades de todo tipo para la extracción de recursos minerales (por ejemplo, regalías vergonzosas), a las ventajas cambiarias para exportación e importación de producción monopolista y una serie de “regulaciones” tan liberales como el liberalismo mismo. Una cosa es clara en su ponencia: las regulaciones y el liberalismo se dan la mano en un juego de intereses en pugna, en el que el Estado responde siempre como expresión de esa clase.
Después de dedicarle loas a sus gobiernos afirmó: “Hoy tenemos un nuevo fenómeno, crecimiento económico con bajos salarios”. Perdón: ¿Esto no pasó nunca en nuestro país? La historia de los últimos 40 años (por no ir más lejos) es la historia de la denigración del salario, que -dicho sea de paso- es también la historia de las regulaciones económicas del Estado al servicio de los monopolios para hacer efectiva la reducción salarial.
O ¿acaso los techos salariales son una fantasía? ¿O las paritarias en cuotas son un cuento? ¿O las jubilaciones y pensiones miserables son un relato? Lo único que ha venido creciendo de forma exponencial es la ganancia del capital. El llamado crecimiento económico -traducido a un lenguaje llano- es la ganancia de los monopolios a costa del deterioro del salario. La inflación es un mecanismo utilizado por el poder y los gobiernos de turno para la reducción de los salarios. Por lo tanto, al chamullo electoralero sobre el crecimiento económico y la inflación solo le quedaría agregarle la teoría del derrame que viene a ser lo que los K llaman la distribución del ingreso.
En el final de su alocución pronuncia con tono categórico: “No podemos tener cabeza tan vieja que sigamos discutiendo estupideces, el mundo está cambiando. Hoy el capitalismo es el modo de producción más eficiente, la gran discusión que se viene no es si capitalismo sí, o si capitalismo no. Sino quién conduce los procesos de producción, si los dejamos a los mercados o si el Estado y la política vuelven a tomar la dirección. Cuando los saudíes se dan la mano con los iraníes y hay un chino en el medio algo está pasando. Es el mundo nuevo”.
¿A qué eficiencia del capitalismo se refiere la señora vicepresidenta? ¿A la eficiencia para crear pobreza y miseria por medio de la explotación asalariada? ¿A la eficiencia para destruir al ser humano y la naturaleza? ¿O a la que ostenta en la producción de armamentos de exterminio? Quizás a la eficiencia que se refiera es la capacidad de mentir y engañar, de reprimir y de sojuzgar.
¿Qué tiene para ofrecer este nuevo mundo? Más luchas de intereses entre facciones imperialistas.
Capitales iraníes asociados a los negocios multinacionales monopolistas “chinos” y “saudíes” entrelazados a su vez con otros tantos negocios globales dispuestos a todo en función de las ganancias que saquean a los pueblos.
No les alcanza con el sojuzgamiento y la explotación de los propios y salen con fervor demoníaco a conquistar recursos naturales y humanos en África y en nuestro continente, en una feroz y agudamente destructiva lucha por las ganancias. ¿O acaso el genocidio debastador del pueblo de Yemen de la mano de los saudíes no forma parte de ese mundo nuevo que nos ofrece la vicepresidenta? En pocas palabras: Cristina nos ofrece tomar partido por una de las facciones imperialistas que se disputan el mundo.
La dicotomía entre mercado y Estado está lejos de ser una novedad. Es un contrabando ideológico en un intento de engaño para quitar del medio cualquier cuestionamiento al capitalismo.
Las luchas interimperialistas globales son también por la dominación de los mercados y para ello cuentan con los Estados a su servicio. Los Estados y los gobiernos de turno son un instrumento de las diversas facciones imperialistas en cada país para sostener su lucha de intereses a costa de los pueblos y sus vitales necesidades.
Defender al capitalismo es defender toda esta situación, es odiar a las y los trabajadores y al pueblo.
Porque no pueden conciliarse las atrocidades presentes y pasadas de este régimen putrefacto con las necesidades de vida digna de millones de seres.
La defensa del capitalismo es la justificación de la opresión laboral, la explotación ajena, la degradación del ser humano, la desnutrición de niños y niñas, el hambre, el enriquecimiento privado de un puñado de magnates y burgueses a costa de la penuria y denigración de millones.
Crisis y destrucción, lo vemos hoy en nuestro país y en el mundo. El capitalismo es un fracaso.
Esta y no otra es la “novedosa alternativa” que los defensores de este sistema tienen para ofrecer. Más fracaso.