Cuando con el engaño no se logra la necesaria cohesión social que garantice una dominación sin sobresaltos, la burguesía en el poder desempolva viejas artimañas de confusión y mentiras con el fin de encauzar el rumbo de su maltrecho sistema.
En momentos como el que transitamos, se le suman avances represivos avalados por las instituciones democrático burguesas (como la reciente aprobación de la ley “antipiquetes” en la Legislatura de la provincia de Salta).
Con el objetivo de aportar a un debate de fondo que nos ayude a entender mejor cuál es la situación y el momento político actual, publicamos un artículo de nuestra revista teórica y política del mes de abril, La Comuna Nº125.
En su trabajo “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, Carlos Marx usó la definición de “bonapartismo” para identificar un tipo de régimen político en donde el Estado, en apariencia, adquiere una supuesta autonomía elevándose por encima de las clases con el fin último de garantizar la dominación de la burguesía.
Los conceptos de “unidad nacional”, “mancomunidad de intereses” son, en definitiva, el palabrerío hueco que utiliza la burguesía en el intento por subir al barco de su dominación al resto de la sociedad, garantizándose para sí el timón de dicho barco.
En el citado trabajo Marx analizó el proceso histórico de la Francia revolucionaria de mediados del siglo XIX. Sin embargo, la definición mencionada ha sido y es de gran utilidad para las fuerzas revolucionarias a los fines de no “morder” ningún anzuelo que la clase dominante ofrezca.
En la historia de la lucha de clases en Argentina, nuestro Partido echó mano de esa parte de la teoría revolucionaria para referirse a iniciativas burguesas como las del GAN (Gran Acuerdo Nacional), impulsada por la dictadura de Alejandro A. Lanusse en 1972. Y posteriormente para caracterizar la vuelta de Juan D. Perón al país y su asunción del gobierno en 1973.
“La intensificación de la movilización de masas a partir del 25 de mayo desbarató el intento burgués de paralizar la revolución por el engaño y alrededor del parlamento, provocó una profunda crisis del parlamentarismo que no llegó a renacer y llevó a la burguesía a cambiar de planes, a comenzar a orientarse hacia una forma de bonapartismo, de unidad nacional en tomo a las FFAA. y bajo la jefatura incuestionada de Perón”. (La unidad de la burguesía; de las editoriales de El Combatiente Nº 82, 83, 84 y 85; julio/agosto de 1973).
En aquel período histórico la iniciativa de la burguesía dominante oscilaba entre el mantenimiento del régimen parlamentarista burgués y un marcado giro hacia el autoritarismo y el fascismo.
Se cumplía así la definición marxista leninista acerca de las dos formas de dominación adoptadas por la burguesía: la dictadura abierta y la dominación a través del engaño, en el que la clase en el poder disfraza todo su andamiaje explotador y represivo con ropas de democracia.
Intentaremos en este artículo desentrañar cómo en la actual situación la burguesía adopta este concepto en su intento por encarrilar al movimiento de masas a aceptar sus objetivos de dominación y opresión.
A diferencia del período mencionado, la actualidad muestra una burguesía inmersa en una crisis política de una magnitud gigantesca.
Ello no quiere decir que antes esa crisis política no existiese; sí que por aquellas épocas el liderazgo burgués de un Perón retornando al país para asumir el gobierno era muy poco cuestionado. Un extenso y abarcador movimiento de masas así lo creía. Y en el propio campo burgués los líderes de los partidos del sistema se sometían al mismo. Basta recordar solamente el abrazo Perón-Balbín (líder la de Unión Cívica Radical de entonces) como ejemplo de los intentos por demostrar la “unidad nacional necesaria para que el país salga adelante”.
Volviendo al presente de la burguesía en el poder, lejos se está de aquellas circunstancias. Las profundas e irresueltas contradicciones entre las facciones burguesas y las fuerzas y/o sectores políticos que las representan, muestran hoy una profundidad pocas veces vista.
Objetivamente, no existe en la actualidad un sector de la burguesía que pueda imponerse y disciplinar al resto de su clase. Las contradicciones ya no se presentan entre fuerzas políticas de distinto signo sino al interior de las mismas, lo que da una muestra del grado de crisis irresuelta que se atraviesa.
Ese océano de contradicciones fue alimentado por un discurso político que, más allá de las diferencias entre las fuerzas del sistema, fue llevado a niveles superlativos. El conocido término de la “grieta” abonó una separación que excede toda necesaria diferenciación entre los partidos y coaliciones políticas actuantes bajo los intereses burgueses.
De ese modo, aun cuando todos responden al interés de clase mencionado, lo que se ha resaltado durante la última década (fundamentalmente) ha sido esa característica.
Este discurso al principio tuvo su correlato en la base social. Con más o mayor énfasis fue aceptado por diferentes capas sociales (fundamentalmente, la pequeño burguesía urbana y rural).
Con el correr de los años la realidad se fue imponiendo por sobre el discurso. Nos referimos a los problemas irresueltos por todos los partidos del sistema, sobre todo en aquellos temas que hacen a la vida de la sociedad.
El acelerado deterioro de las condiciones materiales de existencia que se fue dando en los últimos seis años; la constatación que, más allá del discurso, las políticas económicas tuvieron una continuidad entre gobiernos de distinto signo; la cada vez mayor diferenciación entre lo que se intenta imponer como tema de debate desde arriba y los acuciantes problemas de vida cotidianos de amplias masas de la población, abonaron el desprestigio y el rechazo ya no sólo del discurso reinante, sino de las fuerzas políticas en general.
Un rechazo que, en esencia, puede afirmarse va a contrapelo de la necesidad de la clase dominante por mantener bajo el engaño a las clases explotadas y oprimidas. Un rechazo que pega en la línea de flotación de la maltrecha democracia burguesa y sus instituciones.
Aun cuando todavía ese rechazo visceral de amplios sectores de masas no se exprese en un cuestionamiento de fondo al sistema, la lucha de clases hace su parte y provoca que los representantes del mismo comiencen a intentar desmontar el discurso de la “grieta”, ante la constatación de que el mismo se ha vuelto en contra de sus propósitos.
En efecto, tal discurso que en su momento sirvió par mantener a las masas engañadas detrás de una falsa contradicción, se ha convertido en ineficaz, insuficiente, para garantizar que el látigo del engaño actúe como el principal disciplinador de la sociedad.
Aquí entonces es cuando comienza a aparecer nuevamente, con más fuerza que antes, el concepto del bonapartismo.
La burguesía, en medio de la crisis capitalista mundial y su necesidad de atenuar sus efectos, recrea discursos de unidad, de entendimiento, de diálogo, de acuerdos a largo plazo, del orden y el respeto a las instituciones, etc., al mismo tiempo que profundiza sus políticas en contra de las condiciones de trabajo y de vida de las masas trabajadoras.
Todas las facciones burguesas, aun las que sostienen el discurso divisionista, expresan la necesidad de encolumnar detrás de sí al resto de su clase y de las otras clases, esto es así.
Cuando con el engaño no se logra la necesaria cohesión social que garantice una dominación sin sobresaltos, la burguesía en el poder desempolva viejas artimañas de confusión y mentiras con el fin de encauzar el rumbo de su maltrecho sistema.
Algunas facciones se inclinan por un rumbo de aparente consenso que privilegia acuerdos; otras, abiertamente se inclinan por un rumbo abiertamente “fascistoide” que levanta la consigna del orden y la represión para lograrlo.
Unas y otras son conscientes de esta situación, pero lo que predomina en realidad, es el sostenimiento del sistema y de su dominación.
Las condiciones políticas para una u otra alternativa son el quid de la cuestión. Las propuestas de llevar adelante una política, podríamos decir “salvaje”, para seguir atacando las condiciones de vida de la población trabajadora cuentan, desde el vamos, con un condicionamiento importante.
Es verdad que el discurso represivo y punitivo ha calado en extendidas capas sociales, pero la historia de la lucha de clases en nuestro país condiciona fuertemente la represión política abierta como puede suceder en otros países de la región. Ello acompañado del rechazo a una de las instituciones estratégicas del sistema como son sus fuerzas represivas.
Por el otro andarivel, los discursos de consenso social y político chocan de frente con la mencionada aceleración de las condiciones de vida las que, lejos de atenuarse, se verán profundizadas ya que esa es la condición para que la burguesía afronte la profunda crisis del capitalismo.
Discurso y realidad, en este caso, difícil que puedan transitar un camino sin conflictos, como lo viene demostrando la agudización paulatina y firme de la lucha de clases. En particular, en lo que se refiere al alza de luchas que se expresa en la clase fundamental de la sociedad: la clase obrera.
Volvemos a otra parte de las editoriales referidas más arriba: “Este otro régimen de dominación burguesa (N. de la R.: El bonapartismo) se basa en un líder reconocido o el conjunto de la burguesía, con influencias en las masas y apoyo en la fuerza militar, que actúa como árbitro de los distintos sectores burgueses defendiendo los intereses históricos del capitalismo, pero sin responder directamente a los intereses específicos de ningún sector de las clases dominantes, representándolos a todos sin defender en especial a ninguno, buscando engañar a las masas con concesiones y ejerciendo un férreo control militar represivo o en primer lugar de las masas trabajadoras, pero también de aquellos sectores de la burguesía que se resistan a colaborar con el bonapartismo”.
Cabe agregar, ante tan clara definición del concepto, que las condiciones para la implementación actual de esa política, analizada la situación de la lucha de clases en esta época histórica, se presenta como de improbable materialización.
No hay líder reconocido por el conjunto de la burguesía y con influencia de masas; mucho menos que garantice un apoyo unánime de la fuerza militar (atravesada también por las profundas contradicciones en el seno de la burguesía); ni hay engaño a través de concesiones ni posibilidad material de un férreo control represivo sobre las masas trabajadoras.
Sin embargo, y sobre todo en épocas de profundas crisis como la actual, la burguesía no puede hacer todo lo que quiere por lo que echa mano a lo que puede o cree poder hacer. De allí que el bonapartismo que hoy se intente llevar a cabo tenga características singulares, adaptadas al proceso histórico en marcha.
Lo que debe quedar muy claro a las fuerzas revolucionarias es que el objetivo histórico de la clase en el poder, es sostener su dominación a como dé lugar.
De allí que conocer y saber identificar las maniobras políticas del enemigo es indispensable para dotarnos de la herramienta teórica que nos permita presentar una lucha ideológica sin cuartel en el seno de las masas, dado que el objetivo histórico de la clase revolucionaria es acabar con el régimen de dominación de la burguesía. De allí que se hace indispensable el manejo cada vez más agudo del marxismo leninismo para la definición de la táctica que más convenga en cada momento a la clase obrera y sus aliados.