La agenda de los políticos y los problemas del pueblo


Nos hemos referido en varias notas al agobio, al hastío, al cansancio que manifiestan las y los trabajadores y el pueblo, a la protesta silenciosa e individual que se manifiesta en el trabajo a desgano, en la queja, en cierta resignación.

Hemos señalado también que una de nuestras tareas, como revolucionarios, es la de organizar esa lucha, transformar la protesta individual en iniciativa colectiva, en enfrentamiento consciente contra la clase dominante y sus secuaces (funcionarios, políticos).

Pero hay que decir también que las últimas semanas muestran señales de una elevación en el nivel de las conciencias y de las luchas de la clase obrera y de otros sectores de trabajadores y del pueblo, explotados y oprimidos por el yugo del capital monopolista y su Estado.

Uno de los destacados ejemplos en este sentido es el de la lucha autoconvocada de los docentes en Salta (documentada a fondo en nuestra página) pero no es el único. Y es que, como ilustra el título de la nota, los problemas de nuestra clase y del pueblo, los problemas reales, materiales, ocupan toda la atención cotidiana, pues las condiciones de vida se vuelven cada vez más insoportables.

La burguesía castiga y exprime al pueblo con diferentes herramientas y con el claro objetivo de sortear su crisis haciendo que la paguemos nosotros, como siempre.

Una de esas herramientas es la inflación, que se devora día a día nuestro magro salario, y que se ensaña además con los sectores más carenciados (sin olvidar que la mayoría de los salarios están por debajo de la línea de pobreza), dado que la inflación en los alimentos es aún mayor que en otras mercancías.

Digamos además que se viaja cada vez peor, pero el transporte público aumenta todos los meses, según el índice de inflación. Atenderse en un hospital público es una odisea o casi una utopía, las obras sociales están colapsadas.

De todo esto se habla en la fábrica, en los lugares de trabajo, en la familia. Sin embargo, la agenda de los políticos (como era de esperar, claro) pasa por otro lado, muy lejos de los problemas de los trabajadores y el pueblo.

Ellos piensan en ordenar su crisis, que es mayúscula. El oficialismo recién ahora esboza sus candidatos, las internas son feroces (también en la oposición) y ciertos advenedizos buscan sacar provecho (aunque dicen que no son casta) del caos que atraviesan las instituciones de una democracia representativa que se cae a pedazos.

En suma, se desesperan por imponerse en las elecciones para obtener los beneficios de representar a tal o cual bando de la burguesía monopolista. Al pueblo, todo eso le interesa cada vez menos. El descreimiento es total. De hecho, escuchamos cada vez con más firmeza la idea de votar en blanco, de impugnar el voto, o directamente de no ir a votar. La bronca se impone, y el desgaste del sistema se hace cada vez más evidente, elección tras elección.

No ir a votar puede ser una muestra de ese hartazgo, y es absolutamente válido como expresión de ese fastidio generalizado. Pero debemos trabajar, pensar y organizar formas de lucha que golpeen al capital, a nuestro enemigo de clase.

Es necesario esforzarse para elevar los niveles de conciencia acerca de que la salida no va a venir por la vía electoral; debemos poner en valor el poder que tenemos aquellos que producimos toda la riqueza del país, las y los trabajadores, y la única manera de hacerlo es procurando en nuestros lugares de trabajo la construcción de organizaciones de masas independientes que vayan, paso a paso,  creando instancias de poder local, para enfrentar a los patrones y a la burocracia sindical, en unidad creciente con nuestras compañeras y compañeros de clase.

El enemigo es uno, la burguesía monopolista, y nosotros somos la inmensa mayoría que padece está situación desesperada, cuando ellos, la ínfima minoría, viven muy bien, despreocupados de los infortunios que padecemos a diario, gracias a nuestro esfuerzo.

Es hora de decir basta. Y no alcanza con el rechazo a las urnas, hay que organizar la resistencia.

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