El pueblo francés deja al desnudo la crisis política de un sistema agotado


Desde comienzos del año, como es de conocimiento público, se vienen sucediendo en distintas ciudades francesas (pero particularmente en París) masivas manifestaciones de protesta de carácter espontáneo y que podemos calificar también de autoconvocadas.

Huelgas generales, movilizaciones masivas, cortes de ruta. Todo se inicia con el rotundo repudio a la reforma jubilatoria impulsada por Macrón, que responde claramente a las órdenes de los monoplios internacionales.

A los sindicatos nucleados en la CGT, no les quedó alternativa: tuvieron que acompañar el movimiento de las masas, que se manifestaron (y se manifiestan) de manera particularmente violenta.

Todos estos meses, desde enero, las marchas han sido masivas, en París sobre todo, pero también en Marsella, Lyon, Rennes, Estrasburgo. Cortes de ruta, incendios de edificios públicos en diferentes municipalidades,  vehículos incendiados, saqueos.

Muchos trabajadores presionaron a los sindicatos para ir a la huelga: así, camioneros, transporte público de pasajeros, en especial los trenes, petroleros, docentes, sostuvieron en este período paros de diferente duración, con alto acatamiento y presencia en las calles.

Estamos hablando de manifestaciones masivas: algunas de ellas involucraron a dos millones de personas en todo el país, 400.000 personas sólo en París. Con el transcurrir de las semanas, se percibe con claridad que la protesta trasciende el motivo primario (reforma jubilatoria) y apunta al corazón de un sistema acabado que no encuentra salida a su crisis política, ni siquiera con la feroz represión.

Los bajos salarios, la explotación en el trabajo, la brutalidad policial, aparecen también como las causas de las reivindicaciones. La situación que se vive en Francia, nos recuerda a octubre de 2018 y el movimiento de los Chalecos Amarillos, que también se inició como protesta frente a un hecho puntual (el alza en el precio de los combustibles) y después, y en el marco de enormes movilizaciones muchas de ellas de carácter violento, aparecieron los reclamos por la pérdida del poder adquisitivo del salario, por la violencia del Estado.

Aquel movimiento, como el actual (que lleva varios meses de continuidad), más allá de los diferentes niveles de organización, son de carácter insurreccional, de desborde social, caracterizados por elevados niveles de violencia que ejecutan las masas, enfrentando al Estado y a sus aparatos represivos.

Hoy, las protestas ven avivado el fuego del enfrentamiento (a pesar del toque de queda) por el asesinato del joven  Naël, un chico de 17 años de origen argelino ( vaya «casualidad» para Francia) que recibió un disparo en el pecho en un supuesto control de tránsito.

Este terrible hecho ha provocado la reacción enérgica de las masas: obreros, estudiantes, trabajadores de diversos sectores ( muchos estatales) se enfrentan a la policía ( que cuenta entre sus filas a cientos de heridos), invaden edificios emblemáticos de la burguesía (como el del conglomerado económico Black Rock), incendian vehículos o los estrellan contra vidrieras, supermercados (que después son saqueados), escenas de violencia individual (a veces,el malestar social se expresa en acciones individuales, alocadas, desorganizadas) y colectiva que, si bien no es una violencia organizada, da cuenta del estado de hartazgo de los trabajadores y el pueblo que no soportan más.

La bronca es contra el sistema, contra la explotación laboral, contra la destrucción del salario, contra la violencia del Estado.

Un poco nos rememora la revuelta en Chile. Cuando ocurren estos fenómenos en el escenario social, se vislumbra el trasfondo de la lucha de clases, con más claridad en unos que en otros seguramente, y se reafirma la convicción acerca de la necesidad de avanzar en la construcción de una alternativa revolucionaria, de un Partido revolucionario que sea una opción política superadora, que tenga en su horizonte la dirección política de la lucha por el poder y la construcción de una nueva sociedad.

Los sucesos de Francia así lo demuestran, aunque no esté aún desarrollada y asumida la conciencia de clase.

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