Dos muertes, un solo responsable


En apariencia las muertes de Morena y de Facundo no tendrían vínculo alguno.

La niña fue asesinada en la puerta de su escuela por motochorros; el compañero fue asesinado en una movilización pacífica en contra de las elecciones.

Sin embargo, ambas muertes tienen su raíz en causas y consecuencias que, inevitablemente, dan el resultado conocido.

Los asesinatos en ocasión de robo son la muestra de una realidad incontrastable: vivimos en un país en el que la marginalidad ha echado raíces ya hace rato. El sistema, podrido hasta la médula, intenta tapar tal situación con una siniestra conjunción de negocios, droga, vía libre para el delito y “regulación” del mismo a través de las fuerzas represivas. Los resultados son conocidos. El pueblo trabajador sufre en carne viva los mismos cotidianamente.

La represión de una movilización con la consecuencia conocida es el mensaje que envía la burguesía monopolista para advertir que la protesta por las tantas injusticias que se sufren no será tolerada. Con el agravante que se realiza en medio de la campaña electoral, en un intento de demostración de fuerza hacia el conjunto de la sociedad.

Tanto la descontrolada violencia social que padecemos, que deja al pueblo como carne de cañón de la delincuencia, como la represión ejercida ayer se tocan en un punto específico: las consecuencias de una política que la burguesía viene aplicando hace años. Y que, además, pretende seguir aplicando.

Mientras asesinan a los hijos e hijas del pueblo cuando van a trabajar o a estudiar, también ahora asesinan cuando se manifiestan en contra de sus políticas. Avisan que las consecuencias no serán modificadas sino que, peor aun, serán reprimidas para que sus planes “caminen” sin inconvenientes.

La indignación por estos asesinatos debe ser apuntada entonces al corazón de sus causas. Debe acrecentar el odio de clase hacia la burguesía, a toda su maraña de instituciones que son las que sostienen la impunidad de sus políticas y sus crímenes.

Es su Estado al servicio exclusivo de los intereses monopolistas. Es su política a favor de dichos intereses a la que debemos enfrentar.

La burguesía instala la violencia en todos los estratos de la sociedad y luego no tiene reparo alguno en invocar la paz o, más todavía, justificar su violencia. Es el viejo juego del palo y la zanahoria y, en la medida que se acrecienta su crisis política y su desprestigio antes las masas, recurre con más asiduidad al primero ante la confirmación que con el segundo ya no le alcanza.

Por ello no debemos caer en su telaraña de argumentos ni justificaciones. Que hayan suspendido sus campañas electorales por el asesinato de Morena, o que digan que Facundo murió de un paro cardíaco, demuestran hasta dónde pueden llegar su cinismo y su mentira institucionalizada.

La burguesía desprecia al pueblo trabajador y ese desprecio es cada vez más difícil de ocultar. No debemos creernos sus palabras de paz y consenso. Lo único que puede imposibilitar que arrecien con sus políticas y su violencia es la organización y la manifestación masivas que vayamos construyendo y ejerciendo con el objetivo de un enfrentamiento que apunte a derrotarla.

En esa huella es imprescindible seguir bregando por la construcción desde lo más profundo del pueblo explotado y oprimido. La fuerza que debemos contraponer a su fuerza vendrá desde esa construcción y tendrá la fortaleza necesaria para que los intereses de la clase obrera y del resto de los sectores populares sean reclamados, defendidos y conquistados sin depositar un gramo de confianza ni expectativa en sus instituciones ni en sus políticas.

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