El concepto de democracia representativa (en donde “delego” para que otros ejecuten) está cada vez más erosionado. Existe, se lleva a cabo, pero las instituciones del Estado no dejan de estar cuestionadas.
La lucha de clases se expresa en varios planos. Las elecciones son un acto momentáneo, pasajero, aunque sus campañas sean interminables. Lo que queda el día después es lo que importa, y es allí en donde hay que persistir. Porque ningún burgués ha recibido “un cheque en blanco”.
Está claro que la clase dominante no será condescendiente con la clase obrera y el pueblo y continuará con sus planes para achatar el salario e incrementar la productividad. Trabajar cada vez más horas y peor, y que la plata alcance cada vez para menos, cascoteo de los Convenios Colectivos, aumentos en todo, una inflación que no cesa y el empeoramiento general de las condiciones de vida de millones.
Cualquiera puede ver rápidamente que los mismos problemas que como pueblo padecíamos antes de las elecciones siguen existiendo el día después. De lo que se trata es de continuar sosteniendo las ganancias de una minoría que es la que en realidad decide y gobierna: la burguesía.
La lucha de clases no es una ciencia exacta, cada instante que se vive está cargado de historia, y nuestro Partido confía en la clase obrera y el pueblo. La memoria no se pierde por un acto electoral, la memoria erosiona, golpea en los grises de la vida cotidiana, acumula el dolor, ennegrece el “colorido” con que la burguesía adorna su desenfreno. El circo electoral es una herramienta que utilizan para intentar legitimar sus planes y sus candidatos, que siempre deciden a favor de los negocios de las grandes empresas, apropiándose de lo que generamos con nuestro trabajo.
Hay que decirlo con todas las letras: las elecciones jamás resolvieron los problemas de fondo de los trabajadores y el pueblo. Los planes y políticas que indefectiblemente intentan llevar contra el pueblo no se frenan en las urnas, sino organizándonos desde abajo, clavando estacas, pegándoles donde les duele y concretando los caminos de independencia política.
La lucha de clases no se borra con las elecciones. A lo largo de nuestra historia, como pueblo trabajador siempre hemos resuelto nuestros problemas en la calle, con la movilización y la lucha, no en el Congreso.
Por ello, las y los revolucionarios persistimos una y otra vez en profundizar las tareas que hay que hacer. Un proceso que incluye a la gran mayoría de nuestro pueblo no puede estar basado en ninguna “grieta” o falsa antinomia. Por el contrario, la debilidad aún de una alternativa de cambio revolucionario exige una responsabilidad mayor, que trasciende cualquier “juzgamiento” de la conciencia de nuestro pueblo.
No hay que dejarlos gobernar como pretenden. Y la base para lograrlo es la movilización, la unidad y la masividad de toda acción. Hoy como nunca debemos aferrarnos al terreno concreto, es allí en donde no deben pasar.
Para que desde la lucha elevemos el nivel de conciencia política e ideológica, así como el de las herramientas políticas de un verdadero cambio. Hay que sostener la independencia política como clase. El abajo no se detendrá, como lo demuestra la historia política de nuestro país.
El gran desafío que tenemos las y los trabajadores es buscar y construir una salida independiente de los poderosos, transitar el camino hacia una vida digna, multiplicando el potencial que anida en las bases trabajadoras y el pueblo oprimido.
Ese espíritu de rebeldía es la base con que contamos. Pero la bronca y el odio de clase no alcanzan, deben adquirir una dirección política, un verdadero horizonte de dignidad que construya un proyecto por nuestra emancipación.
Profundicemos ese proyecto político independiente de la clase obrera, que arrincone a la burguesía y la deslegitime aún más. El protagonismo de un verdadero cambio está en el seno del pueblo.