La crisis política de la burguesía en nuestro país es de una profundidad que augura situaciones mucho más complejas que la actual en el devenir inmediato.
Inflación de más del 140% y en alza; niveles de pobreza que deben ya superar ampliamente el 50% (recordar que el último dato oficial conocido del 40% refiere a marzo de este año); los salarios en dólares más bajos de América latina; montos paupérrimos de jubilaciones y ayuda social, describen una situación económica y social escandalosa.
A ello se suma la crisis de la democracia burguesa, que va más allá de una crisis de representatividad. Queremos decir que la misma no se resuelve con “nuevos” representantes, sino que lo que está puesto en cuestionamiento es la forma misma que adquiere el régimen de dominación que la burguesía ha desarrollado en los últimos cuarenta años.
Las fuerzas políticas mayoritarias atraviesan un tembladeral enorme. Entre 2019 y 2023 el partido de gobierno perdió más de 5.700.000 votos. La principal oposición perdió más de 1.400.000. Es decir que entre ambas vieron escapar más de 7.000.000 de sufragios. Además, el abstencionismo electoral ascendió a 12.500.000 personas que o no fueron a votar o votaron en blanco. Un desbarranco monumental.
Si a ello le sumamos que el candidato más votado, Milei, fue elegido por sus diatribas contra la llamada casta, como un voto de rechazo a todo lo conocido más que una adhesión ciega a sus fantasías de gobierno, los nubarrones que se ciernen sobre la futura gobernabilidad son una amenaza concreta y palpable. De allí que esa sea la gran preocupación de la clase en el poder: cómo seguir gobernando en medio de semejante desprestigio y rechazo.
Yendo a la situación en el campo de la clase obrera y sectores explotados y oprimidos, como lo venimos afirmando, lo que se manifiesta es una sostenida resistencia contra las políticas de la burguesía. Sobre todo, en la clase obrera industrial.
Una resistencia que se expresa en un desarrollo desigual y combinado.
¿Qué queremos decir con esto? Todo proceso social se caracteriza por la manifestación de formas y contenidos diversos, que tienen que ver con el devenir histórico y la experiencia de las clases, sea ésta inmediata o mediata, lo que determina una acción concreta en cada momento de la lucha.
En esa desigualdad que se manifiesta en la conducta de las clases (no tiene la misma intensidad la resistencia en la clase obrera que, por ejemplo, la de los sectores ligados a los servicios estatales e, incluso entre sectores obreros de distintas ramas productivas), se entremezclan también experiencias más avanzadas que otras, que se van desarrollando tanto por el acontecer de la lucha como por factores que hacen a la crisis general de la sociedad.
En ese transcurso es que se combinan lo nuevo con lo viejo, lo más avanzado con lo más atrasado. La desigualdad del desarrollo es una condición natural de los cambios; la combinación crece en función de ese desarrollo y, al mismo tiempo, actúa sobre el mismo transformando el proceso.
De allí entonces que afirmamos que el proceso de resistencia conlleva en sí mismo todas estas contradicciones, propias del desarrollo de la lucha de clases. De lo que se trata es de definir qué es lo que se debe hacer para que la resistencia no sólo se mantenga, sino que cambie su calidad, que comience a dejar de ser resistencia para pasar a ejercer acciones de ofensiva, en el marco de la crisis que describimos al principio.
En este escenario de turbulencias que se avecina en un futuro próximo, en una situación en la que la lucha de clases se va a agudizar, es indispensable definir las conductas a seguir.
Para ello, lo primero, es tomar conciencia que la crisis no tiene una resolución económica, sino política. Esto hasta la propia burguesía lo reconoce. Ellos saben que, para sostener su desvencijado sistema capitalista, es necesario avanzar en el ajuste, pero advierten sobre las condiciones políticas para realizarlo. Lo mismo ocurre en nuestro campo; sabemos que debemos luchar por mejores salarios y condiciones de trabajo y de vida pero, en el marco de la fenomenal crisis capitalista, eso solo no resuelve el problema.
Por lo tanto, lo que debe resolverse es qué intervención política tendrá la clase obrera en una situación que habrá de agravarse, para poder comenzar a erigirse en la clase de vanguardia efectiva del conjunto de los explotados y oprimidos.
Esa intervención política debe definir, desde el vamos, que no puede llevarse a cabo siguiendo la institucionalidad de la burguesía. Precisamente, cuando esa institucionalidad está gravemente herida, lo que debe hacerse es herirla aun más. Eso determina que la forma que adquiera el enfrentamiento clasista debe expresar el contenido de clase, la democracia directa. Romper con todo lo instituido.
De allí que la conducta en lo electoral sea no ir a votar, para alimentar ese proceso de ruptura y condicionar, más todavía, el accionar de la burguesía y sus gobiernos.
En el contenido de la respuesta política que debe erigir la clase obrera ante la situación está elegir el terreno de la lucha concreta. El mismo es la unidad desde abajo. Una unidad de clase primero para extenderla inmediatamente a una unidad con el resto del pueblo. Desde las fábricas y los centros productivos hacia el resto de la población.
En esa unidad, forjada al calor de la lucha concreta, desarrollar las organizaciones políticas de masas que sean la semilla de la expresión del poder organizado de la clase obrera y el pueblo. Un poder con la fortaleza que da la movilización y la lucha sin intermediario alguno, que sea la genuina expresión de la verdadera democracia.
Entonces todos los esfuerzos se deben orientar en esta etapa a plantear abiertamente este debate en el seno de la clase obrera. Sólo desde allí es posible organizar el enfrentamiento político que constituya un nuevo escalón en la lucha de clases. Que permita desarrollar el potencial de cambio que anida en la sociedad y que hoy no tiene expresión o, si la tiene, sigue en los andariveles que le convienen a la burguesía.
La incertidumbre, los miedos, la falta de perspectiva que reinan hoy ante tan profunda crisis económica y política, sólo pueden resolverse a favor de nuestros intereses si asumimos este desafío. Esos sentimientos deben tener una respuesta política adecuada a la situación.
Y esa respuesta que ya la burguesía no está en condiciones de dar la debe dar la clase obrera, desarrollando la lucha política con su partido y las organizaciones que sean la expresión del poder organizado desde abajo.