El genocidio es la cara más destructiva de la burguesía sin aditamentos

La masacre que el Estado Genocida de Israel está ejecutando en Gaza genera, por un lado, el horror y la indignación de los pueblos y, por el otro, el silencio cómplice de todos los gobiernos y medios de comunicación oficiales y oficiosos de los países del llamado “Occidente” que hablan ¡de la situación de Israel y no de Palestina!
Nos referimos al mundo capitalista que no sólo lastima y somete a “Occidente”. Hablamos de la burguesía, la clase más asesina que haya registrado la historia de la humanidad en su periodo decadente.

Hablamos del sostenimiento del sistema capitalista que, en su fase imperialista, sólo nos ofrece súper explotación y miseria en simetría con enormes ganancias, guerras de ocupación y saqueo, violencia contra proletarios y pueblos que luchan, contaminación del planeta, destrucción masiva de fuerzas productivas que con gran sacrificio generaron los trabajadores, exclusión de masas enormes arrojadas a la imposibilidad de su subsistencia, etc.

Todo, bajo la gran mentira de que vivimos en democracia y que todas estas lacras pueden resolverse en los marcos del sistema que, con su propia mecánica de funcionamiento, genera las mismas, las generaliza y profundiza.

La historia de los regímenes anteriores al capitalismo nos ha mostrado que las clases oprimidas y explotadas debieron pasar por circunstancias similares para poder deshacerse de las cadenas que las ataban a las peores pesadillas. Así ocurrió con esclavos y siervos de la gleba.

Esas similitudes confluyen, en esta etapa histórica, con una diferencia dada por la simplificación de la lucha de clases que se ha operado a lo largo de la historia de las anteriores sociedades en las que los productores no tenían en sus propias manos, la llave de un desarrollo superior en la producción que les permitiera liberarse del yugo y conducir el destino de las demás clases y estamentos a una liberación de toda la sociedad. Por esa razón, esclavos y siervos de la gleba no pudieron liberarse por sí mismos.
Es que la lucha de clases en el capitalismo está dada por la clase productora (el proletariado) y la dueña del capital (burguesía) en donde no hay espacio ni tiempo en que otra clase emergente representando un modo de producción superior tercie en la disputa para poder dar resolución y liberar las fuerzas productivas que anidan en medio de esas contradicciones.

La particularidad y ensamble que ha generado el capitalismo consiste en que la clase productora es a la vez la que lleva en sí misma la forma más avanzada en la producción y capacitada para resolver el desarrollo humano barriendo de la faz de la tierra la explotación del trabajo ajeno y todos los efectos monstruosos que ello genera.
El proletariado puede y debe (en términos históricos) resolver que a la producción hoy totalmente socializada y universalizada le corresponda la apropiación también socializada poniendo en armonía lo que hoy es antagónico en una nueva síntesis productiva y reproductiva de la humanidad.

El proceso que vivimos en esta crisis terminal del capitalismo que ha fracasado estrepitosamente en sus intentos de perpetuarse, generando con sus propios mecanismos lo que lo lleva a su destrucción, muestra la faz más retrógrada y feroz.

La crisis estructural y terminal de este sistema sólo podrá ser resuelta por la profundización y generalización de la lucha de ese proletariado que hoy está dando batalla en muchas partes del mundo y en nuestro país, sacándose la modorra que durante unos cuarenta años ocasionó la victoria temporal de la ideología burguesa intentando borrar para siempre la identidad y rebeldía de la clase que le dará fin a su “reinado”.

Tal como lo vienen experimentando el proletariado y sectores oprimidos del mundo, el camino será duro y transitará el curso violento que la propia burguesía le está imprimiendo desde que vio peligrar su dominación. Pero no tenemos otra salida más que la lucha y la organización de la misma hacia el objetivo de liberarnos definitivamente de esta realidad agobiante y destructiva a la que nos pretende condenar por siglos la burguesía.
No hay burgueses “democráticos” y burgueses “fascistas”. La burguesía es una clase que utiliza una y otra careta, el engaño o la represión, según las condiciones que tenga que enfrentar en el combate contra enemigo de clase al que, contradictoriamente necesita para seguir viviendo como parásito. El proletariado, sin embargo, no necesita de la burguesía para vivir. Ningún discurso “popular” de gobierno burgués pudo sostenerse ante la realidad de las crecientes y urgentes demandas económicas, sociales y políticas de parte de los explotados.

Por eso es que no debemos caer en la trampa de elegir entre uno u otro sector político que dispute la administración del Estado como herramienta de la burguesía.
Esas falsas discusiones las tenemos que hacer de lado y avanzar, lo más masivamente que podamos, en la conquista de todo tipo de reivindicaciones y libertades políticas que podamos alcanzar. Ésa es la única garantía de triunfo que tenemos como clase y la que podemos ofrecer como prenda de unidad, desde la acción conjunta, al resto de los sectores oprimidos por el gran capital que también necesitan liberarse del yugo que los somete.

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